¿Listos para el Gran Reinicio?

En medio del desastre que está provocando la pandemia en todo el orbe hay un creciente coro de voces en la élite global que habla de aprovechar la oportunidad que la COVID-19 nos está ofreciendo para llevar a cabo “un nuevo comienzo”. Se trata, según dicen, de una oportunidad única de reiniciar la economía mundial, de plantear la integración global de una manera diferente a como se ha hecho en las últimas cuatro décadas. A esta propuesta se le conoce como el Gran Reinicio (The Great Reset), un nombre que parece sacado de una novela o película de ciencia ficción y que se presta a todo tipo de interpretaciones conspiranóicas. No obstante, el planteamiento es real, se viene haciendo cada vez con mayor insistencia y eco desde mediados de 2020 y fue el tema central de la cumbre 2021 del Foro Económico Mundial (FEM) de Davos de hace unos días, el cual se realizó en una versión no presencial dadas las condiciones impuestas por la pandemia. Pero comencemos por preguntarnos: ¿qué es el Gran Reinicio? Y ¿quiénes lo impulsan?

La idea formal de un gran reinicio mundial la presentaron en mayo de 2020 el economista y empresario alemán Klaus Schwab, integrante del Consejo del exclusivo e influyente Club Bilderberg y fundador y actual presidente ejecutivo del Foro de Davos, y el Príncipe Carlos de Gales, heredero al trono del Reino Unido y de los reinos de la Mancomunidad de Naciones, el antiguo espacio imperial y colonial británico. Se trata de dos distinguidos integrantes de la élite global de nuestro tiempo: el primero, de la tecnocracia liberal capitalista; el segundo, de la aristocracia que soporta a la que sigue siendo la monarquía más influyente de Occidente. De acuerdo con la información publicada en la página web del FEM (es.weforum.org), el Gran Reinicio tiene como objetivo “construir un futuro más saludable, más equitativo y más próspero”, a partir de la gran oportunidad que nos brinda la pandemia. No podemos dejar de lado que esta iniciativa se da no sólo en medio de la crisis causada por la COVID-19, sino también en el contexto de una crisis ambiental global sin precedentes y del gran cambio histórico de la transferencia del eje económico del mundo de Occidente, con centro en Estados Unidos, hacia Oriente, con centro en China.

Las claves de esta iniciativa son cuatro cambios que, según sus impulsores, debemos aplicar en el entorno global. El primero es un cambio de actitud frente al capitalismo y la sociedad que produce; remplazar el egoísmo y la desigualdad como paradigmas del sistema económico para dar paso a la colaboración y la equidad. El segundo es un cambio de métrica, de medición del éxito económico de los países; es decir, reconocer las limitaciones del Producto Interno Bruto como objetivo central de la evaluación de las capacidades materiales de las naciones y pasar a un esquema de medición centrado en el bienestar de las personas y del planeta. El tercer cambio está en los incentivos que hasta ahora se han dado a los grandes dueños del capital, incentivos basados exclusivamente en el éxito de los accionistas y la rentabilidad de su dinero; y la propuesta es incorporar aspectos sociales y ambientales en los incentivos, un cambio en el que el beneficio del capital no sea lo principal. Y, por último, el cuarto cambio está en crear una conexión genuina, en el plano real y virtual; acotar la brecha entre los líderes políticos y económicos del mundo y el resto de la población y fomentar una conexión digital que fomente el entendimiento y la cercanía y no la polarización y el aislamiento.

Vista de manera superficial, la propuesta parece positiva: difícilmente alguien pudiera estar en desacuerdo con crear un mundo más equitativo, incluyente, sostenible y conectado. Pero una mirada crítica nos lleva a plantear cuestionamientos que nos ayuden a entender el trasfondo de esta iniciativa. Y para plantear dichos cuestionamientos lo primero es deshacernos de los señalamientos absurdos inscritos en las teorías de la conspiración a las que dan rienda suelta grupos de ultraderecha que, desde posturas ignorantes o sectarias, intentan confundir y desorientar con el objetivo de mantener ciertos privilegios raciales, sexuales, culturales o económicos. Dicho esto, la crítica parte del hecho de que la propuesta del Gran Reinicio la hace un sector de la élite económica y política del mundo que, por cierto, es la misma élite que durante las últimas cuatro décadas promovió el sistema económico global de capitalismo liberal que, de alguna u otra manera, nos ha llevado a la crisis que hoy enfrentamos. Pudiéramos pensar que por fin se han dado cuenta de los errores cometidos en el pasado y que ahora, en un ejercicio de consciencia y reflexión, buscan corregir el mundo reformando a ese capitalismo global que nos ha llevado a la situación crítica de plantear un reinicio. De hecho, esa es la imagen que el Foro intenta proyectar.

No obstante, el principal problema con la propuesta de Schwab y Carlos es la terrible ambigüedad de sus cuatro postulados y la intención de discutir el asunto en las mismas cumbres en donde la élite ha discutido el rumbo de la última globalización capitalista. Es decir, de entrada, se ve la repetición de viejas prácticas de ambivalencia y exclusividad que, como tales, pueden convertir las buenas intenciones en medidas nocivas para la sociedad en general o, en el mejor de los casos, incompletas. Porque difícilmente alguien pudiera poner en cuestión la necesidad de corregir el rumbo del mundo, de reconstruir el sistema global, pero pretender fincar la discusión de ese nuevo rumbo desde una visión vertical y exclusivista y, sobre todo, con una ambigüedad que abre la puerta a oportunismos y cambios sólo de apariencia que permitan la conservación de privilegios, es incurrir en los mismos errores del pasado reciente. Los mismos errores que permitieron los niveles de explotación de recursos naturales y de contaminación que están provocando el calentamiento global, así como el desmantelamiento de los aparatos de bienestar que profundizaron las brechas socioeconómicas que allanaron el camino a la polarización y el populismo.

En este sentido, es necesario asumir la reflexión que hace Joseba Gabilondo en su libro Globalizaciones. La nueva Edad Media y el retorno de la diferencia, publicado antes de la pandemia, pero no por eso menos vigente, y que sugiere que estamos parados en la disyuntiva del tipo de globalización a construir tras el desastre causado por el modelo capitalista: uno afincado en la visión aristocrática “feudal” de la élite económica global, u otro basado en las diferencias y particularidades de las distintas naciones “bárbaras” que conforman el grueso de la población mundial. En lo que no hay duda es en el hecho de que las cosas no van a seguir igual, mucho menos después de la pandemia. ¿Serán mejores o peores? Eso es lo que hoy se está decidiendo.

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Arturo G. González

Soy adicto a saber y descubrir algo nuevo todos los días. Me obsesiono con tratar de entender el mundo y la época que me tocó vivir. No puedo escapar a la necesidad de comprender por qué nuestra civilización es como es, y para ello leo noticias, opiniones, artículos de análisis y libros; escucho música y veo cine. Creo que el pasado vive en el presente, y que el presente es la pieza clave del futuro. Te invito a este viaje de pensamiento y descubrimiento cotidiano. Esta es mi visión del mundo.