Trump no se ha ido

Hay una corriente de opinión muy difundida que apunta a que la recién concluida presidencia de Donald Trump es la causa de la crisis por la que atraviesa Estados Unidos. Dentro de esa misma corriente no son pocos los que creen que una vez derrotado el republicano en la elección y asumido el poder por el demócrata Joe Biden, las cosas volverán a la “normalidad”. Como si la administración del magnate neoyorquino hubiera sido un paréntesis en la historia política de la Unión Americana. Pero hay suficientes indicios para pensar que no es así, que Trump no es la causa de la peor crisis multifactorial que enfrenta la superpotencia, sino más bien un síntoma. Y, por lo mismo, la crisis no desaparecerá con su salida de la Casa Blanca, como tampoco lo hará el caldo de cultivo que ha permitido al populismo reaccionario gobernar el país durante cuatro años. Después de Trump, la crisis y el “trumpismo” siguen ahí.

Para entender este proceso, hay que revisar la historia contemporánea de EUA, lo que implica atender a uno de los principales rasgos de su hegemonía global: un poderío económico basado en el modelo capitalista. Mientras la hegemonía mundial del Imperio británico colapsaba en la primera mitad del siglo XX, la Unión Americana desarrolló su economía a expensas de la compra de materias primas en el tercer mundo para expandir su base industrial. En poco tiempo, y tras la devastación causada por la Segunda Guerra Mundial, el “made in America” se convirtió en el sello de referencia en el orbe entero que no sólo marcó la producción de todo tipo de bienes de consumo, sino también el despliegue de un ejército de franquicias que, a la postre, se han convertido en el común denominador del paisaje urbano de las principales ciudades del mundo. Dicha fortaleza económica, que primero fue industrial y luego financiera, respaldada por un robusto aparato militar, le permitió a EUA durante tres décadas expandir la clase media y aumentar sus beneficios, hegemonizar la nueva globalización, intentar crear un orden global, exportar su cultura y hacer la guerra directa o indirecta a cualquier nación que considerara enemiga.

Pero a mediados de los 70 dicho modelo enfrentó sus límites, cuando la crisis de los altos precios del petróleo, de cuya importación dependía el desarrollo estadounidense, se conjugó con una crisis de rentabilidad del capital que se tradujo en estancamiento económico. El patrón dólar-oro (del acuerdo de Bretton Woods) había sido dado por terminado en 1971 por Nixon para dar paso a la impresión de dinero sin límites con el objetivo de financiar la costosa Guerra de Vietnam. La estanflación (estancamiento con inflación) se hizo presente. Este desajuste llevó a los teóricos económicos del poder a plantear, con varios matices, una vieja fórmula ya aplicada por los británicos en siglo XIX: el liberalismo, ahora como neoliberalismo. Reagan asumió como dogma de su gobierno esta corriente con miras a, primero, obtener los recursos necesarios para vencer a la URSS en la Guerra Fría, y segundo, reactivar la rentabilidad del capital. El nuevo dogma propugnó el empequeñecimiento de las capacidades sociales del Estado con la consecuente privatización de los antiguos beneficios públicos. Surgió entonces una nueva clase capitalista, tendente a acumular el gran volumen de dinero circulante, propensa a la especulación y partidaria de la desregulación financiera. Una clase a la que, por cierto, Trump pertenece.

A la par del achicamiento del Estado social, inicia el desmantelamiento parcial del aparato industrial estadounidense. El nuevo consenso mundial liderado por EUA impulsa reformas y acuerdos comerciales en países subdesarrollados para permitir la instalación de empresas norteamericanas que aprovechen los bajos costos de producción (salarios raquíticos, exenciones fiscales y escasas restricciones ambientales) para obtener un efecto doble: fomentar la rentabilidad del capital y dotar al gran mercado de la Unión Americana de productos a bajo precio. La disminución de los servicios sociales y de la estabilidad industrial en EUA fue sustituida con una avalancha de bienes de consumo baratos procedentes de las economías emergentes. Y para que la clase media de EUA pudiera mantener e, incluso, crecer su capacidad de compra, se recurrió a un aumento desmedido de la deuda, financiada principalmente por China y Japón. El consumismo apalancado en deuda sustituyó al aparato de bienestar en los años 80 y 90.

Cuando el modelo llegó a su límite, con más desigualdad, fractura del tejido social, desempleo en el sector tradicional, un individualismo extremo y falta de controles sobre el capital, surgió la necesidad de revertir el proceso de desindustrialización de EUA, aplicando aranceles a las importaciones y tratando de evitar que China “se siga aprovechando” del desequilibrio comercial. Pero el proteccionismo no trae consigo la reconstrucción del aparato de bienestar, sino más desregulación del capital en EUA para dar más ventajas a los inversionistas y quitar derechos a los trabajadores. Es decir, generar nuevas condiciones de rentabilidad para el gran capital mientras se engaña a la población afectada por el neoliberalismo, haciéndole creer que el causante de su cada vez más precaria situación es China, México, Europa, los inmigrantes, etc. Esta es la base del “trumpismo”, un movimiento populista y reaccionario que aprovecha el resentimiento de la antigua clase trabajadora industrial, población blanca en su mayoría, venida a menos. Como parte de la fórmula, se fomenta desde el poder la polarización y el conflicto social para minar la capacidad de respuesta de la sociedad frente al nuevo embate de los grandes capitalistas.

Sí, con Joe Biden se cierra un oscuro capítulo en la historia de la democracia estadounidense. Pero la crisis social, política y económica no termina. Tampoco quedan atrás las fuerzas que permitieron que Trump llegara a la presidencia. Biden cambiará el discurso y dará marcha atrás a muchas políticas iniciadas por el magnate, como ya lo ha hecho en sus primeros días de gobierno con la lucha contra la Covid-19, el acuerdo climático, la OMS, el muro, el DACA, etc. No obstante, en aspectos fundamentales se topará con grandes obstáculos, entre ellos, la polarización social, el racismo empoderado, la creciente desigualdad socioeconómica, el capital desregulado, la concentración del oligopolio tecnológico que controla los datos de millones de personas, y el creciente desafío de China, que con su fórmula de autoritarismo más capitalismo está a un paso de desbancar a la potencia americana. Es muy probable que el proteccionismo se mantenga, aunque en una nueva versión más callada y menos estridente. Por eso, puede decirse que Trump, como síntoma de la crisis americana, no se ha ido.

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Arturo G. González

Soy adicto a saber y descubrir algo nuevo todos los días. Me obsesiono con tratar de entender el mundo y la época que me tocó vivir. No puedo escapar a la necesidad de comprender por qué nuestra civilización es como es, y para ello leo noticias, opiniones, artículos de análisis y libros; escucho música y veo cine. Creo que el pasado vive en el presente, y que el presente es la pieza clave del futuro. Te invito a este viaje de pensamiento y descubrimiento cotidiano. Esta es mi visión del mundo.