El litio es el metal más ligero disponible en la corteza terrestre. Su abundancia, moderada, se encuentra por debajo del cobre, pero por encima del estaño. Es un metal alcalino de color blanco plateado que tiene múltiples usos. En medicina, se utiliza para tratar el trastorno bipolar y la depresión. También tiene aplicaciones en la producción de energía nuclear. En tecnología, se usa para la fabricación de baterías necesarias para desarrollar teléfonos móviles inteligentes, principal instrumento de comunicación actual, y transportes eléctricos, la alternativa a los autos de combustión interna. Se le conoce como el “oro blanco” del siglo XXI, una especie de remedio para un planeta enfermo por la sobreexplotación de carbón e hidrocarburos. Su utilidad para un mundo postpetróleo ha desatado una pugna internacional por el control de yacimientos en medio de un orden global que por momentos da visos de volverse nuevamente bipolar, con Estados Unidos de un lado y China del otro.
Se prevé que en la presente década la demanda de baterías de iones de litio se multiplique por siete, de acuerdo con Bloomberg NEF 2019 Electric Vehicle Outlook. El impulso lo da la demanda de la industria de vehículos eléctricos de pasajeros, principalmente, pero también de vehículos de transporte comercial, centros de almacenamiento estacionario de energía, aparatos electrónicos y autobuses eléctricos. La industria de las baterías de litio está dominada por cinco empresas transnacionales: una sudcoreana (LG Chem), dos chinas (CATL y BYD), una japonesa (Panasonic) y una estadounidense (Tesla), según datos de Benchmark Mineral Intelligence. Las compañías chinas suman el 60 por ciento de la producción mundial y junto con las otras acaparan el mercado al grado de poseer contratos de suministro con las principales marcas fabricantes de autos: Volkswagen, General Motors, Ford, Renault, Nissan, Hyundai, Kia, Volvo, BMW, Daimler, Toyota, Honda y Tesla. Por eso, la firma china CATL invierte dos mil millones de dólares en una planta en Arnstadt, Alemania, y la estadounidense Tesla invirtió otro tanto en Shanghái, China.
El incremento de la demanda de baterías de litio tiene su origen en la necesidad de frenar las emisiones de gases de efecto invernadero que provocan el calentamiento global extraordinario o cambio climático antropogénico. La discusión se ha instalado en la agenda pública internacional como uno de los grandes problemas a resolver en el siglo XXI. Un problema que, de acuerdo con los científicos menos optimistas, pone en riesgo la viabilidad de la vida humana en la Tierra, al menos en condiciones de estabilidad y bienestar. A unos días de que se inaugure la Conferencia sobre cambio climático (COP26) en Glasgow, el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, lanzó un desafío a los países más desarrollados del mundo, principales causantes del calentamiento global: dejar de producir y vender autos de combustión interna en 2035, con una prórroga máxima hasta 2040. Y es que, si el mundo no logra disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero en esta década, cruzaremos el punto de no retorno. Con este horizonte en la mirada, los autos eléctricos aparecen como parte de una solución.
Las empresas productoras de baterías y los gobiernos de los países están sumergidos en una búsqueda frenética de yacimientos de litio. De acuerdo con datos de la Fundación para el Desarrollo de la Minería Argentina, Chile, Bolivia y el país del Plata poseen el 85 % de las reservas conocidas del “oro blanco” en el mundo. De los tres, Chile es el número uno. En octubre de 2019, la compañía estatal rusa de energía nuclear Rosatom acordó adquirir el 51 por ciento de un proyecto de extracción de litio en un terreno de 46,200 hectáreas en el desierto de Atacama, en Chile, con la finalidad de incrementar su cadena de suministro para la generación de energía renovable. Pero existen otros países que poseen reservas importantes con posibilidad de descubrimientos atractivos. Afganistán es uno de ellos, el país de Asia Central que acaba de ser desalojado por las tropas estadounidenses tras 20 años de guerra para dejar el control en manos de los talibanes, grupo fundamentalista islámico que dialoga hoy con Rusia y China para lograr acuerdos políticos y económicos. Bolivia es otro país que cuenta con grandes reservas del preciado elemento. En noviembre de 2019, el entonces presidente Evo Morales dio marcha atrás a los proyectos de inversión mixtos entre empresas estatales nacionales y privadas extranjeras para explotar los yacimientos de litio. Poco tiempo después, Morales dimitió tras presiones de las fuerzas armadas, en medio de especulaciones entre las que se incluyen las decisiones tomadas sobre el cambio de esquema en la extracción del metal alcalino.
México también cuenta con yacimientos importantes de litio, ubicados principalmente en Sonora. Según el sitio web Mining Tecnology, el yacimiento de Bacadéhuachi es el más grande del mundo. En mayo de 2019 se anunció que la empresa china Gangfeng Lithium acordó adquirir el 29.9 por ciento de un proyecto de extracción del metal alcalino en el lugar, encabezado por la compañía británica Bacanora Minerals. En mayo de 2021 la compañía asiática manifestó su intención de adquirir el 100 por ciento del proyecto. Con dicha adquisición, Gangfeng Lithium pretende abastecer a las plantas armadoras de autos eléctricos de Lucid Motors en Arizona y Tesla en California. Para el gobierno de México, el litio comenzó a estar en el radar en febrero de 2020, cuando la pandemia de Covid-19 apenas iniciaba. Entonces, el Ejecutivo federal decidió tomar el control de cuatro de los once yacimientos detectados en el país, ubicados en Sonora, Jalisco y Puebla. En ese momento la intención del gobierno era explorar la posibilidad de trabajar de manera conjunta con empresas privadas extranjeras para extraer, procesar y comercializar el litio. Pero la postura ha cambiado.
El presidente de México ha enviado hace unos días una polémica iniciativa de reforma eléctrica al Congreso de la Unión en la que contempla, entre otras cosas, establecer un monopolio del Estado en la explotación del litio. “No vamos a permitir que saqueen y se lleven el litio de México”, dijo el mandatario Andrés Manuel López Obrador en Puebla. Con la iniciativa, la inversión china en Bacadéhuachi, Sonora, está en riesgo. El problema es que México no cuenta con la tecnología ni el conocimiento para extraer, procesar y transformar el litio, por lo que no es descabellado suponer que, en el marco del TMEC, Estados Unidos pueda aportar dichas capacidades a cambio de ser el beneficiario del producto de la explotación del metal por parte del Estado mexicano. Algo parecido a lo que ocurrió con el petróleo, que se extraía en México, pero se refinaba al otro lado del río Bravo.