(Por Arturo González González) ¿Tiene México alguna oportunidad en medio del intenso juego geopolítico de las grandes potencias? ¿Qué papel debe asumir nuestro país frente al duelo de Estados Unidos contra China? ¿Qué está haciendo nuestro gobierno para construir una vía en el nuevo orden mundial que todavía no acaba de nacer, pero ya se asoma? ¿En verdad México puede convertirse en el nodo de una nueva globalización? Palabras más, palabras menos, estas preguntas reflejan algunas de las inquietudes que manifestaron los asistentes a la reciente presentación de mi libro Nueva era global: las razones del nearshoring. Y estas preguntas se repiten en las conferencias que doy. Son preguntas pertinentes que invitan a reflexionar para construir una respuesta más profunda.
En una primera mirada, pareciera que no tenemos más que alinearnos con Estados Unidos, nuestro principal socio comercial con el que compartimos la frontera más dinámica y productiva del mundo. Pero en una segunda mirada, aparecen horizontes que casi no observamos. México está entrando en una etapa definitoria de su rol en el mundo y en América. Entre 2025 y 2026 nuestro país se coloca frente al compromiso de revisar y/o relanzar su relación con Estados Unidos, la Unión Europea, Sudamérica, la India y China. Una oportunidad que se proyecta hacia los cuatro puntos cardinales y con los países y regiones que marcan la pauta en la economía global. México, con sus 130 millones de habitantes, sus casi 2 millones de kilómetros cuadrados, su acceso a los dos principales océanos del mundo y con un pie en el Norte y otro en el Sur global, está en el centro.
Se acercan las primeras consultas para la revisión del Tratado México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC), prevista para 2026, cuando se cumplan los primeros seis años del acuerdo según la cláusula ex profeso. Se espera una negociación difícil con todo y que fue el propio Donald Trump quien impulsó la firma del tratado en su primera administración. Uno de los reclamos principales de Estados Unidos es la falta de uso y cumplimiento del T-MEC por parte de sus otros dos socios, principalmente México. Pero, debido a la presión causada por los aranceles, el porcentaje de las exportaciones mexicanas dentro del T-MEC ha aumentado del 50 al 85 % en cuestión de meses. No obstante, hay otros temas que preocupan a la parte estadounidense y que tienen que ver con regulación, apertura, control aduanero, cumplimiento laboral y certidumbre para la inversión. Además, Trump siempre pone sobre la mesa de negociación la seguridad y la migración junto con el comercio, lo cual complicará la revisión.
Si las tres partes logran relanzar exitosamente el tratado y aprovecharlo al máximo, América del Norte podría consolidarse como la región más competitiva, estable y económicamente segura del mundo. Y para que los tres países obtengan beneficios proporcionados, deberá establecerse claramente la vocación productiva y las cadenas de valor que materialicen dicha vocación. Estados Unidos no podrá producir internamente todos los bienes y las tecnologías a las que aspira, por una sencilla cuestión de costos. Tendrá que permitir la participación de México y Canadá en sus procesos y cadenas. Por su parte, México tendrá que dejar de comportarse sólo de manera reactiva para transitar hacia una forma de actuar propositiva que tome la iniciativa en varios de los aspectos que atraviesan la agenda binacional. Una negociación exitosa daría a Estados Unidos ventajas sustantivas frente a China, y a México una plataforma sólida de crecimiento y desarrollo.
Con todo, Norteamérica no es la única apuesta de México. Por historia, por cultura, por capacidad y por conveniencia. Bajo esta perspectiva hay que leer las relaciones que nuestro país construye con otros actores internacionales y que encaran también procesos de revisión en el bienio mencionado. El más importante de ellos es la modernización del Acuerdo Global con la Unión Europea, vigente desde hace 25 años, y que está a un paso de su aprobación. El relanzamiento del acuerdo aumentará el intercambio comercial y reforzará la coordinación política y la cooperación entre ambas partes. Para nuestro país supone la posibilidad de mayor acceso a un mercado de 450 millones de personas distribuidas en 27 países, y crecer el potencial de atracción de inversiones europeas en un marco de sostenibilidad, seguridad, derechos humanos e igualdad de género. A cambio, México eliminará los aranceles restantes a las importaciones europeas, principalmente las que conciernen al sector agroalimentario.
Pero además de apuntar al Atlántico Norte, México mira también a Sudamérica, principalmente a Brasil, pilar del Mercosur. Este bloque económico regional está a punto de cerrar su propio acuerdo comercial con la Unión Europea. En medio de sendas negociaciones, las dos potencias latinoamericanas caminan hacia un mayor grado de cooperación bilateral con la firma reciente de acuerdos de colaboración, intercambio e inversión en materia de comercio, agricultura, energía y salud. El objetivo de ambos países al fortalecer sus lazos es crecer en competitividad, innovación y desarrollo regional a la par de reducir su dependencia respecto a grandes mercados, como Estados Unidos en el caso de México, y China en el caso de Brasil. El gigante sudamericano también forma parte del foro de los BRICS, el grupo contrahegemónico que desafía el liderazgo occidental y que impulsa un orden mundial multipolar.
En los BRICS también está la India, país con el que México ha iniciado un acercamiento con miras a generar inversiones conjuntas en sectores clave para nuestro país: farmacéutica, manufactura, electromovilidad, tecnología y energías renovables. El objetivo es diversificar las fuentes de inversión, acceder a tecnología y conocimiento y reducir la dependencia de insumos importados, además de construir un canal de acceso a un mercado de 1,400 millones de personas. México ofrece a cambio una puerta de entrada a América del Norte y a Latinoamérica para las inversiones y capacidades indias.
La potencia emergente de Asia forma parte de la región de mayor impulso económico del mundo: el Indo-Pacífico. Ahí mismo está China, la economía más grande del mundo a valores de paridad de poder adquisitivo y líder de los BRICS. México no tiene tratado con el gigante asiático, pero el intercambio comercial entre ambos ha ido en aumento. El acceso a abundantes bienes intermedios y terminados a precios competitivos desde China le ha significado a México un incremento de la presión de Estados Unidos así como un impacto en su propia planta productiva. En reacción, el gobierno mexicano ha comenzado a aplicar aranceles a las importaciones chinas con el fin de sustituirlas por bienes fabricados internamente, tal y como propone el Plan México.
Pero más que distanciarse de China, como algunos proponen, lo que nuestro país debe hacer es clarificar su relación con ella, meterla en cauces bien definidos y transparentes para aumentar la confianza de empresarios, inversionistas y socios comerciales, lo que incluye a los firmantes del Acuerdo Integral Transpacífico, un acuerdo que complementa al T-MEC y multiplica el potencial exportador de bienes y receptor de inversiones de México.
Nuestro país navega en estos momentos un complejo juego de equilibrios geopolíticos y comerciales. Pero tiene una enorme oportunidad en frente: convertirse en uno de los nodos de la nueva globalización. Cada movimiento implica compensaciones: diversificar mercados sin descuidar la relación con Estados Unidos, abrirse al comercio global sin dejar vulnerable la industria nacional, y cumplir compromisos laborales y ambientales sin perder competitividad. México se encuentra en medio de varios vientos globales, obligado a balancear sus intereses internos con sus múltiples alianzas externas. Creo que a más tardar en un año sabremos qué tan bien lo estamos haciendo.