Las herramientas de piedra y madera representaron el gran salto evolutivo que nos hizo seres humanos. Las herramientas, transformación de materia natural en objetos sofisticados y útiles, nos permitieron transformar el mundo a la vez que nos transformaron a nosotros mismos. De homo habilis a homo erectus y de éste a homo sapiens, en los últimos años ha surgido una nueva categoría de humano: el homo digitalis. Ya no son los objetos transformados en herramientas y máquinas lo único que marca nuestra vida y la forma de relacionarnos con el entorno, ahora son las tecnologías digitales del espacio virtual las que determinan nuestra experiencia. La manera en la que nos relacionamos con el mundo ha sufrido en tres décadas una revolución más rápida que nuestra capacidad de asimilarla y comprenderla. La revolución digital ha puesto literalmente al alcance de nuestras manos un mundo que cada vez con mayor frecuencia confundimos con el mundo real. La tecnología informática representa grandes beneficios para la humanidad en función de conexión, información e inmediatez, sin embargo, trae consigo también grandes riesgos. Nos hemos embriagado con la cualidad intuitiva de los ordenadores y móviles y su capacidad para hacernos desterrar el aburrimiento que reparamos muy poco en la trampa que viene implícita: la trampa del homo digitalis, ese nuevo homo que somos nosotros.
Byung-Chul Han es uno de los pensadores que más ha profundizado en la naturaleza compleja y peligrosa del homo digitalis, ese ser al que define como narcisista, inestable y sin capacidad para entender el presente ni al otro diferente a nosotros. El filósofo surcoreano sintetiza en una frase de su libro La sociedad del cansancio la esencia de la trampa del nuevo homo: “lo que el yo narcisista se encuentra en los espacios virtuales es, sobre todo, a sí mismo. La virtualización y la digitalización hacen que lo real que opone resistencia vaya desapareciendo cada vez más”. Hace poco más de 20 años la internet se expandió por el mundo con la gran promesa de la democratización del conocimiento, la información sin límites de tiempo ni espacio, la construcción de una aldea global hiperconectada, más democrática, horizontal, plural y sabia. La realidad es que la promesa no sólo no se ha cumplido, sino que cada vez estamos más lejos de alcanzarla conforme avanzamos en el desarrollo y sofisticación de estas nuevas tecnologías. El paleoantropólogo francés Pascal Picq nos advierte en su libro Sapiens frente Sapiens que “la revolución digital y los aparatos conectados modifican profundamente todos los aspectos de nuestras vidas. Estamos amenazados por lo que yo llamo el ‘síndrome del planeta de los simios’. Además de las amenazas actuales que estas novedades suponen para nuestras libertades individuales, es muy grande la tentación de caer en la facilidad y el confort, una servidumbre voluntaria y nociva que destruye todo lo que ha hecho la aventura del linaje humano desde hace dos millones de años: relaciones sociales, culturas, actividades física y sexual, movilidad…”
Para entender más el fenómeno podemos remontarnos 500 años en la historia. Sí, medio milenio. La idea de concentrar en un solo espacio todo el conocimiento producido por la humanidad no nació con los creadores de internet en el siglo XX. Hernando Colón, hijo del célebre navegante genovés Cristóbal, emprendió una misión personal a la altura de la de su padre, pero en otro ámbito, misión narrada por el filólogo inglés Edward Wilson-Lee en Memorial de los libros naufragados. Hernando anhelaba crear una biblioteca universal en la que no sólo hubiera libros en las lenguas principales de su época, el siglo XVI, sino también imágenes impresas y folletos de todo tipo. Logró reunir a lo largo de su vida entre 15,000 y 20,000 volúmenes y miles de documentos sueltos en lo que llegó a ser la biblioteca privada más grande de Europa. No obstante, el hijo del navegante era muy consciente de los retos que implicaba una empresa de tales dimensiones, por lo que se dio a la tarea de catalogar todo el acervo en listas por autores y títulos, de manera que al lector le bastara consultar dichos catálogos para encontrar el libro buscado. Pero existía otro problema: habría que conocer al autor y el nombre del libro para encontrarlos, es decir, la biblioteca y sus catálogos no rompían la burbuja de lo ya conocido por el lector. Este problema le causaba dolores de cabeza a Hernando… hasta que lo resolvió creando el primer “motor” de búsqueda de la historia, lo que hoy conocemos como fichas bibliográficas, que podemos encontrar aún en varias bibliotecas públicas, y un catálogo por temas con síntesis de los libros que sería distribuido por toda Europa para que, quien estuviera interesado, pudiera conocer a grandes rasgos todo el contenido de la biblioteca. La vida no le alcanzó a Hernando para hacer su sueño realidad, pero nos legó además de libros, fichas y catálogos, la advertencia sobre el riesgo que implica para el conocimiento humano el quedarnos atrapados en la burbuja de nuestros sesgos, prejuicios y limitaciones.
Y este es hoy, precisamente, uno de los principales problemas con internet y, particularmente, con las redes sociales virtuales, debido al desarrollo de algoritmos que tienden a cerrar las opciones de los navegantes del ciberespacio para ofrecerles sólo los contenidos más apegados a sus gustos e ideología. Nuestra creciente dependencia a las tecnologías digitales y el uso masivo de estos algoritmos nos conducen a crearnos una idea del mundo que no corresponde con la realidad, y que alimenta nuestra ignorancia, miedos y prejuicios. El racista encontrará más fácilmente contenidos y perfiles que afiancen su racismo, por ejemplo. Este hecho acentúa la polarización, propicia la fragmentación y obstaculiza las vías del entendimiento en un marco democrático. La economista política e internacionalista mexicana María José Salcedo nos ofrece claves importantes sobre este problema en su artículo “Populismo y redes sociales” publicado en Foreign Affairs Latinoamérica: “los algoritmos presentan un gran reto para la democracia no solo en el contexto de la pandemia, si no en todos los aspectos de la vida diaria de las personas, pues reemplazan el contenido aleatorio de las plataformas y personalizan lo que los usuarios ven según sus intereses. Cuando un algoritmo capta los hábitos del usuario en línea, crece para adaptarse a él y genera una llamada ‘burbuja de alienación’. Como consecuencia se forman comunidades digitales con personas que tienen los mismos intereses y dificulta el contacto con los que tienen opiniones diferentes. Esto lleva a la polarización social…”. En suma, el problema es real y más grave de lo que pensamos. La trampa está ahí. La pregunta ahora es: ¿podremos librarnos de ella? ¿Cómo? La respuesta será materia de otros artículos.