Tiempos peligrosos

Por Arturo González González

Con el triunfo del bloque capitalista sobre el comunista en 1991, el mundo entró en una nueva era. Una de las realidades que cambiaron en la política internacional de forma más evidente fue que de un sistema basado en la rivalidad entre dos potencias se pasó a otro en el que sólo existía un poder hegemónico indiscutible en el que los desafíos ya no eran las fricciones entre estados poderosos. El acento pasó a las diferencias de desarrollo entre países, a las guerras civiles y disturbios internos en las naciones estatalizadas, a las diferencias étnicas o culturales, y al terrorismo y crimen organizado como retos a los poderes institucionales establecidos. No obstante, 30 años después del fin de la Guerra Fría, el orbe se encuentra de nuevo sumergido en un duelo entre grandes potencias con riesgos considerables de choque entre las mismas, sin que los desafíos mencionados hayan desaparecido. Más bien, a lo que asistimos es a una acumulación de tensiones que interactúan entre sí y forman parte del cuadro global de descomposición de la hegemonía estadounidense.

El siglo XX estuvo marcad por las tensiones y luchas entre grandes poderes que buscaban imponer sus intereses geopolíticos y geoeconómicos sobre los de otros jugadores. Esta situación fue herencia del imperialismo del siglo XIX, en el que los estados colonialistas europeos hicieron la guerra a pueblos ancestrales y viejos imperios de diversas latitudes para instaurar su dominio. El mundo quedó repartido entre un puñado de imperios, con el británico a la cabeza, seguido del alemán, italiano, francés, ruso, otomano y austrohúngaro. En los horizontes extremos, dos estados crecían en poder y comenzaban a jugar un papel importante en la política internacional: Japón y Estados Unidos. Incluso los estados latinoamericanos que habían alcanzado su independencia a inicios de los 1800, quedaron bajo la influencia de la disputa económica y política de los imperios europeos. La crisis de rentabilidad del capitalismo observada desde la década de 1870 llevó a las potencias europeas a incrementar sus rivalidades, las cuales, a su vez, dieron pie a una carrera armamentista sin precedentes. En lo profundo, lo que se estaba viviendo era la crisis de la hegemonía británica. Bastaba una chispa para que explotara el polvorín.

Y eso fue lo que ocurrió en 1914. La Primera Guerra Mundial fue un conflicto eminentemente imperialista con fuerte carga económica (disputas coloniales) y política (nacionalismos crecientes), cuya resolución no fue contundente y dejó abiertas las posibilidades de una nueva conflagración, como ocurrió 25 años después. Casi las mismas potencias de la primera protagonizaron la Segunda Guerra Mundial, con el agregado de que muchos más países se involucraron o se vieron afectados. En esencia, las mismas tendencias de 1914 estaban presentes en 1939, pero con una mayor profundidad: el imperialismo se estaba endureciendo en la medida que aumentaba el cuestionamiento hacia él, y el nacionalismo se había fusionado con el fascismo. No obstante, existían dos elementos novedosos: el capitalismo estadounidense y el socialismo soviético. Estos dos últimos configurarían la rivalidad que marcaría la segunda mitad del siglo XX. La diferencia con las tensiones que estallaron entre 1914 y 1945 radicaba en que la nueva pugna tenía un marcado acento ideológico “evangelizador”, además de los evidentes intereses políticos y económicos. Además, había otro factor técnico de suma importancia: la bomba atómica.

Las dos guerras mundiales fueron conflictos desarrollados por ejércitos convencionales con declaraciones bélicas formales, como ocurría en el siglo XIX. La gran y terrible novedad estaba dada por el incremento de las capacidades destructivas de los armamentos. La infantería ya no era el factor decisivo de todos los combates. La artillería, los tanques, los submarinos y la aviación vinieron a completar un cuadro de horror. Más en la segunda que en la primera, la población civil se convirtió en objetivo militar dado el soporte que brindaba, en auxilio y suministro, a los ejércitos enfrentados. Los bombardeos aéreos se volvieron la trágica norma, junto con la destrucción de infraestructuras básicas para la vida. La consecuencia fueron decenas de millones de muertos, más civiles que militares. Y no es de extrañar que, en medio de la normalización de los bombardeos de ciudades, y la insensibilización hacia sus resultados, la SGM terminara con la destrucción de dos urbes japonesas causada por sendas bombas atómicas estadounidenses. Un nuevo mundo había nacido literalmente de las ruinas del anterior. La Guerra Fría de 1947 a 1991 estuvo marcada por el temor a un nuevo conflicto mundial en el que las potencias involucradas terminaran usando su arsenal nuclear, lo que acarrearía la aniquilación mutua. Hay quienes ven en esta posibilidad la razón por la que EUA y la URSS no se enfrascaran en una guerra formal directa, sino en múltiples guerras informales o indirectas en escenarios de los cinco continentes: revoluciones, insurgencias, rebeliones, golpes militares, invasiones. Las declaraciones de guerra se volvieron parte del pasado.

La caída de la URSS dispersó el miedo a una gran conflagración nuclear, a la par de que se firmaron acuerdos para frenar la proliferación de ese tipo de armas. Sin embargo, nuevos desafíos aparecieron en el horizonte: las guerras civiles de los nuevos estados independientes en Europa, Asia y África; las tensiones fronterizas y étnicas entre nuevos y viejos estados y dentro de los mismos; el terrorismo internacional, y el crimen organizado. Los conflictos se volvieron de difícil definición y de larga duración, con límites difusos y fuerzas no convencionales frente a otras similares o frente a tropas convencionales internas o externas. En este tipo de conflagraciones hay que ubicar los conflictos en los Balcanes, el Cáucaso, África del Norte y subsahariana y Oriente Medio y Asia Central, así como las guerras antinarco en Latinoamérica. Pero en medio de este escenario de inestabilidad sistémica, producto de la crisis de la hegemonía de EUA, ha resurgido de 2014 a la fecha una rivalidad entre grandes potencias que tiene hoy en Ucrania, Irán y Taiwán sus principales focos de tensión. Los protagonistas mayores son EUA, Reino Unido y la Unión Europea, de un lado, y Rusia y China, del otro, todos con arsenal nuclear, y con un puñado de potencias intermedias o regionales en liza. A partir de ahora, los viejos y difusos conflictos tendrán que ser vistos en su relación con la nueva disputa de las grandes potencias, en la que, por cierto, la amenaza nuclear ha reaparecido a la luz de la irrupción de los misiles hipersónicos desarrollados por Rusia, China y Corea del Norte, que tienen muy inquieto a Occidente. Vivimos tiempos peligrosos, otra vez.

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Arturo G. González

Soy adicto a saber y descubrir algo nuevo todos los días. Me obsesiono con tratar de entender el mundo y la época que me tocó vivir. No puedo escapar a la necesidad de comprender por qué nuestra civilización es como es, y para ello leo noticias, opiniones, artículos de análisis y libros; escucho música y veo cine. Creo que el pasado vive en el presente, y que el presente es la pieza clave del futuro. Te invito a este viaje de pensamiento y descubrimiento cotidiano. Esta es mi visión del mundo.