Por Arturo González González
En los últimos meses dos historias se repiten con cierta insistencia: China, un estado de larga tradición de poder centralizado, ha alcanzado los límites de su expansión económica; India, un estado de múltiples contrapesos políticos, será la próxima potencia mundial. ¿Qué tan ciertas son estas aseveraciones? ¿Cuál es la tendencia histórica que evidencian?
Lo que ha llevado a algunos analistas a creer que China podría haber llegado al tope del proceso acelerado de crecimiento que inició hace 40 años es un conjunto de hechos que no deben soslayarse. Ralentización de su economía: el gigante asiático ha pasado de crecer a un ritmo de más de 10 % anual a menos de 5 % en los últimos años. Pérdida de dinamismo demográfico: la población china no sólo ha dejado de aumentar, en 2022 por primera vez disminuyó. Persistencia de la pandemia: China aún está en fase de adaptación de la Covid-19, cuando la mayoría de los países han superado ya la emergencia. Guerra comercial y tecnológica: los aranceles y vetos aplicados por EEUU y algunos de sus aliados a productos chinos han modificado las condiciones globales que permitieron la expansión comercial de la potencia de Asia. Y tensiones geopolíticas: la creciente desconfianza de Occidente, particularmente de EEUU, que ahora ve a China más como rival que como socio, coloca cada vez más lejos la posibilidad de un nuevo entendimiento que beneficie a Pekín en materia económica.
En contraste, la India presenta una serie de hechos que mueven a varios a pensar que la potencia meridional de Asia pudiera convertirse en la “nueva China”. Empuje económico: la India es uno de los países con mayor crecimiento de su economía, con cifras por arriba del 5 % anual que la colocan ya como la tercera potencia en PIB a valores de paridad de poder adquisitivo (PPA). Dinamismo demográfico: este año la población india superará en volumen a la de China con una tasa de crecimiento vigorosa que le permitirá afianzar en el futuro su posición de país más poblado del orbe. Superación de la pandemia: aunque fue el segundo país más golpeado por la Covid-19, la emergencia ha quedado atrás y sus actividades económicas se han normalizado mostrando gran capacidad de resiliencia. Posición estratégica: por su ubicación geográfica, la India es un puente entre Occidente y Oriente y entre el Indo-Pacífico y Eurasia, además de que posee buenas relaciones tanto con potencias desarrolladas como emergentes. Y potencial de alto mando: en la última década altos ejecutivos indios, formados en su país natal, han ido ocupando los puestos de mando en las grandes empresas tecnológicas de EEUU, lo que habla de un sistema educativo orientado hacia la innovación.
Si nos quedáramos con esta lectura superficial, no sería difícil concluir que, efectivamente, la India está en franca carrera para sustituir a China como la gran potencia de Asia. No obstante, existen otras realidades que debemos considerar. La economía china es sustancialmente más robusta, compleja y diversa que la india. El PIB PPA chino es casi tres veces más grande que el indio, y mientras que China exporta principalmente equipos de transmisión de datos, computadoras, circuitos integrados (chips), piezas de máquina de oficina y vestidos, la India exporta esencialmente petróleo refinado, medicamentos, arroz y diamantes y joyería. La vocación industrial y tecnológica del país oriental contrasta con la del país meridional, que aún tiene un fuerte componente primario. Por otro lado, China se mantiene como el principal socio comercial de la gran mayoría de los países del globo, posición de la que aún está muy lejos la India. Además, Pekín es la cabeza de la zona de libre comercio más grande del mundo, la Asociación Económica Regional Integral (RCEP, por sus siglas en inglés), que concentra más del 30 % del PIB global y más del 30 % de la población mundial, lo que la vuelve un mercado muy atractivo, con el cual sólo la Unión Europea y Norteamérica compiten.
Existen otros factores que cargan la balanza del lado de Pekín. Si bien la economía india es más abierta en términos de mercado, la china posee una dirección más clara y coherente con los objetivos nacionales. Es así que mientras la India depende más de la demanda de los mercados externos, China se ha enfocado en los últimos años en mantenerse como líder en tecnologías, es decir, generando nuevas ofertas, a la par de que fortalece su mercado interno para expandir una demanda más controlable. Un ejemplo de los efectos positivos de la férrea directriz económica china sobre una política india más laxa es que en dos décadas Pekín logró disminuir la pobreza casi a la quinta parte del porcentaje que tenía, mientras que Nueva Delhi sólo lo ha conseguido a la mitad. Por otro lado, China posee un proyecto geopolítico y geoeconómico de alcance global: la Nueva Ruta de la Seda, con la cual pretende afianzar la conexión de su mercado con el resto del mundo, además de impulsar un nuevo orden mundial multipolar. En contraste, la ambición geopolítica de la India es regional, ya que sólo se conforma con ser una de las potencias rectoras en la región Indo-Pacífico, en donde entra en competencia con China. Y en un mundo en donde la inestabilidad, las tensiones y los conflictos se multiplican, el desarrollo de las fuerzas armadas juega un papel de suma relevancia, y en este renglón Pekín supera considerablemente a Nueva Delhi, aunque esta ha logrado ampliar su capacidad de fuego para colocarla en cuarto sitio, sólo detrás de su poderoso socio-competidor de Asia Oriental, con quien mantiene disputas fronterizas desde hace años.
Pero más allá de las diferencias y similitudes que puedan tener ambos países, y de quién será la potencia hegemónica de Asia a lo largo del siglo XXI, la tendencia histórica que evidencia el ascenso de China e India es el regreso del eje económico mundial al continente asiático. Entre los siglos V y XVIII, el centro de la economía internacional estuvo en Asia. Los imperios del Gran Mogol y del Gran Qing eran los estados más ricos y poderosos poco antes de la expansión global del Imperio británico, el cual, durante el siglo XIX, hizo de la India una colonia que le ayudó a romper la resistencia china a la hegemonía del Reino Unido. A partir de entonces y hasta la primera década del siglo XXI, el eje económico mundial estuvo en el Atlántico Norte. Hoy ha regresado a tierras asiáticas y las potencias occidentales lo saben, sobre todo EEUU, que es consciente del enorme potencial de una eventual asociación estratégica entre Pekín y Nueva Delhi: un mercado de 2,800 millones de habitantes (35 % de la población mundial); 27 % del PIB global, y 12.7 millones de km2. Por eso, Washington mira con recelo la presencia de la India, la democracia liberal más grande del mundo, en organizaciones de gobernanza internacional —BRICS, OCS, etc.— lideradas por China, la autocracia más poderosa del orbe.