Por Arturo González González
Dos trenes corren en sentido contrario sobre las mismas vías. Uno es el tren del orden mundial neoliberal bajo las reglas marcadas por Estados Unidos y Reino Unido en el siglo XX, cuyo centro es el norte global. El otro es el tren del orden mundial multipolar impulsado por potencias emergentes como China e India, que buscan que el protagonismo recaiga en los países con mayores capacidades en cada continente. En medio del duelo está el sur global: países en desarrollo con abundantes recursos naturales y con sed de protagonismo y alternativas para su crecimiento.
El primer tren ha marcado la agenda durante décadas. Bajo su influencia, las reglas del juego económico y político han sido la liberalización de mercados y la privatización. En su epicentro se encuentra el norte global, la región dominante de los últimos dos siglos. En años recientes, el ascenso de potencias euroasiáticas ajenas a los valores occidentales ha provocado una reacción proteccionista en potencias de ese norte global, como EEUU y RU, con una combinación de neonacionalismo y nuevo empuje capitalista. Es la resistencia de la hegemonía de Occidente frente al desafío sistémico de Oriente.
El segundo tren contradice el paradigma occidental. Con el auge económico de China e India y el renovado impulso belicista de Rusia, la narrativa global se reescribe. En este escenario, se otorga un papel destacado a aquellos países que cuentan con mayores capacidades económicas y geopolíticas en sus respectivas regiones. La tendencia multipolar redefine las dinámicas de poder y comercio internacional y cuestiona el papel central que desempeñaban históricamente EEUU y el RU, y el rol de la Unión Europea como nuevo actor económico, aunque dependiente en términos geopolíticos del eje Washington-Londres.
Contrario a lo que ocurre con el bloque occidental ampliado (Norteamérica, Europa, Japón, Surcorea y Australia), los intereses y valores de quienes impulsan la multipolaridad no son uniformes. China e India, por ejemplo, además de mantener disputas fronterizas, compiten en varios sectores económicos y rivalizan por obtener una mayor influencia en la región Indo Pacífico, nuevo foco geopolítico. No obstante, los une la visión de plantear un orden alternativo a la hegemonía hasta hace poco indiscutida de EEUU y sus aliados.
En medio de estos trenes se encuentra el sur global: naciones en desarrollo que poseen vastos recursos naturales, y que aspiran a un mayor peso geopolítico y a alternativas para su crecimiento en un contexto marcado por la rivalidad de las visiones predominantes. Países como Brasil, Turquía, Egipto, Irán y Arabia Saudita pretenden erigirse como potencias regionales, para lo cual se asocian a conveniencia con las principales potencias económicas del mundo, sin comprometer necesariamente su independencia política.
La reciente cumbre del G20 en Nueva Delhi ofrece un ejemplo. A pesar de las notables ausencias de los presidentes de China y Rusia, la reunión logró un comunicado conjunto aprobado por todos los asistentes. El texto destaca el respeto a la integridad territorial de los países, en alusión a la invasión a Ucrania, aunque evita una condena explícita a Rusia. Este hecho, sin duda un éxito de la gestión de la India al frente del G20, da una bocanada de aire al tan golpeado multilateralismo, pero también evidencia el naciente equilibrio de poderes a nivel mundial. Los tiempos en que Washington podía imponer su visión parecen haber quedado atrás. Pero la nueva realidad no está exenta de fuertes competencias.
En el marco de la misma cumbre, EEUU y la UE presentaron un proyecto ambicioso que busca conectar de manera más rápida y eficiente a India con Europa a través de Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Jordania e Israel. Este proyecto implica inversiones millonarias en ferrocarriles, puertos, energías verdes y tecnología de datos. Es una respuesta a la Nueva Ruta de la Seda impulsada por China en varios continentes, pero que se ha ralentizado debido a las proyecciones económicas adversas del gigante asiático. El Corredor Económico India-Oriente Medio-Europa (IMEEEC) es una oportunidad de expansión comercial y crecimiento industrial para la India, a la par de que disminuye la dependencia de Europa respecto al aparato industrial chino.
Por otra parte, varias visitas significativas marcan la escena internacional en estos días. El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, viajó a China en busca de inversiones y financiamiento para superar la crisis provocada por las sanciones de EEUU. El presidente estadounidense, Joe Biden, fue a Vietnam con la intención de estrechar lazos y contrarrestar la influencia de China en el Sudeste Asiático, donde Pekín busca afianzar la zona de libre comercio más grande del mundo con la Asociación Económica Integral Regional (RCEP). Y el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, viajó a Rusia en busca de acuerdos sin precedentes que inquietan a Occidente. Según informes, Rusia recibiría misiles y municiones de artillería norcoreanas para continuar su guerra en Ucrania, mientras que Pyongyang obtendría equipo militar de alta tecnología y otros suministros.
En este complejo escenario de transformación global, el intercambio internacional de bienes y servicios se encuentra en una encrucijada. El Informe sobre el Comercio Mundial 2023 recién publicado por la Organización Mundial del Comercio (OMC) revela que las tensiones comerciales van en aumento. La creciente retórica que cuestiona la globalización se manifiesta en forma de disputas arancelarias que afectan los flujos de mercancías. A pesar de estos desafíos, los datos actuales sugieren que, en general, la idea de una desglobalización total aún no cuenta con un respaldo sólido, sino que más bien lo que se observa es una incipiente fragmentación del mercado mundial.
La OMC propone una «reglobalización» como alternativa a la fragmentación, lo que implica la ampliación de la integración en el comercio, abarcando a más personas, economías y sectores. La OMC argumenta que un mundo más interconectado reduce el riesgo de conflictos internacionales, aunque la historia pone en entredicho esta premisa: la Primera Guerra Mundial ocurrió luego de una época de integración global liderada por el Imperio británico a finales del siglo XIX y principios del XX.
Navegamos un mundo en acelerada transformación. Las tensiones comerciales, los cambios en la dinámica global y los esfuerzos por redefinir las relaciones internacionales moldean un futuro incierto. La colaboración multilateral y la búsqueda de soluciones compartidas son esenciales para hacer frente a los desafíos. La seguridad global, la prosperidad de las naciones y la sostenibilidad económica dependen de las decisiones que se tomen en este momento de cambio de época en el cual crece el protagonismo de un sur global que es cortejado por potencias consolidadas y emergentes.