Por Arturo González González
Una de las tendencias más claras de nuestro tiempo es el traslado del centro de gravedad de la economía mundial del Atlántico Norte a Asia. Desde la primera mitad del siglo XIX y hasta finales del siglo XX, Europa Occidental y Norteamérica fueron los espacios de mayor empuje económico en el orbe. La irrupción de los tigres asiáticos (Japón, Taiwán y Corea del Sur) primero, luego China y más recientemente la India, ha inclinado la balanza. Y no se trata sólo de un asunto de población, que tiene que ver por supuesto, sino también de un crecimiento industrial y desarrollo tecnológico sostenido. Pero que Asia sea el eje económico global no es una realidad nueva. Hasta antes de la primera revolución industrial, el continente asiático era el centro de gravedad de la economía mundial, principalmente por los imperios Qing de China y del Gran Mogol de la India. Bajo nuevas formas y distintos impulsos, el eje económico global vuelve hoy a donde estuvo durante siglos, antes de la emergencia del imperialismo capitalista de Europa Occidental.
Este fenómeno económico ha arrastrado otras tendencias como la configuración de un escenario multipolar frente al unilateralismo del Occidente liberal, y el incremento del peso político del llamado sur global, compuesto por los países emergentes que en el pasado fueron colonias de los imperios europeos o espacios periféricos de las potencias del Atlántico Norte. En 1992, siete de las diez economías más grandes del mundo estaban en el espacio noratlántico. Hoy sólo son cuatro, las demás pertenecen al sur global, un hecho que nos ha llevado a un panorama, este sí, completamente nuevo: las otrora potencias colonialistas de Europa se han visto rebasadas en volumen de economía por países que fueron sus antiguas colonias. Por un error geográfico, los territorios coloniales europeos de América y Asia fueron nombrados Indias, occidentales en el caso del primer continente y orientales en el caso del segundo. Si usamos el término con ironía, y si consideramos que la primera rebelión de los antiguos espacios coloniales se dio con su independencia, lo que observamos hoy es una segunda rebelión de las Indias. Pero no podemos pasar por alto las profundas diferencias entre los ascensos de las viejas potencias colonialistas y la irrupción de las nuevas potencias emergentes.
El primero en superar a su antigua metrópoli fue Brasil. Ya desde la década de los 60 la economía brasileña era algo más grande que la de Portugal, uno de los países más rezagados de Europa. Hoy el PIB a paridad de poder adquisitivo (PPA) de Brasil es casi 9 veces más grande que el portugués. No obstante, Portugal muestra un índice de complejidad económica (ICE) en comercio mayor que Brasil, aunque no en tecnología ni en investigación. Además, la economía brasileña aún tiene un fuerte componente primario y extractivista que se refleja en sus exportaciones, dominadas por los minerales, hidrocarburos y productos agrícolas. En contraste, Portugal exporta principalmente manufacturas avanzadas como maquinaria, electrodomésticos y vehículos y metales procesados. Por otra parte, la pertenencia al mercado común europeo brinda a la economía portuguesa mayores oportunidades al ser parte de la tercera zona de libre comercio más grande del mundo, en la que tiene a sus principales socios comerciales. Brasil no puede presumir de lo mismo, ya que el Mercosur es un mercado más limitado, prueba de ello es que el principal socio comercial brasileño, China, está fuera de dicha zona.
Más recientemente hemos sido testigos de otros rebases en volumen económico: Indonesia ha superado a su ex metrópoli Países Bajos, como la India a Reino Unido y México a España. De los tres casos, el más interesante es el último. En 2022, por primera vez México superó a España en tamaño de PIB nominal, y en PIB PPA el país latinomaericano ocupa el lugar 13, mientras que el europeo el 16. Además, contrario a lo que ocurre con el caso Brasil-Portugal, la economía mexicana es más compleja que la española en comercio, aunque no en tecnología e investigación, en donde México está rezagado en relación con España. La industria mexicana es tan fuerte como la española, con una preponderancia clara en sus exportaciones de manufacturas avanzadas como maquinaria eléctrica y electrónica y vehículos. Uno de los problemas principales de México en términos industriales es su excesiva dependencia de tecnología importada para sus procesos. Por otro lado, México está en vías de integración económica con Estados Unidos y Canadá, sus principales socios, en la segunda zona de libre comercio más grande del mundo, la cual le brinda enormes oportunidades en el marco de la relocalización presente de las cadenas productivas. España está inserta ya en un mercado común, el europeo, donde se encuentran sus socios principales, pero su potencial es más limitado que el de México en Norteamérica por varios factores como el demográfico (la población de España ya no crece) y una excesiva dependencia del turismo en su economía, que es un sector muy vulnerable a las crecientes tensiones geopolíticas y turbulencias globales, como lo vimos durante la pandemia.
Además de las diferencias económicas, existen otros aspectos importantes a considerar al comparar la emergencia actual de los países que fueron colonia y lo que fue el ascenso de los estados colonizadores. Estos últimos (Portugal, España, Países Bajos y Reino Unido) lograron construir en el pasado, con matices, buena parte de su poder y bienestar gracias a su posición de centro imperialista, con la cual extrajeron abundante riqueza de sus colonias. En el caso de los países emergentes (Brasil, México, Indonesia y la India) su crecimiento se ha dado principalmente desde una posición periférica y gracias a su conexión con potencias consolidadas a través de un mercado global. Además, y este no es un asunto menor, arrastran problemas crónicos que muchas veces vienen desde los tiempos en que eran colonias. Tales problemas son la desigualdad, la pobreza, la polarización social, la violencia, la corrupción, la expulsión de una población que se ve obligada a emigrar y la permanencia de pulsiones de poder autoritario. No obstante, es cierto que actualmente los estados europeos mencionados enfrentan también problemas de creciente desigualdad, mala gestión de la inmigración, estancamiento demográfico, envejecimiento poblacional y una polarización producto de la crisis económica y un modelo que parece estar llegando a sus límites. Tal vez este cuadro sea el común denominador de una nueva época que está surgiendo: el ascenso económico de países del sur global se da en un panorama de creciente inestabilidad que forma parte del cuadro que evidencia la agonía del viejo orden mundial. La segunda rebelión de las Indias no está exenta de sobresaltos, tampoco lo estuvo la primera.