Por Arturo González González
El orden mundial de las últimas dos décadas ha preparado un coctel potencialmente explosivo. El coctel contiene cuatro ingredientes principales: la incapacidad de Estados Unidos de asimilar la debacle de su hegemonía global; la renuencia de China a asumir compromisos acordes a su papel de potencia mundial; las dificultades de la Unión Europea para construir una política exterior única e independiente, y la desafiante insistencia de Rusia a ser tratada como una potencia de primer nivel. Como lo comenté hace siete meses en este espacio, no vivimos una nueva guerra fría, sino una paz caliente, parecida a la paz armada anterior a la Primera Guerra Mundial. Y mencioné también que los dos polvorines más peligrosos están en Europa del Este y el mar de China Meridional, específicamente Ucrania y Taiwán. Estos focos de tensión involucran a las cuatro potencias mencionadas en dos frentes que apuntan a la lucha por el control de Eurasia y sus mares circundantes, con la energía y la industria tecnológica como puntos centrales. Los hechos ocurridos en los últimos meses no permiten abrigar esperanzas de soluciones prontas y duraderas. Al contrario, la situación en ambos frentes se complica con el paso de los días.
El riesgo mayor está en Europa del Este. El elemento más nuevo es la crisis migratoria en la frontera de Bielorrusia con Polonia y Lituania y que podría alcanzar a Ucrania. Para la UE y el gobierno polaco, la crisis ha sido provocada por el régimen bielorruso de Aleksandr Lukashenko al propiciar la entrada al territorio común europeo de miles de inmigrantes procedentes de Asia Central y Occidental y África del Norte, y que llegaron a Bielorrusia por avión gracias a las facilidades otorgadas por Minsk. Polonia y Lituania han reforzado sus fronteras, lo cual pudiera ocasionar que los inmigrantes intenten ahora cruzar a Ucrania y de ahí pasar a la UE. La razón de fondo del proceder de Minsk no está clara, pero hay quienes ven en este acto una reacción de Lukashenko a las sanciones aplicadas por Bruselas tras el presunto fraude de las elecciones de 2020, la represión de las manifestaciones y la persecución a la oposición política bielorrusa. Otros apuntan a que se trata de una estrategia de distracción por parte de Minsk, aliado de Moscú, para alejar la mirada de la movilización masiva de tropas rusas cerca de la frontera entre Rusia y Ucrania.
Y es que unos 114,000 efectivos del ejército ruso, con armamento pesado, han sido desplegados en las últimas semanas. Kiev ha denunciado que el despliegue es una amenaza para su territorio y pudiera formar parte de un golpe estratégico de Rusia para anexionarse las regiones separatistas prorrusas del este de Ucrania, como lo hizo con Crimea en 2014. Lo cierto es que con la presión migratoria en su frontera norte y la tensión bélica en la oriental, Ucrania vive una especie de cerco mientras demanda desde hace meses el apoyo de la UE y la OTAN. Por su parte Minsk acusa a Occidente de propiciar un cambio de régimen en Bielorrusia, y Rusia denuncia a EUA y sus aliados de aumentar su presencia terrestre y naval en una zona que Moscú considera parte de su espacio vital.
Un elemento que complica aún más la inestabilidad de la región es la energía. Como se ha visto durante la actual crisis energética, Europa Occidental depende demasiado del gas de Rusia, potencia energética que está buscando aumentar la venta del combustible a sus socios europeos con el nuevo gasoducto Nord Stream 2, que conecta con Alemania por el Báltico. Ucrania ve en ello un golpe a su economía, ya que su relevancia como etapa de paso del gas ruso a Europa disminuirá, al igual que sus ingresos por derecho de vía. Esta presión económica, sumada a la migratoria y bélica, cerraría la pinza para tambalear al actual gobierno prooccidental de Kiev hasta hacerlo caer. Históricamente, Ucrania y Rusia están vinculados desde su nacimiento como naciones eslavas. Estratégicamente, Moscú necesita afianzar el control del mar Negro y mantener al espacio postsoviético en su órbita, por lo que una Ucrania antirrusa le parece intolerable. El Kremlin estaría tensando la cuerda para medir si la UE y la OTAN respaldarán a Kiev a costa de la seguridad energética y la estabilidad política de Europa.
El caso Taiwán es menos complejo, pero no deja de ser complicado. Para China continental, la isla es parte de su territorio aunque con autonomía. Para Taipei, China Popular y China Nacionalista son dos repúblicas con sistemas políticos y económicos distintos. Para consolidar esta independencia, el gobierno liberal de Taiwán ha buscado el apoyo y reconocimiento de potencias occidentales, principalmente EUA, quien ha respondido hasta ahora sin reconocer la independencia, pero sí dando apoyo político y militar para aumentar las capacidades de defensa de Taipei. Para Pekín, el control de la isla es muy importante por varias razones. Uno, porque representa un poderoso símbolo político para el gobierno de Xi Jinping, quien busca ampliar su proyección de poder dentro y fuera del país. Dos, porque la isla de Formosa es un enclave estratégico para controlar el mar de China Meridional, en donde la flota estadounidense sigue teniendo fuerte presencia en contra de los intereses chinos. Y tres, porque Taiwán tiene un gran peso en la economía de China, el Sudeste asiático y el orbe entero.
Taiwán es el principal productor mundial de semiconductores y circuitos integrados, indispensables para la fabricación de celulares, pantallas, tabletas, computadoras, consolas y autos. La excesiva dependencia de China del suministro de las compañías taiwanesas —principalmente TSMC— ha orillado a Pekín a desarrollar su propia tecnología, para lo cual contrata personal de la isla con la idea de replicar sus métodos de fabricación. Pero Taipei ha respondido con medidas para restringir la transferencia de conocimiento entre las dos Chinas en un sector que considera estratégico. Por otra parte, la empresa líder mundial en la elaboración de dispositivo electrónicos es taiwanesa, Foxconn, que produce lo que comercializan marcas como Apple, Samsung, Sony, Nintendo, Acer, Dell, HP, Microsoft, Motorola, etc. Posee fábricas en varios países, pero es en China donde su presencia es más fuerte con plantas donde laboran más de 300,000 trabajadores.
Con este contexto se entiende que, en la videoconferencia que sostuvo con su homólogo estadounidense Joe Biden, Xi Jinping haya advertido que apoyar la independencia de Taiwán es «como jugar con fuego, y quien juega con fuego se quema». Taiwán es para China más o menos lo que Ucrania es para Rusia, salvando las particularidades. Son territorios vitales para sus intereses geopolíticos con una fuerte carga económica: energética para Rusia, tecnológica para China. Las grandes potencias están jugando con fuego, ojalá no terminemos quemados todos.