(Por Arturo González González) Te propongo que usemos una analogía para analizar el estado actual de la democracia liberal. En su libro El gen. Una historia personal, Siddharta Mukherjee habla, entre otras muchas cosas, de las cuatro R de la tipología funcional del gen: regular, replicar, recombinar y reparar.
Con un poco de profundidad creativa en el análisis, podemos observar que esa tipología bien puede aplicarse a la democracia liberal y sus componentes.
La democracia liberal requiere de instituciones que regulen su funcionamiento. Necesita de actores que repliquen sus valores y principios. Echa mano de espacios en donde sea posible recombinar las ideas y soluciones para hacer frente a sus desafíos. Y debe ser capaz de reparar las fallas y desgastes que surgen con el tiempo irremediablemente.
Sin embargo, cada vez está más claro que la democracia liberal enfrenta serias dificultades en cada una de las cuatro R. Te invito a que revisemos por qué.
Un espectáculo grotesco como señal
El primer debate presidencial del actual proceso electoral en Estados Unidos dejó a los demócratas en pánico y a los republicanos trumpistas complacidos.
Si nos quedamos en esta dicotomía de visiones, no podremos ver lo que está ocurriendo con la democracia estadounidense.
El espectáculo del jueves 27 de junio por la noche fue grotesco.
De un lado, un presidente en busca de la reelección que perdió el hilo de su discurso varias veces, que se confundió con sus propias cifras y que profirió insultos pueriles a su oponente.
Del otro lado, un expresidente convicto que quiere recuperar el poder y que hizo uso de sus recursos retóricos de siempre: mentira, descalificación y megalomanía.
Es probablemente el debate más deprimente de la historia reciente de EEUU.
Pero tratemos de ir más allá de lo anecdótico y analizar qué significa que el otrora país modelo de la democracia liberal se encuentre sumido en una verdadera crisis política.
¿Qué es la democracia liberal?
La democracia liberal es un sistema político en el que el poder reside en el pueblo, el cual elige a sus líderes a través de un proceso de elecciones libres y justas por medio del sufragio universal de los ciudadanos.
Una característica básica de este sistema es la protección de los derechos y libertades individuales, la aplicación universal del estado de derecho y la separación de poderes.
El gobierno es representativo, y sus funcionarios deben rendir cuentas a los ciudadanos, quienes tienen la capacidad de elegir nuevos representantes en elecciones periódicas.
La democracia liberal puede funcionar en diferentes formas de gobiernos, tales como repúblicas presidencialistas, repúblicas parlamentarias o monarquías constitucionales.
La tipología funcional de la democracia liberal
Entre los pilares de la democracia liberal se suele mencionar la soberanía popular, el Estado de derecho, y la garantía de derechos y libertades individuales. Son su código genético.
Como actores centrales de la democracia liberal operan los distintos poderes autónomos -legislativo, ejecutivo y judicial-, los partidos políticos, los medios de comunicación independientes y las organizaciones de la sociedad civil. O sea, los entes que la regulan y pueden repararla.
Al menos en la teoría, los contrapesos sociales e institucionales y la rendición de cuentas del gobierno frente a la representación ciudadana son condiciones sine qua non para que exista una democracia liberal sana y funcional. Es decir, debe haber recombinación de ideas.
Y la base para la existencia de dichas condiciones es el respeto de los representantes políticos hacia las facultades soberanas de los ciudadanos, quienes, mientras su voz sea escuchada, pueden replicar sus principios y valores.
Occidente y su ADN liberal
Este tipo de sistema político se encuentra arraigado principalmente en Europa y América, pero con presencia también en algunos países de África, Asia y Oceanía.
Por convención generalista, el “mundo occidental” ampliado se asocia con la democracia liberal al grado de usar este concepto como un rasgo característico.
Se suele asumir que Occidente es liberal y democrático para colocarlo enfrente de otros “mundos” en donde prevalecen regímenes de otro tipo.
La realidad es que la democracia liberal no es igual en todos los países occidentales y, además, hay estados liberales y democráticos fuera del llamado Occidente.
Signos de un código en deterioro
Desde 2006, la Unidad de Inteligencia de la revista británica The Economist publica el Índice de Democracia Global (IDG). La edición más reciente, de 2023, muestra los peores datos en los 17 años del índice.
Sólo 24 de los 167 países son considerados democracias plenas, lo que representa el 8 % de la población mundial. Los atributos de una democracia plena coinciden con los de una democracia liberal.
Un total de 59 países son calificados como regímenes autoritarios, en los cuales vive el 39 % de la población mundial. El resto de los habitantes, 53 %, vive en democracias deficientes o regímenes híbridos.
Los retrocesos más importantes se observan en América Latina y el Caribe, Oriente Medio y el Norte de África, pero incluso EEUU aparece ahora como una democracia deficiente.
Otro informe que evidencia la decadencia de los principios democráticos es Libertad en el Mundo 2024, de la organización Freedom House, que también tiene como referencia a las democracias liberales y su principal valor, la libertad individual.
Por décimo octavo año consecutivo, en 2023 la libertad registró un retroceso en el mundo. De los 210 estados independientes y territorios evaluados, sólo 84, es decir, menos de la mitad, son calificados como plenamente libres.
El resto, 126, o son parcialmente libres o carecen de libertad en absoluto, ya sea por regímenes autoritarios, guerras, violencia criminal o terrorista.
La mayoría de los países sin libertad o parcialmente libres se concentran en Asia y África, aunque en América Latina y el Caribe estas condiciones están creciendo.
Visión ideológica de la democracia liberal
No obstante, hay democracias de otro corte, por ejemplo, la popular, que practica China, o la iliberal, que ejerce Rusia. Para Occidente, estos países son autoritarios.
Además, existe la tendencia a considerar la democracia liberal como un evangelio que hay que esparcir por todo el mundo, el cual, tarde o temprano, deberá democratizarse por completo.
Esta visión parte de la idea de que las sociedades democráticas liberales son más avanzadas que las no democráticas, y que existe un destino manifiesto de libertad a la usanza occidental al que se llegará de forma gradual y progresiva.
Pero la historia es mucho más compleja.
Una mirada histórica de un sistema cambiante
Se toma como punto de partida de la democracia a la Antigua Grecia, pero lo que se vivió en la Atenas de los siglos V y IV a. C. de forma extraordinaria tiene poco que ver con los sistemas democráticos actuales.
Para la democracia liberal se establecen como hitos fundacionales la revolución de independencia de EEUU y la Revolución Francesa hace dos siglos y medio.
La historia nos permite observar varios hechos:
La democracia ha sido la excepción y no la regla en el devenir del mundo.
El sistema democrático liberal es bastante reciente comparado con la civilización.
La democracia, liberal o no, puede retroceder o desaparecer.
Y el retroceso o desaparición del sistema político depende de la vigencia del pacto social que lo sustenta.
Es el ADN de toda democracia.
La democracia liberal como subproducto hegemónico
Las democracias liberales actuales son un subproducto de la hegemonía estadounidense que se forjó durante el siglo XX.
Para vencer a los regímenes totalitarios, los aliados occidentales construyeron un sistema político basado en un acuerdo tripartita entre los dueños del capital, la cúpula política y la base trabajadora.
Este pacto funcionó hasta los años 80, cuando comenzaron a operarse cambios en beneficio, primero, de los dueños del capital y, después, de la cúpula política.
Bajo la promesa de liberar al capital de las ataduras regulatorias y superar la crisis de rentabilidad que se manifestó durante los años 70, el neoliberalismo alteró el pacto social que daba soporte a las democracias liberales.
La base trabajadora vio perder sus beneficios lo cual, a la postre, se tradujo en una caída de la confianza en las instituciones democráticas y el resurgimiento de los populismos de izquierda radical y extrema derecha que aprovechan y alimentan la polarización social.
Tras el repliegue del paraguas, el declive
A la par, comenzó a observarse un repliegue de la hegemonía estadounidense, el paraguas de la democracia liberal. Y la razón de dicho repliegue se conecta también con el neoliberalismo.
En aras de encontrar nuevos territorios donde el capital global pudiera ser más rentable, se integró a países de tradición no liberal en el mercado mundial.
China, el más claro ejemplo de ello, vio crecer exponencialmente su economía gracias a esa integración, mientras su régimen de partido único se fortaleció al grado de representar hoy el principal desafío de EEUU.
La pérdida de confianza en la democracia liberal por parte de las clases trabajadoras tiene un reflejo en la pérdida de confianza en el liderazgo estadounidense.
El sistema en su conjunto se encuentra desencajado. Y un sistema desencajado produce políticos ídem.
Los Trump y Biden del debate de la semana pasada sólo son el signo más visible de la falla genética de la democracia liberal.
El escenario es de nubarrones y tormentas: un Donald Trump convicto y vengativo se perfila a gobernar nuevamente la primera potencia mundial estrenando la amplia inmunidad que la Suprema Corte de Justicia acaba de otorgarle.
¿Se puede corregir la falla de la democracia liberal?
La analogía con la tipología de las cuatro funciones de los genes puede ayudarnos a entender mejor los desafíos de la democracia liberal.
Para regularse, los sistemas democráticos deben mantener el equilibrio de poderes y una transparencia que hoy se ve debilitada.
La replicación de los valores democráticos liberales enfrenta obstáculos significativos.
Estos obstáculos son internos: partidos y políticos antiliberales, creciente desencanto ciudadano y tentativas autoritarias.
Pero también hay obstáculos externos: actuación maliciosa de potencias iliberales o autoritarias, intoxicación de a mediosfera y aumento del poder de la tecnoligarquía.
La capacidad de recombinar ideas y adaptarse a nuevas realidades se ve limitada por la creciente polarización, la rigidez ideológica y la cancelación del diálogo constructivo.
Y la función de reparación está en crisis, ya que los mecanismos institucionales que deberían corregir los fallos del sistema se ven rebasados ante la magnitud de los problemas.
Si la democracia liberal quiere sobrevivir, debe recomponer o renovar su ADN, es decir, el pacto social entre las élites y la ciudadanía que le dio vida y sustento.
De lo contrario, nuevos actores no liberales –llámese líder, facción o partido– construirán sus propios pactos con lo que ellos consideren pueblo.