(Por Arturo González González) Con una diferencia de una semana, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) celebraron en la primera quincena de julio sendas cumbres que reflejan el estado actual del orbe en momentos que, con sus diferencias, evocan las tormentas de los años que vieron nacer a ambas organizaciones. Como ayer, lo que está en juego es el rumbo de un nuevo orden mundial.
Dos páginas separadas por medio siglo
En abril de 1949 Europa central y oriental vivía una peligrosa crisis geopolítica. Los soviéticos mantenían el bloqueo de Berlín en una Alemania ocupada y dividida tras la Segunda Guerra Mundial. Los aliados occidentales habían establecido un puente aéreo para abastecer a la antigua capital alemana.
Ese mismo mes, en medio de la tensión, nació la OTAN. Era el comienzo de la Guerra Fría que dividió al mundo en dos bloques económicos e ideológicos: el capitalista y el comunista.
Seis meses después del surgimiento de la OTAN, el bloque encabezado por la URSS sumó un nuevo y poderoso integrante: la República Popular China, en la que la revolución maoísta había triunfado.
Medio siglo después, en junio de 2001 fue fundada la OCS. En enero de ese mismo año George W. Bush había asumido la presidencia de EEUU tras una polémica elección plagada de acusaciones de posible fraude.
En septiembre, la primera potencia del mundo fue sacudida por el peor atentado terrorista en su historia, hecho que desencadenaría dos guerras, Afganistán e Irak, que marcarían el inicio del declive de la hegemonía estadounidense.
En diciembre, ya en los albores de un mundo en transformación y turbulencia, China se integró a la Organización Mundial del Comercio (OMC), con lo cual se incorporó de lleno a la globalización neoliberal.
La disyuntiva del nuevo orden mundial
Hoy esa globalización llega a su fin y un nuevo orden mundial es disputado por la OTAN y la OCS. Las cumbres de hace unos días evidencian dicha disputa.
Durante la cumbre del 9 al 11 de julio, en Washington, la Alianza Atlántica cerró filas en torno al apoyo a Ucrania y al fortalecimiento del flanco oriental para plantar cara a Rusia y China.
En Astaná, el 4 de julio, la Entente Euroasiática reafirmó su compromiso con la construcción de un orden mundial multipolar, alternativo a la visión de Occidente.
Quien desee atisbar las tendencias geopolíticas de lo que resta de 2024 y el arranque de 2025, debe atender a lo ocurrido en ambas cumbres, así como a lo sucedido en torno a ellas estos últimos días.
Pero, primero, hay que aclarar que la OTAN y la OCS son organizaciones con esencia y funciones distintas.
Dos bloques geopolíticos en disputa
La OTAN es una alianza política y militar creada con el objetivo de frenar el avance de la URSS en Europa y defender los intereses comunes de los miembros de la civilización atlántica. Un principio básico de la OTAN es el compromiso con la defensa común de cada uno de sus integrantes y sus fronteras.
Actualmente agrupa a 32 estados de Norteamérica y Europa, siendo los más fuertes EEUU, Reino Unido, Turquía, Italia, Francia, Alemania, España, Polonia, Canadá y Suecia. Pero cuenta con socios importantes en todos los continentes, por ejemplo, Ucrania, Japón, Corea del Sur, Taiwán y Australia.
Durante 75 años la Alianza Atlántica ha sido uno de los instrumentos centrales del orden internacional unipolar concebido por EEUU y su enfoque principal ha sido la protección de la cuenca del Atlántico Norte.
La OCS, por su parte, es una asociación de entendimiento estratégico creada con los objetivos fortalecer la confianza y cooperación entre sus miembros en distintas áreas para garantizar la paz y seguridad de Eurasia y promover un nuevo orden mundial multipolar.
A diferencia de la OTAN, la OCS no es una alianza militar y sus integrantes no están comprometidos a defenderse entre sí en caso de guerra, pero sí a prestarse apoyo a través de esquemas de colaboración.
Actualmente agrupa a 10 estados de Asia y Europa: Rusia, China, India, Pakistán, Irán, Kazajstán, Bielorrusia, Uzbekistán, Kirguistán y Tayikistán. Y también cuenta con socios relevantes como Turquía, Arabia Saudita y Egipto, entre otros.
La Entente Euroasiática es hoy para China uno de los principales instrumentos de impulso de un orden mundial multipolar y su enfoque de atención primordial está en Asia Central.
Antecedentes al Nuevo Orden Mundial
Atlántico Norte frente a Asia Central. ¿Cuál es la relevancia de estos espacios geoestratégicos? Hay un trasfondo histórico atravesado por la filosofía, la geopolítica y la geoeconomía.
Desde el siglo I d. C. y hasta el siglo XVII, el centro de gravedad de la economía mundial estuvo en Asia Central. Durante 1,600 años, la zona más rica del orbe estuvo en una franja que va del mar de China Oriental al Mediterráneo, articulada por la Ruta de la Seda de la que China y la India fueron durante siglos sus principales beneficiarios.
El ascenso de los imperios europeos, principalmente el británico, significó un cambio en la configuración histórica de la economía global. El dominio de los mares por una sola fuerza militar y comercial trasladó el centro de gravedad de Asia Central al Atlántico Norte, océano que se convirtió en el eje de una nueva visión del mundo.
Si durante un milenio y medio la diversidad había sido la característica de la mundialización de la conexión euroasiática, a partir del auge de los imperios europeos se impuso una noción integradora y homogeneizadora de globalización centrada en Occidente.
Este trasfondo está plasmado en las declaraciones emanadas de las cumbres de hace unos días.
Astaná: hacia un mundo multipolar
Los miembros de la OCS advirtieron en Astaná los cambios tectónicos hacia un orden mundial multipolar y la necesidad de fortalecer la organización para asegurar la paz y estabilidad globales, promoviendo un nuevo orden político y económico justo.
Propusieron una reforma integral de la ONU para aumentar la representación de los países en desarrollo y fortalecer la colaboración en la lucha contra el terrorismo, la delincuencia organizada transfronteriza, el racismo y la xenofobia, así como para la construcción de un entorno informativo seguro.
Además, hicieron énfasis en la recuperación económica global a través de la conectividad comercial y la Nueva Ruta de la Seda que impulsa China, y la alienación a ésta de otras iniciativas geoeconómicas como la Unión Euroasiática que encabeza Rusia.
Tres hechos muy significativos de la cumbre de Astaná son la omisión en la Declaración Conjunta a cualquier mención al conflicto en Ucrania, la aceptación de Bielorrusia (aliado estratégico de Rusia en la guerra) como nuevo miembro de la OCS y la mención abierta al conflicto en Gaza con un claro enfoque en favor de los palestinos.
Washington: la defensa del orden unipolar
El contraste con la declaración de Washington no puede ser más evidente. Los miembros de la OTAN reafirmaron su apoyo inquebrantable a Ucrania en su lucha contra la invasión rusa y su derecho a la autodefensa.
La Alianza Atlántica condenó enérgicamente la guerra de agresión de Rusia, la cual ha causado devastación en Ucrania y violado el derecho internacional, y destacó el heroísmo del pueblo ucraniano y anunció nuevos compromisos para fortalecer la defensa aérea y la interoperabilidad con la OTAN, incluyendo la provisión de 40,000 millones de euros en asistencia de seguridad.
También enfatizaron la importancia de una Ucrania independiente y democrática para la estabilidad euroatlántica, reafirmando su intención de invitar a Ucrania a unirse a la Alianza cuando se cumplan las condiciones necesarias.
En paralelo, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, acusó a China de ser uno de los principales soportes de Rusia en su guerra contra Ucrania.
Bloques diferenciados, pero no cerrados
Mientras que la OCS presentó un abanico amplio de temas (seguridad, terrorismo, crimen, racismo, economía), la OTAN se enfocó en uno solo: Ucrania. Mientras la OCS omitió cualquier referencia de la guerra en Europa del Este, la OTAN hizo lo propio con la guerra en Palestina. Son dos visiones opuestas.
Para la Alianza Atlántica es necesario frenar a Rusia y China para garantizar la defensa del orden mundial centrado en Occidente, y dicho freno pasa por ayudar a Ucrania a ganar la guerra y obligar a Pekín a dejar de apoyar a Moscú.
Para la Entente Euroasiática es menester pacificar Oriente Medio para lo cual se requiere un orden multipolar en el que Occidente no meta las manos en Eurasia.
Pero es importante advertir que los bloques geopolíticos que se configuran alrededor de la OTAN y la OCS no son bloques cerrados y monolíticos en sus visiones. Ambos cuentan con divergencias internas.
Por ejemplo, Turquía es miembro de la OTAN, pero también socio de diálogo de la OCS y próximo candidato de China para formar parte de la organización. Pakistán, a su vez, es integrante de la Entente, además de socio global de la Alianza.
Irán apoya abiertamente a Rusia en su guerra en Ucrania, pero Kazajstán ha marcado distancia. Francia es uno de los principales promotores del apoyo a Ucrania, pero Hungría (también miembro de la OTAN) defiende una postura más independiente y de diálogo con Rusia y China.
El factor Trump en el nuevo orden mundial
El asunto crucial en estos momentos para ambos bloques se llama Donald Trump.
El expresidente y aspirante republicano ha sido muy crítico con la OTAN y con el papel de su país en la guerra en Ucrania, además de condescender en ciertas posturas con el presidente ruso Vladimir Putin.
Pero también es partidario de un enfoque más duro contra China.
Los tropiezos del actual presidente Joe Biden y la inmunidad política de Trump frente a la condena y juicios que pesan en su contra, aumentan la probabilidad del regreso del magnate a la Casa Blanca.
El atentado fallido del sábado pasado sólo incrementarán esta posibilidad.
La OTAN intenta blindarse ante el eventual retorno del republicano, sobre todo ahora que James Vance, otro crítico de la Alianza y de la participación de EEUU en Ucrania, ha sido elegido por Trump como su perfil para la vicepresidencia.
La OCS, por su parte, espera que ese regreso sea más perjudicial para la Alianza Atlántica que para la Entente Euroasiática. El futuro del nuevo orden mundial se decide en noviembre.