Respondamos con sinceridad: ¿fue La Laguna en 2020 lo que hace 20 años imaginamos que sería? La pregunta no es ociosa. En el palacio de la memoria colectiva de la región existe un archivo que se llama proyectos de visión. Son varios y la gran mayoría tenían al año que recién terminó como punto de referencia de un futuro que pretendíamos alcanzar. Pero, todo indica que no lo logramos. Al menos no como nos lo propusimos. Si miramos de forma crítica nuestro presente y su pasado reciente, no será difícil darnos cuenta que lo que ocurrió es que el futuro nos alcanzó. ¿Cuál es la diferencia? Una muy importante: alcanzar el futuro es avanzar hacia una meta, construir una ruta viable y sostenible hacia un proyecto transgeneracional, planear y actuar en consecuencia; carecer de este proyecto o, en caso de tenerlo, no hacer lo suficiente para concretarlo, es sentarnos a esperar que el futuro nos alcance… como nos alcanzó en 2020. Y no es sólo la pandemia, que resultó sorpresiva para la mayoría, pese a las advertencias de científicos. Es, sobre todo, aquello que hemos dejado de construir. El año 2020 no sólo marca el fin de una década difícil para La Laguna, sino también la culminación de un ciclo de proyección y oportunidades pospuestas que no debemos perder de vista a la hora de visualizar el camino que nos depara el inicio de una nueva década.
De 2011 a 2020, en el ámbito estatal, del lado de Coahuila no hay muchos cambios: el partido en el poder es el mismo, la tendencia sigue siendo hacia el control político de todas las estructuras frente a una oposición disminuida y, aunque el peso político de la estructura de poder ha pasado del Sureste a La Laguna, la región aún no cosecha los frutos de este ajuste. Del lado de Durango se observa un cambio más de forma que de fondo con un partido diferente, pero con la misma visión centralista que pone obstáculos al crecimiento de la comarca. Y como marco de estos devenires, impera la falta de coordinación entre autoridades locales y estatales a la hora de impulsar el desarrollo regional de manera firme, planeada, integral y equitativa. Y es que con todo y que en el ámbito municipal ha habido alternancias importantes y una pluralidad de elecciones, que se refleja en el hecho de que Torreón hoy es gobernado por el PAN, Gómez Palacio y Matamoros por Morena y Lerdo por el PRI, la incapacidad para el acuerdo metropolitano y la proyección conjunta sigue siendo la norma. Sólo en un tema se puede decir que ha habido algún avance producto de la coordinación, la seguridad, pero aun así tiene sus asegunes.
La Laguna inició la década pasada sumida en la peor crisis de seguridad de su historia reciente. Las omisiones, complacencias y complicidades del pasado nos cobraron muy alta la factura. Y tuvimos que reaccionar a contrapelo de los ánimos decaídos, el miedo y la desarticulación. En ese momento, la única salida, desesperada, fue pedir la intervención directa del Ejército para la creación de un mando especial que coordinara todas las tareas de seguridad que las policías municipales o estatales no podían desarrollar con probidad y eficiencia debido a la infiltración o la incapacidad. El desgaste de los grupos criminales enfrentados en la región y la desarticulación parcial de las bandas más activas de sicarios provocó que los índices delictivos comenzaran a bajar en 2014. Sin duda este es un hecho positivo, que no hubiera sido posible sin la presión y gestión de integrantes de la iniciativa privada, sociedad civil y medios de comunicación, ni la respuesta de los gobiernos a la demanda social. Pero sus alcances son limitados y el esfuerzo se ha quedado en la estadística y no ha trascendido hacia una política pública sostenida de prevención del delito y la violencia. El caldo de cultivo para la descomposición sigue existiendo.
En la década que se fue La Laguna padeció una prolongada sequía de inversiones que no termina de esfumarse, consecuencia, sí, de la inseguridad, las secuelas de la crisis económica de 2008-2009 y el centralismo, pero también de la falta de visión de las autoridades y de fuertes carencias en factores de competitividad. Un signo del largo camino que nos falta por recorrer para tener un cauce económico con futuro es que la generación de riqueza en la región sigue dependiendo de la misma condición que hace 150 o 200 años: acaparamiento de tierra y agua. Es importante imprimir un enfoque innovador que parece estarse gestando ya en el sector privado y parte de la sociedad civil. Otro signo lo podemos encontrar en que el principal “valor” de atracción de inversiones de la región sigue siendo su bajo costo de producción, es decir, salarios reducidos, en comparación con otras zonas del país. Somos todavía una zona expulsora de talento y juventud y la desigualdad socioeconómica y sistémica continúa constituyéndose en un lastre. Un signo más se observa en el rezago de servicios públicos que enfrentan todavía ciudades y pueblos. Cualquier ciudadano de mirada crítica podrá percatarse, en un recorrido por la zona metropolitana y sus alrededores, de las graves carencias de infraestructura básica. Las limitaciones en este sentido son obstáculos para el desarrollo de la población. Mención aparte merecen la movilidad metropolitana y la conectividad digital, dos factores que marcan diferencia en el progreso de las ciudades y sus habitantes. El desorden del transporte urbano colectivo, la demora en la conclusión del Metrobús y la ausencia de un servicio de internet eficiente en espacios públicos son sólo tres ejemplos del atraso en el que nos encontramos.
Tampoco se aprecian avances sustanciales en la creación y aplicación de una agenda medioambiental regional y de desarrollo sostenible. Y no se trata sólo del cuidado ecológico, necesario sin duda, sino de concebir un modelo distinto de planeación urbana y suburbana que ponga como eje el equilibrio entre el progreso económico, el bienestar humano y la protección del entorno natural. No es fácil, pero hemos dejado mucho por hacer en este renglón, lo cual se refleja en una mala calidad del aire, la sostenida sobreexplotación del acuífero, el desorden en el confinamiento de basura y el descuido de nuestras escasas, pero importantes, reservas naturales protegidas, como el Cañón de Fernández, que ha sido víctima del abandono de las autoridades estatales y de la inconsciencia de ciudadanos que acuden a contaminar y destruir la flora y fauna con vehículos automotores deportivos. Nos urge una nueva forma de entender y desarrollar nuestras ciudades, más racional y mejor planeada; una nueva manera de comprender y ejercitar nuestro ser ciudadano, más crítica y exigente, sí, pero también más participativa. Asumamos el compromiso como región de cara a la nueva década que inicia, y en vez de esperar a que el futuro oscuro nos alcance, nosotros alcancemos ese futuro promisorio que deseamos y merecemos.