De Washington a Pekín, con escala en Bruselas y Moscú

El destino los casi 8,000 millones de personas depende de un puñado de centros de poder político-económico y no de cada uno de los gobiernos de los 200 estados nacionales que hay en el mundo. Pensar que las decisiones que se toman en las capitales de los países periféricos, como México, tienen el mismo peso que las decisiones tomadas en las capitales de las potencias centrales es casi como creer que una encuesta en redes sociales tiene algún valor representativo. Es una ilusión que conviene principalmente a quien se encuentra en la cúpula del poder de dichos estados secundarios, como la ilusión de las encuestas digitales conviene a quienes las realizan. La verdad es que el grueso de las decisiones que importan en el mundo de hoy se toman entre los paralelos 37 Norte y 56 Norte, en donde se ubican Washington, Londres, París, Berlín, Bruselas, Moscú y Pekín. Lo que ahí se determina repercute en todo el mundo de una manera mucho más profunda que lo que se dicta desde, por ejemplo, Ciudad de México, Bogotá, Brasilia o Buenos Aires.

Y es que en el siglo XXI existen cinco grandes espacios de poder de los que dependen la estabilidad y el desarrollo del orbe: Estados Unidos, Reino Unido, Unión Europea, Rusia y China. Frente a lo que deciden los líderes de estas potencias, las rifas y los berrinches mañaneros del Palacio Nacional quedan en el absurdo, como una pantomima del ridículo. Lo que les queda a las naciones periféricas es adecuarse o resistir, con las consecuencias que ambas vías implican. La adecuación significa dependencia. La resistencia, aislamiento. No hay mucho margen. Latinoamérica es un claro ejemplo de ello, una región que en el último medio siglo se ha debatido, primero entre EUA y la URSS, y ahora entre EUA y la UE, por una parte, y China y Rusia por la otra. Lo menos que debemos hacer es estar informados de lo que ocurre y se decide entre los paralelos mencionados.

En este sentido, la gira del presidente estadounidense Joe Biden por Europa en días recientes posee una relevancia mayúscula. Se trató del primer ensayo de relanzamiento de las relaciones políticas, militares y comerciales entre Norteamérica y Europa tras el terremoto Trump. Hay que recordar que el expresidente de EUA socavó el entendimiento entre Washington y Bruselas. Para Biden, un hijo del establishment político americano, es importante estabilizar la relación interna de la OTAN, brazo político-militar de Occidente, recuperar la confianza trasatlántica en los vínculos comerciales y replantear el papel del G7 en el mundo para hacer frente al creciente poder de China y al retorno de Rusia en el escenario geopolítico. Esto es lo que hay debajo del discurso ideológico bidenista que propugna un cierre de filas de las democracias liberales ante los poderes autoritarios y antiliberales.

La agenda de Biden fue clara y dejó hasta el final la cumbre con el presidente ruso, Vladimir Putin. El mandatario americano quería llegar a la cita con el líder euroasiático tras haber apuntalado el liderazgo de EUA en la OTAN, el G7 y el eje Washington-Londres-Bruselas. El objetivo del encuentro en Ginebra era aclarar a Rusia las nuevas líneas rojas estadounidenses y construir una nueva relación pragmática entre las dos superpotencias militares y nucleares del mundo. La cumbre Biden-Putin recordó a la sostenida en la misma ciudad suiza en 1985 entre los presidentes estadounidense Ronald Reagan y soviético Mijaíl Gorbachov para tratar de acabar con la Guerra Fría. Hoy hay quienes hablan de una nueva guerra fría, lo cual es inexacto ya que, en vez de un choque ideológico entre dos bloques desvinculados, se trata de una crisis entre dos megaestados que juegan en la misma cancha global. Otra diferencia importante es que la cumbre de hace 36 años fue entre una potencia en auge, EUA, y otra en decadencia, la URSS, mientras que la de hace unos días fue entre una potencia en declive y otra en resistencia. La potencia en ascenso hoy es China.

Los resultados de la cita Biden-Putin aún son difíciles de evaluar, pero en una primera vista se antojan modestos. Es apenas un boceto de posible entendimiento en el terreno de lo práctico. “Sólo negocios”. Para Biden era importante manifestar su intolerancia hacia las actitudes maliciosas de Moscú en contra de los intereses de Washington y advertir las consecuencias. Además, dio un doble mensaje en varias direcciones: primero, que EUA está de regreso para encabezar al Occidente liberal y marcar límites al Oriente antiliberal; y, segundo, que contrario a Trump, el actual mandatario sí goza de la confianza del aparato político de Washington. Sin embargo, las limitaciones de la estrategia bidenista saltan a la vista: los populismos iliberales que miran con recelo a los poderes trasnacionales y evangelistas liberales han avanzado en Europa y Norteamérica, y la desconfianza dentro de la OTAN y la UE continúa haciendo mella tras la revelación de espionaje sistemático de EUA hacia sus aliados, por una parte, y, por la otra, debido a las diferencias de intereses entre las naciones que conforman ambos bloques. Cada vez es más evidente la disonancia entre las naciones de Europa Oriental y del Sur y las de Europa Occidental, a lo que hay que sumar el divorcio entre Londres y Bruselas (Brexit) y los intereses que tiene Alemania y Francia con Rusia y China, intereses para los que reclaman autonomía. Para Putin, lo importante era que su país recibiera el trato de una potencia global con la que se debe negociar. Esta consideración, que Biden le concedió a Putin incluso después de haberle llamado “asesino”, se puede asumir como un punto a favor del Kremlin que puede ser usado por el mandatario ruso para apuntalar su control dentro del país de cara a unas elecciones legislativas que pudieran exhibir el desgaste del régimen, y en todo el espacio euroasiático en el que Moscú quiere ser visto como gran poder. No obstante, por un lado, Putin se encuentra con el escollo de la creciente desazón de un sector de la ciudadanía rusa que se evidencia con el endurecimiento de las políticas del régimen contra la oposición, signo más de debilidad que de fortaleza del Kremlin. Por el otro, enfrenta un estancamiento económico crónico, además del bache de la pandemia que sigue golpeando a Rusia y de las sanciones económicas que Occidente mantiene, lo cual la hace una potencia cada vez más necesitada de la locomotora china. Y esto nos lleva, precisamente, a la siguiente estación del tren geopolítico: Pekín, quien ya ha reaccionado ante el continuismo de Biden en la retórica antichina de Trump y la ampliación de los frentes de disputa. Mientras el presidente estadounidense define su propuesta de reunión con su homólogo chino, Xi Jinping, es de esperar que el gigante asiático apuntale su estrategia de fortalecimiento económico interno, su política exterior y comercial global y su alineación de intereses con Rusia.

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Arturo G. González

Soy adicto a saber y descubrir algo nuevo todos los días. Me obsesiono con tratar de entender el mundo y la época que me tocó vivir. No puedo escapar a la necesidad de comprender por qué nuestra civilización es como es, y para ello leo noticias, opiniones, artículos de análisis y libros; escucho música y veo cine. Creo que el pasado vive en el presente, y que el presente es la pieza clave del futuro. Te invito a este viaje de pensamiento y descubrimiento cotidiano. Esta es mi visión del mundo.