Paternalismo, clientelismo y darwinismo social

Desigualdad y pobreza son dos grandes problemas de nuestro mundo que han sido manoseados políticamente una y otra vez. La desigualdad no se refiere a las diferencias obvias que existen entre una persona u otra por el hecho de tratarse de individuos distintos con realidades subjetivas únicas. La desigualdad es un fenómeno objetivo que se traduce en el hecho de que los pocos que habitan la cúspide de la pirámide socioeconómica concentran los recursos monetarios y materiales equivalentes a los de los muchos que pueblan la base de dicha pirámide, y que restringe las capacidades de estos últimos para acceder a una mejor calidad de vida y aumentar su peso político real en un sistema nacional o internacional. Esta desigualdad existe al interior de los países y entre los países. Se habla de personas ricas y personas pobres como de países ricos y países pobres. En medio de ambos, están las “naciones emergentes” o “en vías de desarrollo”, que son el equivalente de las “clases medias” que se categorizan de forma diferente al interior de los estados. Hay quienes defienden que en los últimos 30 años se ha disminuido como nunca la pobreza, pero esas voces obvian que en gran medida esto ha sido a costa de la pérdida de beneficios para las clases medias mientras la élite aumenta sus privilegios y riqueza.

La pobreza es un producto de la desigualdad sistémica. Hay quienes creen que es posible que todos sean ricos en una sociedad, pero esto es tan absurdo como pensar que hay países en donde todos son pobres. Pobreza y riqueza son elementos relativos interdependientes. La riqueza sólo es en función de la pobreza y viceversa. Dado que nos encontramos en un mundo con recursos finitos y en países con capacidades limitadas, para que unos pocos puedan tener mucho, es necesario que muchos tengan poco o nada. Pensemos, por ejemplo, en la posibilidad de que las 2,750 millones de personas que habitan China e India tuvieran la capacidad de consumo promedio de las 330 millones de Estados Unidos. Simplemente el planeta colapsaría mucho antes de cumplir esa posibilidad. Pero no sólo es por la limitación de recursos y los desequilibrios ambientales consecuentes, sino también por la forma en la que está construido el sistema económico predominante, que necesita de la desigualdad para perpetuarse, además de que los medios tecnológicos para producir y reproducir la riqueza están concentrados en las manos de quienes más recursos tienen. Por eso, por mucho que en campañas políticas se hable de combatir la pobreza y disminuir la desigualdad, la gran mayoría de los gobiernos, sobre todo en América Latina y África, terminan “administrándola” cuando no negándola como problema social, utilizándola para encumbrar partidos y políticos o profundizándola con medidas de mayor concentración de riqueza.

Existen distintas visiones sobre la pobreza que se asumen dependiendo de la posición que se ocupa en el espectro político electoral o la pirámide socioeconómica. Están los que ven a la pobreza y desigualdad desde el enfoque del darwinismo social, que asume erróneamente que es posible aplicar la teoría de la selección natural de Charles Darwin a la sociedad humana. Son propias de los darwinistas sociales frases como “el pobre es pobre porque quiere” y “los ricos son ricos por sus cualidades superiores”, ignorando las condiciones objetivas materiales y sistémicas de la desigualdad. Hay que decir que este enfoque ha sido aplicado, con sus matices, lo mismo por capitalistas e imperialistas británicos y estadounidenses que por ultranacionalistas y fascistas en Alemania e Italia, para sustentar regímenes clasistas y/o racistas en donde los pobres, no blancos o inmigrantes son tachados de “débiles, degenerados o criminales”. En contraste, hay quienes conciben la pobreza desde una mirada paternalista, en la cual los pobres “son incapaces” de valerse por sí mismos, de desarrollar capacidades por su cuenta y que, por lo tanto, necesitan de la ayuda permanente del Estado para sobrevivir, colocándolos así en una condición de eterna dependencia sin considerar las limitaciones de la fuente de recursos que casi siempre es el erario. Son comunes entre los partidarios del paternalismo comparaciones del tipo “los pobres son como mascotas que hay que alimentar”, o aseveraciones que los infantilizan o idealizan.

Una visión intermedia, pero no por eso menos errada, es la de quienes usan la pobreza desde el clientelismo político. Comparten con los darwinistas sociales la postura de privilegio desde la que operan, y con los paternalistas la concepción de dependencia de los menos favorecidos. No obstante, los políticos clientelistas no buscan excluir o eliminar a la población pobre, ni tampoco “resolverles” su problema de forma permanente, sino aprovecharse de su condición de desventaja para obtener réditos electorales o económicos, entregando a cambio ayuda asistencial con recursos públicos. Es propio de este tipo de políticos -que, por cierto, son los que abundan- creer que la población de escasos recursos actúa movida por los mismos intereses viciados que ellos y, en consecuencia, buscan mantener el statu quo a como dé lugar para que el pobre siga siendo pobre y sea posible aprovecharse de su condición. En un mundo en el que la desigualdad está determinando, por ejemplo, el grado de afectación de la pandemia de COVID-19 o la vulnerabilidad a desastres “naturales” causados por el calentamiento global, es necesario dejar de lado los enfoques anteriores y afianzar unos nuevos. Un buen punto de partida sería reconocer tres realidades: una, que ya no es viable sustentar la prosperidad sobre un modelo consumista y depredador como el actual, y sobre un sistema de concentración de medios de reproducción de la riqueza que necesita de la desigualdad y la pobreza para sostenerse; dos, que es necesario exhibir y erradicar las políticas clasistas, racistas y clientelistas de los gobiernos y partidos, y tres, que el Estado debe intervenir en este proceso para ampliar las oportunidades de crecimiento y desarrollo personal de la población, equilibrar el piso desde el que parten los ciudadanos para construir su patrimonio y evitar el nocivo contubernio que permite la concentración excesiva e irregular de la riqueza. Queden estas ideas, en ningún momento definitivas, para un debate urgente y necesario.

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Arturo G. González

Soy adicto a saber y descubrir algo nuevo todos los días. Me obsesiono con tratar de entender el mundo y la época que me tocó vivir. No puedo escapar a la necesidad de comprender por qué nuestra civilización es como es, y para ello leo noticias, opiniones, artículos de análisis y libros; escucho música y veo cine. Creo que el pasado vive en el presente, y que el presente es la pieza clave del futuro. Te invito a este viaje de pensamiento y descubrimiento cotidiano. Esta es mi visión del mundo.