La geopolítica toma el mando del comercio

Por Arturo González González

“El orden mundial tradicional –en el que la economía moldea la política–, ha sido puesto de cabeza. Ahora es la política la que determina la economía”. La frase aparece atribuida a la firma de gestión de inversiones PIMCO en el reporte Riesgo geopolítico, despilfarro fiscal y guerras comerciales, fechado en junio de 2025 y elaborado por MUFG, el grupo financiero más grande de Japón.

La frase evoca el paradigma de la globalización neoliberal, en el que, durante cuatro décadas, las variables económicas eran “suficientes” para explicar el mundo. La era en que los economistas dictaban la pauta a los políticos. Hoy ya no es así. La política, mejor dicho la geopolítica, manda. En los últimos días hemos tenido un curso intensivo de ello entre dos cumbres, un foro y amenazas latentes a tres de los siete principales embudos del comercio internacional.

La primera cumbre a la que me refiero es la del G7, otrora las economías más industrializadas del mundo. Son quienes se asumen líderes del Occidente ampliado, cabezas del globalismo capitalista: Estados Unidos, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Canadá, anfitrión de esta cumbre. El G7 intentó mostrar músculo político en un momento histórico en el que emergen potencias económicas no alineadas con Occidente. Pero quedó claro que el mundo occidental ya no habla al unísono. El liderazgo estadounidense es, cuando menos, errático. Las potencias europeas navegan entre la cautela, la desconfianza y la división. Japón y Canadá toman distancia de Estados Unidos, en la medida que pueden.

Pero más allá de los gestos, no hubo acuerdos profundos. Prevalecieron las advertencias, promesas a mi juicio obvias y un reconocimiento implícito: el peso del G7 en la economía global ya no es el que era. La debilidad toma forma frente al gran desafío de abastecerse de los minerales críticos para la industria tecnológica. “Reconocemos que las políticas y prácticas no comerciales en el sector de los minerales críticos amenazan nuestra capacidad para adquirir muchos minerales críticos, incluyendo las tierras raras necesarias para la fabricación de imanes, que son vitales para la producción industrial”, se lee en el Plan de acción sobre minerales críticos del G7. Ojo: hasta hace poco tiempo, bastaba con que Occidente ubicara los recursos para ir a por ellos. Evidentemente ya no es así.

Mientras tanto, del otro lado del mundo, en Kazajistán, China avanzaba sin mucho ruido en su agenda euroasiática. La Cumbre China-Asia Central consolidó una nueva red de acuerdos que incluyen energía, infraestructura, tecnología y cultura. Pekín no busca adhesiones ideológicas, salvo en el no reconocimiento a Taiwán, ahí sí es irreductible. Ofrece conectividad, inversión, bienes, servicios y cooperación. El Tratado de Buena Vecindad Eterna firmado en Astaná no sólo busca estabilidad regional. Es una pieza más en el rompecabezas del orden multipolar que el gobierno chino diseña con paciencia.

“Xi (Jinping, presidente de China) dijo que todas las partes deben concentrarse en la cooperación en un comercio fluido, inversión industrial, conectividad, minería verde, modernización agrícola e intercambios de personal, implementar más proyectos y fomentar nuevas fuerzas productivas de calidad”, se lee en el comunicado oficial del discurso central de la Cumbre. La política en el timón de la economía.

Rusia también juega sus cartas. El Foro de San Petersburgo fue la vitrina del nuevo discurso del presidente Vladimir Putin: crecimiento propio, vínculos con el Sur global y resiliencia ante las sanciones. Pese a la desaceleración económica, Putin apuesta por un eje de trazos múltiples: con China, India, África y Medio Oriente. Un eje que no busca la aprobación de Occidente. Un eje donde la inversión no está condicionada, como antes, por el neoliberalismo globalista, sino por el interés geopolítico y la afinidad estratégica.

Durante el discurso inaugural del Foro, Putin marcó la agenda: “este año, entre (los) temas (…) se encuentra la calidad del crecimiento en un mundo multipolar y los grandes desafíos. Se trata de cambios tectónicos en la economía y la demografía globales, incluyendo la dinámica de la población mundial, contradicciones sociales, públicas y geopolíticas que se manifiestan a través de crisis y conflictos regionales que estallan rápidamente con nueva fuerza, y que, lamentablemente, vemos hoy en Oriente Medio”. Y en Europa del Este, por supuesto.

A la par que las cumbres y el foro, tres advertencias geopolíticas activaron las alarmas. Teherán elevó su amenaza de cerrar, parcialmente al menos, el estrecho de Ormuz luego de que Estados Unidos entrara en la guerra bombardeando las sedes del programa nuclear iraní. Las fuerzas hutíes de Yemen, integrantes del Eje de la Resistencia que lidera Irán, advirtieron que atacarán barcos estadounidenses en el estrecho de Bab al Mandeb. Y China ensayó el mayor cerco aéreo en meses alrededor de la isla de Formosa, luego de que un buque de guerra británico atravesara el estrecho de Taiwán.

Son tres puntos neurálgicos del comercio internacional, embudos de la antigua globalización. A través de Ormuz se mueve un tercio del petróleo y gas del planeta. Bab al Mandeb es la puerta al Mar Rojo, por el cual atraviesa un cuarto del comercio marítimo mundial. Y el estrecho de Taiwán es vital para la exportación de la mayoría de los chips avanzados que usa la industria tecnológica. Una disrupción grave en dichos embudos causaría carestía en combustibles, espiral inflacionaria, golpes bursátiles, parálisis industrial y crisis económica. El comercio depende de ellos. Pero ahora ellos dependen de la geopolítica.

Con todo, no estamos ante un escenario inédito. Hay rimas en la historia. Desde los antiguos imperios hasta la Guerra Fría, el comercio y el poder van de la mano y se alternan. El problema es la facilidad con la que ignoramos la historia. Creímos que las cadenas globales de comercio serían siempre neutrales. Que los tratados blindarían la economía. Que la economía siempre encontraría el modo de avanzar. Ya vemos que no es cierto.

Durante cuatro décadas creímos que el comercio era una fuerza apolítica. Que las reglas del mercado global eran más poderosas que las decisiones de los gobiernos. Que la eficiencia, los tratados y la integración ganarían siempre. Eso fue la era de la hiperglobalización: una lógica donde las mercancías fluían más rápido que las ideas y los conflictos parecían cosa del pasado. Ese mundo ya no existe.

El mundo de hoy plantea grandes desafíos para los líderes, empresarios y profesionales vinculados al comercio internacional. Entre ellos, destaco los siguientes:

Vulnerabilidad logística: estrechos como Ormuz, Bab al Mandeb o Taiwán se convierten en cuellos de botella de alto riesgo. Su cierre, aunque sea parcial, impactaría en precios, cadenas de producción y mercados bursátiles.

Proteccionismo económico: el viejo criterio de la rentabilidad ha cedido espacio al paradigma de la seguridad económica. Hoy se multiplican medidas como aranceles, control de exportaciones, subsidios y leyes con lógica geopolítica.

Fragmentación normativa: el auge de acuerdos bilaterales o regionales genera un mosaico legal complejo, lejos de los marcos multilaterales previos como el de la OMC. La era de los bloques económicos regionales apenas comienza.

Tecnología como frontera de poder: la pugna por el control de semiconductores, redes 5G, inteligencia artificial y minerales estratégicos redefine las prioridades industriales y comerciales. La tecnología es un territorio de competencia y rivalidad.

Riesgo político creciente: las empresas deben prever escenarios de sanciones, controles, inestabilidad institucional, bloqueos comerciales, legislaciones extraterritoriales, etc. La idea de que la economía sólo con economía se resuelve es cosa del pasado.

Como podemos ver, el comercio internacional ya no se decide en los despachos de los economistas, sino en los búnkeres de los estrategas geopolíticos. Las rutas comerciales son ahora rutas de poder. Los tratados están condicionados por afinidades militares. Los corredores geoeconómicos dependen de la política. Y los minerales críticos, chips y datos valen más que el petróleo de ayer. Lo que estamos viviendo es un reajuste global. Quien no lo entienda corre el altísimo riesgo de naufragar. Es momento de expandir nuestra visión y comprender las claves geopolíticas que mueven el nuevo comercio internacional.

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Arturo G. González

Soy adicto a saber y descubrir algo nuevo todos los días. Me obsesiono con tratar de entender el mundo y la época que me tocó vivir. No puedo escapar a la necesidad de comprender por qué nuestra civilización es como es, y para ello leo noticias, opiniones, artículos de análisis y libros; escucho música y veo cine. Creo que el pasado vive en el presente, y que el presente es la pieza clave del futuro. Te invito a este viaje de pensamiento y descubrimiento cotidiano. Esta es mi visión del mundo.