(Por Arturo González González) Te propongo que hagamos un viaje en el tiempo. Vayamos a agosto 100 años atrás. Estamos en 1925. El fascismo se afianza en el poder del Reino de Italia de la mano de Benito Mussolini. Adolfo Hitler publica Mi lucha, la obra que plasma las ideas que darán forma, ocho años más tarde, al régimen nazi en Alemania. Bajo el mandato francés, la Federación Siria desaparece para dar paso al Estado Sirio, antecedente de la Primera República Siria. Se funda en Persia la Dinastía Pahlavi que se mantendrá en el poder hasta la Revolución Islámica de 1979. En Londres se firman los Tratados de Locarno para definir los límites territoriales en Europa luego de la Primera Guerra Mundial, y que quedarán sin vigencia en 1936 con el inicio del expansionismo de la Alemania nazi.
En Estados Unidos y Reino Unido se llevan a cabo las primeras transmisiones de imágenes de televisión. En Washington DC, la organización racista Ku Klux Klan hace una demostración de fuerza con un desfile de unos 35 mil simpatizantes. En Tennessee el profesor John T. Scopes es declarado culpable de violar la ley Butler que prohibe la enseñanza en las escuelas de la teoría científica de la evolución de Charles Darwin. México se encuentra en pleno proceso de consolidación de un nuevo régimen, el de partido de Estado, tras 15 años de guerra civil.
Ese es el mundo en 1925. Un mundo en el que los más sorprendentes avances científicos conviven con las más reaccionarias normas anticientíficas. En el que los extremismos de derecha se alzan con el poder y muestran su músculo en la calle, mientras las potencias europeas se reparten territorios dentro y fuera de su continente.
Para cuando termine el primer cuarto del siglo XX, el orbe habrá sido golpeado por una serie de acontecimientos que conforman una clara tendencia de transición:
Guerra imperialista en Asia Pacífico, la ruso-japonesa de 1904-1905.
Cuatro revoluciones: las rusas de 1905 y 1917, la mexicana de 1910 y la china de 1911.
Crisis económica entre 1907 y 1908.
Creación en 1907 de la Triple Entente (Reino Unido, Francia y Rusia) para hacer contrapeso a la Triple Alianza (Alemania, Austria-Hungría e Italia).
Tensiones geopolíticas recurrentes por el control de Marruecos entre 1905 y 1911.
Guerras en los Balcanes entre 1912 y 1913.
Carrera armamentista, con un aumento de la capacidad destructiva de los arsenales y la saturación de los inventarios de los países.
Guerra mundial entre 1914 y 1918.
Pandemia de influenza entre 1918 y 1920.
Creación de la Sociedad de Naciones en 1919, antecedente de la ONU.
Segunda revolución industrial, la cual transforma los transportes y las comunicaciones y hace al mundo más pequeño y más rápido.
Guerra comercial iniciada por Estados Unidos, la potencia emergente de la época, con la ley de aranceles Fordney-McCumber en 1922, dirigida principalmente contra las importaciones de Reino Unido, la potencia declinante.
Como telón de fondo, un movimiento migratorio masivo de Europa a América, y la fragmentación del orden liberal creado por el Imperio británico.
Quienes habitan el mundo de 1925 no lo saben, pero están viviendo la mayor transformación global en una centuria. Una transformación que durará todavía veinte años más y enmarcará:
La peor crisis económica vivida hasta entonces, el crack de 1929 con su Gran Depresión.
Una guerra comercial aún peor propiciada por la Ley arancelaria Smoot-Hawley de la ascendente potencia estadounidense en 1930 y la Ley de Derechos de Importación de la declinante potencia británica en 1932.
La caída de la República de Weimar y el ascenso del régimen nazi en Alemania en 1933.
La invasión italiana a Etiopía en 1935 y 1936.
Una guerra civil, la española de 1936, que se convirtió en un conflicto internacional entre fuerzas pro-fascistas y grupos izquierdistas.
Una nueva guerra imperialista en Asia Pacífico en 1937, ahora de Japón contra una China sumida en su propia guerra civil.
El renovado expansionismo alemán que se saldará con la anexión de Austria y parte de Checoslovaquia en 1938.
Y la peor guerra en la historia de la humanidad que concluiría también en agosto, pero de 1945, con el asesinato súbito de cientos de miles de personas a causa de la mayor y más destructiva innovación tecnológica hasta entonces concebida: la bomba atómica.
Las dos bombas de Estados Unidos no sólo pusieron fin a la vida de los habitantes de Hiroshima y Nagasaki y significaron el colofón de la Segunda Guerra Mundial. Marcaron la culminación de una época y de una transición hegemónica que duró cuarenta años. El Imperio británico, que desde 1815 detentaba la hegemonía global, cedió su lugar a un nuevo imperio, el estadounidense.
Volvamos a 2025. En el primer cuarto del siglo XXI hemos vivido acontecimientos que también marcan una tendencia:
La guerra internacional contra el terrorismo, que inició con el primer ataque aéreo en suelo continental estadounidense el 11 de septiembre de 2001 y terminó en dos invasiones desastrosas: Afganistán, en el mismo año, e Irak en 2003.
Una crisis económica global en 2008-2009 que provocó la Gran Recesión.
Una pléyade de conflictos políticos y tensiones geopolíticas a partir de 2011 a lo largo del mundo musulmán que tuvo su pico destructivo en Siria, escenario de una cruenta guerra subsidiaria internacional.
La anexión rusa de Crimea en 2014.
El divorcio del Reino Unido de la Unión Europea en 2016.
El ascenso del nacionalismo xenófobo trumpista en Estados Unidos en 2017.
La guerra comercial de la potencia americana en repliegue contra China, potencia emergente, en 2018.
La pandemia de COVID-19 entre 2020 y 2023.
La invasión rusa en Ucrania desde 2022.
Desde 2023, la guerra de Israel contra Palestina y el Eje de la Resistencia que encabeza Irán.
El regreso de Trump a la Casa Blanca en 2025 y una nueva guerra comercial, ahora contra medio mundo.
Y en México, la consolidación de un nuevo régimen, el iliberal de partido hegemónico, tras años de violencia criminal y polarización política.
Todo esto ocurre en medio de nuevos movimientos migratorios masivos, ahora en dirección de Sur a Norte, con la consecuente reacción xenofóbica en las sociedades receptoras. El encumbramiento de facciones de extrema derecha en países occidentales, incluyendo Estados Unidos, con un fuerte tufo neofascista. El regreso de la geopolítica de bloques, con el Eje de Eurasia encabezado por una China en ascenso que busca un nuevo orden multipolar, frente a la Alianza Atlántica liderada por Estados Unidos, y con la nueva Triple Entente formada por Reino Unido, Francia y Alemania para plantar cara a Rusia.
Las tensiones se multiplican, el orden neoliberal se fragmenta y una nueva revolución industrial avanza, la de la Inteligencia Artificial, con una gran capacidad de disrupción dada la velocidad de los avances y la profundidad de los cambios. Pero también emergen resabios del pasado, con decretos en Estados Unidos contra la diversidad, la educación científica y las teorías críticas raciales y de género. Como hace un siglo, los avances conviven con las posturas más retrógradas. Somos testigos de guerras en las que se usan las armas más avanzadas junto con tácticas propias de la Primera Guerra Mundial, ahora bajo la sombra de la amenaza nuclear. Observamos con más azoro que compromiso cómo las estrategias bélicas más atroces de la Segunda Guerra Mundial se usan hoy en Gaza para matar de hambre a una población entera y ejecutar una limpieza étnica del territorio.
Pero en 2025 sabemos lo que no sabían los humanos de 1925: que nos encontramos viviendo nuestra propia transformación global. Una transformación que marca el fin del ciclo hegemónico estadounidense, pero que aún no nos permite vislumbrar a ciencia cierta qué tipo de orden le sucederá. Me parece que aún nos quedan varios años de caos y transición, antes de saberlo. Pero no debemos quedarnos sentados a la espera de que los cambios ocurran y nos arrastren. Tenemos que actuar para evitar pagar los altísimos costos humanos y materiales de las transiciones del pasado. Además de que hoy tenemos enfrente un desafío propio de nuestro tiempo: el calentamiento global.
¿Seremos capaces de aprender? La generación que vivió la primera mitad del siglo XX pagó un precio incalculable por su incapacidad de evitar el colapso violento del orden. La generación que vivimos la primera mitad del XXI tenemos, al menos, la ventaja de conocer ese desenlace. No podemos alegar ignorancia. Si repetimos la tragedia será por estupidez, indiferencia, ambición o soberbia.
La rima de la historia, de la que hablaba Theodor Reik, no dicta el final de la poesía, pero advierte su tono. Si escuchamos con atención, veremos que en los ecos del pasado resuena no sólo la advertencia de lo que puede perderse, sino también la oportunidad de escribir versos nuevos. Lo que está en juego no es el liderazgo de una nación sobre otra, sino la capacidad de la humanidad para atravesar el vértigo de la transformación sin destruir lo que la hace posible.
Ajustemos nuestra brújula para saber dónde estamos parados. Reactivemos el motor de nuestros principios éticos. Ejercitemos el músculo estratégico para movernos con agilidad en un mundo nuevamente impulsado por la geopolítica. Y construyamos una respuesta global efectiva para alejarnos de 1925 y su rumbo destructivo, y acercarnos a un 2125 más esperanzador.