Para entender el juego Putin-Trump

Putin Trump

(Por Arturo González González) El consenso político y analítico nos dice que en la cumbre de Anchorage, Alaska, hubo un gran ganador: Vladimir Putin. La idea que campea por la “politosfera” es que el presidente de la Federación Rusa obtuvo mucho a cambio de casi nada. Y sí, luego de revisar los resultados de su cita del viernes 15 de agosto con Donald Trump, podemos afirmar algo así. Pero debemos ser conscientes de que el triunfo de Putin se dio desde la mismísima concepción de la cumbre. Que el presidente de Estados Unidos haya aceptado reunirse con su homólogo ruso sin los líderes del Reino Unido, la Unión Europea y Ucrania, principales partes interesadas, y además hacerlo en Alaska, concedió la ventaja de inicio al jefe del Kremlin. Lo que ocurrió después, no fue una sorpresa. La probabilidad de que Trump le sacara un acuerdo tangible a Putin era mínima. Se sabía desde el principio que, para ambos, la ambición estaba más en la foto que en el contenido. La pregunta relevante, a mi juicio, es: ¿por qué Trump concede a Putin lo que a muy pocos? Para responderla, sí hay que hacer una lectura de lo ocurrido en Anchorage el 15 de agosto y en Washington el 18 de agosto, pero, sobre todo, hurgar en tres teorías geopolíticas y una doctrina.

Lo que Alaska representa

Alaska es la confirmación de dos realidades geopolíticas que son prioridad para Moscú. La primera es que las fronteras se pueden mover. Y eso no depende de normas internacionales sino de poder, ya sea económico o militar. Alaska es prueba fehaciente de ello: era un territorio ruso que hoy es estadounidense. Y el cambio de frontera fue un ejercicio de poder económico. El Imperio ruso necesitaba recursos monetarios, Estados Unidos anhelaba una salida al Ártico. Discutir en Alaska la paz de una guerra de invasión con la que Rusia pretende expandir sus fronteras hacia el oeste es legitimar la visión geopolítica de Putin. Lo que Washington hizo en 1867 con el territorio alaskeño a punta de billetazos, es lo que Moscú quiere hacer con el territorio ucraniano a punta de cañonazos. Es casi una declaración de principios. Para Putin, Rusia sólo está haciendo lo que Estados Unidos hizo en el pasado: mover la frontera. Y para dos mandatarios desafectos a las normas o derechos internacionales, mover una frontera es facultad de quienes tienen el poder de hacerlo.

La segunda realidad geopolítica que Alaska confirma es que Estados Unidos está más cerca de la Federación Rusa que de la Unión Europea. Y no sólo en términos geográficos, sino también políticos. Rusia está a 82.7 kilómetros de la Unión Americana, que es la anchura mínima del Estrecho de Bering. La distancia mínima entre el territorio norteamericano y Europa Occidental es de 5,000 kilómetros, con un océano de por medio. Es cierto que históricamente Washington ha estado más cerca de las posiciones políticas de Londres, París y Bruselas. Incluso Estados Unidos se asumió como continuador de la civilización occidental. La verdad hoy es que Donald Trump pondera más el ejercicio de poder concentrado de un liderazgo duro y fuerte, como el de Putin, que el poder contrapesado y disperso del parlamentarismo europeo. Aquí la cercanía geográfica entre la federación y la unión que Alaska representa, se vuelve política.

¿Qué pasó en Alaska?

Ahora bien, ¿qué ocurrió en Anchorage? Putin le dio a Trump un logro táctico de alcance limitado al reconocerlo como un líder preocupado por la paz. Aunque parezca una broma, el mandatario norteamericano aspira al Premio Nobel de la Paz. En ese camino, quiere mostrarse como un negociador práctico. A quienes compran fácilmente este discurso, basta decirles que mientras Trump dice impulsar la paz en Ucrania, mantiene su apoyo a Israel en la limpieza étnica que perpetra en Gaza. A cambio del logro táctico limitado, Trump le concede a Putin un triunfo estratégico: lo habilita internacionalmente, no le aplica más sanciones, le da más tiempo para continuar con sus avances en territorio ucraniano y adopta su narrativa de lograr un acuerdo de causas profundas con cesión territorial incluida sin un alto al fuego temporal primero. Un día después de la cumbre de Alaska Trump declaró que Ucrania debería mostrar más intención de llegar a un acuerdo “porque Rusia es una gran potencia y ellos (los ucranianos) no”. Putin puso como condición de negociar la paz que Ucrania reconozca a Crimea y el Donbás como parte de Rusia, y que renuncie a entrar en la OTAN. ¿En verdad se conformará con eso el presidente ruso? Vayamos más adentro.

La teoría del Lebensraum

En la profundidad histórica subyacen tres teorías geopolíticas que debemos revisar para entender lo que está pasando. La primera de ellas es la teoría del espacio vital (Lebensraum) defendida principalmente por el alemán Karl Haushofer, quien la tomó de su compatriota Friedrich Ratzel. Esta teoría, en síntesis, habla del “espacio geográfico necesario para el crecimiento y la supervivencia de un estado nacional, de acuerdo a la interacción entre población y recursos”. Fue la ideología que sustentó la política expansionista de la Alemania Nazi. Aunque no lo reconozcan explícitamente con frecuencia, todas las grandes potencias, sobre todo las territoriales, visualizan un espacio vital que deben ocupar. Para Rusia hoy, Ucrania forma parte de ese espacio vital, como para Israel lo es Palestina y un poco más allá. Ninguna potencia territorial con capacidad militar va a renunciar a su lebensraum sin hacer la guerra, vista por Haushofer como «la última gran prueba del derecho de una nación a existir».

La teoría del Heartland

La segunda teoría es la del corazón de la tierra (Heartland), concebida por el británico Halford Mackinder. La estructuró casi como una sentencia: “quien controle Europa del Este dominará el Heartland; quien domine el Heartland controlará la isla mundial; quien controle la isla mundial controlará el mundo”. El corazón de la tierra es la región que va desde Europa del Este hasta Asia Central. La mayoría de ese territorio la ocupa hoy Rusia, que rivaliza con la OTAN y la Unión Europea en el oeste, y compite con India y China en el sur. La isla mundial es el supercontinente euroasiáticoafricano, donde habita más de la tercera parte de la población del orbe y donde está más de la mitad de los recursos naturales. Desde el Imperio ruso hasta la Rusia de Putin, pasando por la Unión Soviética, Moscú ha aspirado a controlar Europa del Este. Es un impulso geopolítico irrenunciable para el Kremlin.

La teoría del Rimland

La teoría de las tierras costeras (Rimland) es la tercera teoría geopolítica que debemos revisar. En contraste con Mackinder, el estadounidense Nicholas Spykman defendió la idea de que las tierras que rodean el Heartland tienen una importancia estratégica mayor. El Rimland abarca desde el espacio Mediterráneo hasta Asia Oriental, pasando por Asia Occidental y Meridional. Spykman reformuló la sentencia mackinderiana: “quien controle el Rimland dominará Eurasia; quien domine Eurasia controlará el destino del mundo”. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la teoría del Rimland ha marcado buena parte de la geopolítica estadounidense. La estrategia de contención de Washington contra la Unión Soviética estuvo impregnada de ella, como lo está hoy, desde Obama, la intención de cercar a China. Para ello, Estados Unidos necesita trasladar a sus socios europeos la responsabilidad de Ucrania, como ha hecho con Israel para reorganizar todo Oriente Medio. El foco de la Casa Blanca y el Pentágono hoy está en Asia Pacífico.

La doctrina Miran

Pero a estas tres teorías hay que agregar un movimiento trumpista dentro de la Doctrina Miran, que tiene como objetivo trasladar la carga del imperio al resto del mundo, principalmente a Europa. Para alcanzar dicho objetivo, los países europeos deben aumentar el gasto militar al 5 % de su PIB y comprar más armas a Estados Unidos. Una Rusia fuerte y amenazante funciona como mecanismo de presión para la Unión Europea, que ahora tendrá que pagar el 15 % de aranceles a su socio americano, mientras se hace cargo de su propia defensa y la de Ucrania armándose hasta los dientes y, de paso, contribuyendo al negocio del siglo de la industria armamentista estadounidense. La reunión del lunes 18 de agosto en Washington lo confirma.

¿Qué pasó en Washington?

El presidente Trump recibió en la Casa Blanca a su homólogo ucraniano, Volodimir Zelenski, quien acudió acompañado de la plana mayor europea: la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen; el canciller de Alemania, Friedrich Merz; el presidente de Francia, Emmanuel Macron; el primer ministro de Reino Unido, Keir Starmer; la primera ministra de Italia, Giorgia Meloni; el presidente de Finlandia, Alexander Stubb, y el secretario general de la OTAN, Mark Rutte. Esta cumbre se da en condiciones muy distintas en forma y fondo: mientras que con Putin, Trump se tuvo que acercar al territorio ruso, los dirigentes europeos viajaron a la casa del presidente estadounidense. El marco conceptual y contextual de la cumbre de Washington fue determinado por la de Anchorage. Tanto así que, no bien había concluido la reunión en la Casa Blanca, Trump le habló a Putin para ponerlo al corriente.

Con todo y las lisonjas de los europeos, la postura del mandatario norteamericano al finalizar la cumbre de Washington es casi la misma que al concluir su reunión con Putin: es mejor buscar un acuerdo de paz de causa profundas sin un alto al fuego de por medio, y que las garantías de seguridad para Ucrania y para Europa se construirán con dinero europeo para comprar armas estadounidenses. En su comparecencia conjunta con Zelenski ante la prensa, Trump fue enfático: contrario a lo que ocurrió con el expresidente Joe Biden, hoy Estados Unidos vende las armas con las que Ucrania se defiende. El inquilino de la Casa Blanca está haciendo negocios con la mira puesta en China, el rival más formidable que Estados Unidos ha tenido. El habitante del Kremlin está haciendo geopolítica con los pies puestos en su proyecto de imperio euroasiático. Y mientras Trump y Zelenski se preparan para un posible encuentro a tres bandas con Putin, éste gana tiempo y territorio.

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Arturo G. González

Soy adicto a saber y descubrir algo nuevo todos los días. Me obsesiono con tratar de entender el mundo y la época que me tocó vivir. No puedo escapar a la necesidad de comprender por qué nuestra civilización es como es, y para ello leo noticias, opiniones, artículos de análisis y libros; escucho música y veo cine. Creo que el pasado vive en el presente, y que el presente es la pieza clave del futuro. Te invito a este viaje de pensamiento y descubrimiento cotidiano. Esta es mi visión del mundo.