Internet, campo de batalla

Hagamos un recuento rápido de nuestras vulnerabilidades digitales: ciberataques, robo de datos personales y bancarios, espionaje informático, noticias falsas, teorías de la conspiración, ciberacoso, ciberadicción, oligopolio tecnológico, etc. Entre más dependientes somos de las tecnologías de la información, más vulnerables nos volvemos… y parece no importarnos. Estamos entregando nuestra vida, como individuos y sociedad, a unas plataformas cuyo funcionamiento complejo sólo conoce la minoría, aquella que se ha especializado. La gran mayoría, reconozcámoslo, sabemos “picarle” o “moverle” a la computadora, tableta o móvil. Nos sorprendemos de que niños que aún no hablan sepan usar una pantalla digital táctil como si de unos genios se tratara, cuando los “genios” son aquellos que diseñaron un dispositivo que incluso un menor de cinco años puede utilizar. Se llama tecnología de uso intuitivo, es decir, que no requiere un gran conocimiento para su aplicación práctica. Para casi todos la rapidez y sencillez con que se puede “aprender” a utilizar un móvil o tableta es una gran ventaja. Sin embargo, tiene sus bemoles, sobre todo cuando se hace sin saber los riesgos a los que nos exponemos como individuos y como sociedad en una época en la que el principal soporte de intercambio de datos, información y conocimiento se ha convertido en un auténtico campo de batalla. Lejos se observan los augurios exacerbados que se hacían en la última década del siglo pasado, cuando se prometía que la internet se convertiría en el soporte mediático más democrático y que contribuiría a incrementar el conocimiento de forma ilimitada. Pero ¿cómo llegamos hasta aquí?

Antes de la escritura, la memoria de la mente humana era el único soporte de almacenamiento de información, y la lengua oral el único vehículo de transmisión. El conocimiento se transmitía a través de la palabra hablada. En el mundo hostil de hace decenas de miles de años, la memoria era vital para la supervivencia. Recordar rutas, plantas, riesgos, técnicas, acciones y reacciones hacía la diferencia entre quienes sobrevivían y morían. Luego aprendimos a pintar en las cavernas, a dejar plasmados rituales, usos y costumbres, formas elementales de conocimiento que ayudaban a las tribus a identificarse y recordar. Con las pinturas rupestres comenzó el largo proceso de externalización de la memoria que desembocó en la creación de la escritura a partir de la abstracción de las imágenes que aprendimos a plasmar. La escritura impulsó el nacimiento de la civilización como la conocemos. Escribir fue una habilidad desarrollada por la necesidad de los primeros estados de llevar un registro de los bienes que se producían e intercambiaban. La escritura dio a los gobernantes un mayor y mejor control sobre las poblaciones de los valles de los ríos, que fue donde surgió el poder centralizado. La inmensa mayoría de la población en la antigüedad no sabía leer ni escribir. La realeza y su ejército de funcionarios gozaban de dicho privilegio y obligación en aras de garantizar la administración tributaria.

De la piedra a la arcilla, y de ahí al papiro, al pergamino, al papel… el soporte de la escritura evolucionó para hacerse más accesible y fácil de distribuir. No obstante, leer y escribir continuó siendo habilidad de las élites, su poderoso instrumento de comunicación y cohesión. Durante siglos la difusión del conocimiento escrito se dio de forma lenta, al ritmo de los amanuenses y copistas que reproducían los textos. Y así como la tradición oral es susceptible de alteraciones, las copias manuscritas también iban cargadas de imprecisiones. El gran salto se dio en el siglo XV con el perfeccionamiento de la imprenta, basado en las técnicas y herramientas que se conocían desde hace siglos en el espacio euroasiático. La imprenta significó un gran salto cuantitativo en la producción de libros y, por ende, en la difusión del conocimiento. De la misma manera que la escritura propició el surgimiento de la civilización, la imprenta fue uno de los precursores a la modernidad. No obstante, la transmisión del bagaje cultural y científico siguió siendo limitado. Los grandes almacenes eran los mismos desde la antigüedad clásica, las bibliotecas, bajo el permanente riesgo de los incendios, provocados o accidentales, y el deterioro.

Pese a las limitaciones físicas, la creciente impresión de textos, que alcanzó hasta el siglo XIX un verdadero volumen industrial impulsado por el perfeccionamiento de las prensas y la extensión de la alfabetización, la palabra impresa revolucionó la cultura y la sociedad. La escritura en la era industrial del libro propició también la consolidación de los estados nacionales a partir de la creación de literaturas con rasgos culturales específicos. Por primera vez en la historia podíamos prescindir de la memoria mental como principal depositario del acervo cultural de un pueblo. Para qué memorizar grandes obras si era posible consultarlas fácilmente abriendo un libro. Esto permitió acumular y tener a la mano más datos e información, lo cual, a su vez, impulsó la innovación a través del conocimiento compartido. Gracias a la imprenta pudieron desarrollarse otros medios de comunicación como el telégrafo, el cine, la radio, la televisión y hasta la internet.

De la misma forma que la tradición oral compartió durante siglos su uso con la escritura, el libro impreso comparte hoy con los otros medios su utilidad. Y así será durante un tiempo todavía. Sin embargo, es claro que el monopolio de los datos, la información, la comunicación y el conocimiento tiende a estar en la internet, y es por eso que sobre ella se vuelcan hoy todas las amenazas observadas en los medios más antiguos, a la par de que surgen otras. Hoy la internet, causa y efecto de la nueva globalización, es un campo de batalla de varios frentes. El de las potencias autoritarias que buscan controlar a sus poblaciones mientras siembran el caos en potencias liberales por medios de hackeos masivos, mientras éstas buscan protegerse y derribar las murallas de sus oponentes. El de los gigantes tecnológicos privados que buscan hacerse del control de los datos personales con fines económicos a costa de la privacidad y salud mental de los usuarios. El de gobiernos y opositores que pretenden tener un mayor control político a partir del espionaje masivo y la distribución de noticias falsas. Y el de los criminales que buscan proteger e incrementar sus ganancias lavando, robando, extorsionando, explotando. Debemos ser conscientes como sociedad de estas realidades para empujar la creación de un entorno digital más seguro y más democrático que ponga al ciudadano en el centro de la ecuación informática.

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Arturo G. González

Soy adicto a saber y descubrir algo nuevo todos los días. Me obsesiono con tratar de entender el mundo y la época que me tocó vivir. No puedo escapar a la necesidad de comprender por qué nuestra civilización es como es, y para ello leo noticias, opiniones, artículos de análisis y libros; escucho música y veo cine. Creo que el pasado vive en el presente, y que el presente es la pieza clave del futuro. Te invito a este viaje de pensamiento y descubrimiento cotidiano. Esta es mi visión del mundo.