Ucrania: guerra de voces y silencios

Por Arturo González González

Se han cumplido ocho meses de una guerra que ha roto todos los pronósticos. Rusia no ha sometido militarmente a Ucrania, ni Occidente ha doblegado económicamente a Rusia. La intervención militar no fue corta como Moscú lo esperaba, ni el impacto contenido como Bruselas y Washington deseaban. Tras más de 240 días de intercambio de fuego estamos ante un conflicto que seguramente traerá el invierno más difícil para Ucrania, el continente europeo y el mundo desde la Segunda Guerra Mundial. Un conflicto del que muchas cosas se dicen, pero muchas otras se callan; en el que no todo es lo que parece, ni parece todo lo que es. Y es que hay un juego de voces y silencios que debemos interpretar si queremos comprender la guerra más trascendente de lo que va del siglo XXI.

Antes de la “operación militar especial” de Rusia, la Unión Europea se planteaba una especie de refundación tras la ruptura con el Reino Unido y en medio de la volubilidad de unos Estados Unidos cada vez más erráticos en su política exterior. El Brexit y Trump llevaron a Bruselas a considerar una mayor autonomía política y militar respecto a Washington bajo la idea de sostener posturas globales más afines con los intereses europeos. Pero la urgencia de la guerra en Ucrania ha puesto en pausa dicho plan y ha afianzado la visión de la OTAN, liderada por EUA, dentro de Europa. Los dirigentes comunitarios y de las principales potencias europeas han comprado la idea de que su futuro depende de que Ucrania pueda resistir al nuevo expansionismo ruso. Se ha impuesto la lógica de los halcones: el enemigo está afuera, es el otro diferente que quiere acabar con nuestra forma de vida.

Sin embargo, esta visión esconde la realidad de la fractura social que vive Europa, una fractura producto más de fenómenos políticos y económicos internos que externos. Bajo el discurso de “tenemos que frenar a Putin” subyace la desigualdad social, el deterioro sostenido de la calidad de vida de las clases trabajadoras, el achicamiento del Estado de bienestar, la mala gestión del fenómeno migratorio y el regreso del fascismo a las instituciones de gobierno de países que sufrieron en carne propia la toxicidad de la más extrema de las derechas. Vox en España, FdI en Italia y AfD en Alemania se alimentan del desencanto democrático mientras promueven un liberalismo económico más voraz y un conservadurismo político más duro.

La sociedad europea está dividida, como lo está la norteamericana. Tras la retórica anti Putin de las élites políticas occidentales existe el disenso de grupos sociales que padecen la inflación más alta en cuatro décadas y la incertidumbre de un invierno sin suficiente suministro energético debido a una guerra que se financia en parte con el dinero de sus contribuciones convertidas en armas y equipos bélicos para ayudar a Kiev a plantar cara a Moscú. Porque está claro que sin la ayuda de la UE y la OTAN, los ucranianos ya habrían sucumbido. Pero ya hay manifestaciones de descontento en varios países contra la postura atlantista, la guerra subsidiaria y sus consecuencias. No obstante, los líderes estadounidenses y europeos quieren hacer creer que el rechazo a Rusia es unánime en Occidente y buena parte del mundo.

La Asamblea de la ONU ha votado hasta el momento tres resoluciones de condena a la invasión rusa. En promedio son 140 países los que se han alineado a la visión de EUA y sus aliados para recriminar a Moscú sus acciones. Sin embargo, hay 35, entre ellos China e India, que se mantienen en la abstención; mientras otros cinco, Rusia incluida, abiertamente rechazan la condena. Esto muestra que, si bien la gran mayoría de la comunidad internacional desaprueba la intervención rusa en Ucrania, hay un bloque de 40 países que se resiste a hacerlo. Pero dentro de los 140 afines a la condena la posición no es homogénea. Mientras EUA y la UE han llevado su aversión al nivel de ruptura comercial con Rusia, países como Turquía, México y Brasil mantienen relaciones económicas y políticas dinámicas con Moscú. Por otro lado, hay quienes han querido ver en la abstención de China e India —primera y tercera potencia económica por paridad de poder adquisitivo— un distanciamiento con Rusia. Sin embargo, a estas alturas y dadas las consecuencias de la guerra, la negativa a condenar las acciones rusas se traduce como un apoyo político implícito a Putin, amén de que ambos gigantes asiáticos siguen comerciando con el país más grande del mundo, burlando las sanciones occidentales.

Del lado ruso, los silencios dicen más que las belicistas voces estridentes. Y es que luego de la movilización parcial de 300,000 reservistas decretada por el presidente ruso para hacer frente a una contraofensiva ucraniana que hoy se ha estancado, son pocos los que se hacen una pregunta clave: ¿dónde está el casi millón de efectivos profesionales de las fuerzas armadas rusas? Más aún, que Moscú esté recurriendo a la utilización de misiles y drones iraníes para golpear la infraestructura crítica ucraniana pone en entredicho la capacidad real de fuego rusa. Pero el juego de silencios va más allá. El régimen da espacio a las críticas sobre el cómo de la operación especial para ocultar los cuestionamientos sobre el qué y el porqué. Es decir, permite disensos en los alcances de la guerra, mientras oculta el rechazo interno a la misma.

Por otra parte, llama la atención cómo los soportes internacionales de Putin prefieren, por ahora, mantenerse por debajo de la retórica. Irán, que está proporcionando armas a Rusia, lo niega, quizá para evitar ver cancelada la reactivación del acuerdo nuclear con Occidente. Bielorrusia, que facilita al ejército ruso la operación en su territorio, hace poco alarde de ello. China e India, que mantienen el respaldo económico a Moscú, cuidan su lenguaje y tratan de manejar una postura de neutralidad. Pero es indudable que, así como el apoyo explícito de Occidente a Ucrania le ha permitido a este país resistir, el apoyo implícito de Oriente a Rusia le ha valido para extender su operación militar más allá de lo previsto.

Por todo lo anterior es posible asegurar que mientras para Ucrania y la Rusia de Putin esta guerra es existencial, para EUA se trata de una batalla por mantener la hegemonía atlántica, y para China de la oportunidad de construir un nuevo orden mundial multipolar. Sin ser hoy la gran protagonista, como lo fue en las dos guerras mundiales del siglo XX, Europa es nuevamente el campo de batalla, pero ahora en un papel subordinado y a merced del juego de las grandes potencias. Pero en medio de las voces que empujan a seguir la guerra de uno y otro lado para beneficio de la boyante industria armamentista, el silencio más duro se impone a la población civil acribillada y desplazada. El mundo experimenta los estertores de un cambio de época, mismo que desde la guerra en Siria ya podía apreciarse. Pero de esto último hablaré en otra ocasión.

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Arturo G. González

Soy adicto a saber y descubrir algo nuevo todos los días. Me obsesiono con tratar de entender el mundo y la época que me tocó vivir. No puedo escapar a la necesidad de comprender por qué nuestra civilización es como es, y para ello leo noticias, opiniones, artículos de análisis y libros; escucho música y veo cine. Creo que el pasado vive en el presente, y que el presente es la pieza clave del futuro. Te invito a este viaje de pensamiento y descubrimiento cotidiano. Esta es mi visión del mundo.