Una radiografía del obradorismo

López Obrador es el político más importante de lo que va del siglo XXI en México y el obradorismo es el movimiento político electoral de mayor relevancia en los últimos 20 años. El origen del obradorismo estuvo en un sector de la izquierda electoral mexicana que recogía parte de la tradición del nacionalismo revolucionario, ideología que el PRI abandonó en los años 70. Pero desde 2012, el obradorismo se ha valido cada vez más del populismo como estrategia para sumar adeptos. Si bien el populismo puede tener un componente autóctono en cada país o sociedad, no deja de estar relacionado con un contexto internacional. Un libro fundamental para entender la proliferación del populismo en Europa y América en el siglo XXI es La luz que se apaga. Cómo Occidente ganó la Guerra Fría, pero perdió la paz, de Iván Krastev y Stephen Holmes. En él, los autores hacen un repaso de las imitaciones fallidas, simulaciones y reacciones populistas producidas por el triunfo del liberalismo económico y político liderado por Estados Unidos en 1990 sobre el bloque comunista, y cómo se fue derrumbando la idea de un mundo global regido por los ideales de Occidente.

La premisa del libro es que tras la caída del socialismo real el capitalismo liberal estadounidense impulsó una serie de reformas en todo el orbe con la intención de modificar la realidad política y económica de países excomunistas y en vías de desarrollo para que abrazaran los ideales del “mundo libre occidental”, obviando las particularidades históricas y culturales de cada sociedad. En algunos estados, como Rusia, lo que ocurrió fue un proceso de simulación en la adopción de las reformas democráticas que terminó en una burda imitación de los mecanismos de poder e influencia de los que se ha valido EUA para imponer su hegemonía. En otros, como Hungría y Polonia, de la imitación inicial del modelo liberal se pasó a una reacción populista antiliberal por el resentimiento que ha provocado en las élites políticas y el sector más tradicional de la sociedad lo que bien pudiera llamarse “el engaño de Occidente”: la idea de que con ciertas reformas algún día todos los países del mundo podrán formar parte del club de los estados ricos occidentales, cuando en realidad eso no es posible por la visión exclusivista de Occidente y por una razón material de sentido común: la Tierra no da para que todos los países tengan el nivel de consumo de EUA.

Pero la reacción antiliberal populista no se ha quedado en los antiguos espacios socialistas y subdesarrollados, sino que ha llegado incluso a penetrar en las sociedades occidentales, con el trumpismo como el ejemplo más claro. Y este contagio, o imitación a la inversa, se debe a que en EUA y otros países del “mundo libre” existen sectores tradicionales de clase media que se han sentido abandonados por las políticas neoliberales aplicadas por el Consenso de Washington, y que han abrazado el antiliberalismo populista y los miedos que propaga hacia la inmigración, la pérdida de la soberanía nacional, la “destrucción” de la familia tradicional y el “feminismo radical”, como supuestas causas de su declive.

En una síntesis de las características de la reacción populista antiliberal podemos encontrar que es un producto, deseado o no, del neoliberalismo, que genera en los integrantes del movimiento un fuerte sentido de pertenencia dentro de una retórica antisistema y un revisionismo histórico de raíces forzadas y engañosas, con un discurso polarizante plagado de medias verdades y mentiras completas y un marcado desdén por las instituciones democráticas liberales. Quizás uno de los aspectos más intrigantes de esta especie de “internacional populista” es su visión de la realidad y la verdad: para los líderes y gobiernos antiliberales todo es relativo, siempre hay “otros datos” o “hechos alternativos”, y como el neoliberalismo “nos ha mentido”, se justifica la mentira o la verdad a medias como estrategia para alcanzar el noble objetivo de “defender al pueblo” de sus enemigos acérrimos. Si los que hoy gobiernan también mienten, poco importa porque los neoliberales de antes también mintieron, pero, sobre todo, porque “nuestros ideales” son “justos”. Incluso, la mentira, la verdad a medias y la trampa no sólo se toleran, sino que se alientan y aplauden como estrategias que reafirman la lealtad a la causa y al líder, y el odio a los adversarios con los que no hay posibilidad de consenso democrático. ¿Le suena?

No es difícil encontrar las consonancias del obradorismo de hoy con el “movimiento” populista antiliberal internacional. Bajo esta óptica, la afinidad de López Obrador con Trump no es gratuita, como no lo es la de Trump con Johnson, Kaczyński, Orbán o Putin. Y no se trata de alianzas, sino de una comunión de formas y reacciones, de una retórica que evidencia los límites y fracasos del liberalismo universalista, pero que construye muy poco. En el caso del obradorismo, hubo un punto de inflexión en 2012, cuando López Obrador y los suyos se dieron cuenta de que el impulso de la izquierda de corte nacional-revolucionaria no les iba a alcanzar para llegar al poder. Fue entonces que abrazaron de forma más amplia y clara la estrategia populista para aglutinar incluso a figuras de la derecha más recalcitrante, el salinismo más duro o el antiguo oficialismo más reaccionario. La ruptura con el PRD es más que simbólica, y se consolida con la creación de un partido, Morena, que en realidad es una amalgama de intereses diversos y hasta contradictorios, y de viles oportunismos. Un partido atrapalotodo que es de izquierda sólo en el papel.

El obradorismo, en su afán por ser poder, ha dejado de lado causas históricas de la izquierda en México. Por eso no es raro el continuismo en líneas iniciadas durante el “prianato”, tales como la militarización de la seguridad, con lo que traiciona la memoria de todas las víctimas de la “guerra sucia” y mantiene el baño de sangre en el país causado por los cárteles solapados. O el resurgimiento de la iniciativa de vigilancia digital a los ciudadanos con la excusa de la seguridad, cuando en verdad se trata de una medida conservadora, reaccionaria y autoritaria. O su ataque a la prensa que cuestiona, de la que se valió para construir un legítimo discurso crítico contra el poder, y a la que defendió, cuando le era útil, de los ataques de gobiernos panistas y priistas. O su desdén por la protección de los derechos de activistas de izquierda, indígenas y ambientalistas, que han sido asesinados. O su ninguneo a la causa feminista, una de las banderas principales de la izquierda en México. O la sustitución de un grupo empresarial privilegiado por otro, dejando de lado la promesa de la separación de los poderes político y económico. En su populismo antiliberal y su afán de poder, el obradorismo ha dejado anidar a la derecha en su seno, ha traicionado los ideales de la izquierda y se ha vuelto conservador, cuando no reaccionario.

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Arturo G. González

Soy adicto a saber y descubrir algo nuevo todos los días. Me obsesiono con tratar de entender el mundo y la época que me tocó vivir. No puedo escapar a la necesidad de comprender por qué nuestra civilización es como es, y para ello leo noticias, opiniones, artículos de análisis y libros; escucho música y veo cine. Creo que el pasado vive en el presente, y que el presente es la pieza clave del futuro. Te invito a este viaje de pensamiento y descubrimiento cotidiano. Esta es mi visión del mundo.