(Por Arturo González González) El futuro de un nuevo orden mundial se juega hoy en Ucrania entre Volodimir (Zelenski) y Vladimir (Putin).
Para comprender a fondo la gravedad de la guerra específica entre Moscú y Kiev, y el conflicto general que se desarrolla en la falla geopolítica de Europa del Este, debemos recurrir a la historia remota y reciente.
Sólo con la comprensión de las raíces históricas podremos entender la relevancia del brutal choque de fuerzas que se suscita en las extensas tierras eslavas, sobre todo ahora que vemos ante nuestros ojos el surgimiento de una escalada, producto de la incursión ucraniana en Kursk y los avances rusos en Donetsk.
Curiosamente, dichas raíces tienen que ver también con Volodimir y Vladimir, pero, a diferencia del presente, en el que hablamos de personas diferentes, en el pasado hablamos de la misma persona. Me explico.
Lucha por la herencia romana
Alrededor del año 1000, dos imperios cristianos se disputaban la prestigiosa herencia de Roma. En Occidente, el Sacro Imperio Romano, dueño entonces de la ciudad eterna, era dirigido por el joven Otón III como “Emperador del Mundo y Cónsul de los Romanos”.
Mientras tanto, en Oriente, el Imperio Romano (Bizantino) sobrevivía transformado y gobernado por la dinastía macedonia desde la gran Constantinopla, la Nueva Roma.
En medio de la disputa por el legado romano surgirá una tercera potencia que a la vuelta de los siglos reclamará la misma herencia. Dicha potencia es Rusia, cuyo germen en aquellos días era la Rus de Kiev, una federación de tribus eslavas liderada por la familia Rúrikovich.
Por aquellos días, hace un milenio, ocurrió un hecho que marcaría la historia de los pueblos eslavos y sin el cual es imposible entender el conflicto presente entre Rusia y Ucrania.
Ucrania, origen de Rusia
Al morir Ígor, monarca de la Rus de Kiev, su esposa Olga asumió como regente mientras su hijo, el príncipe Sviatovslav, adquiría la edad necesaria para gobernar. En busca de apoyo para afianzar su regencia, Olga acudió a Constantinopla, donde fue bautizada como cristiana.
Fue la primera soberana eslava en visitar la Nueva Roma y también la primera en convertirse a la fe de Cristo. Con este acto, la regente fortaleció a su familia al frente de la Rus e inició el proceso de cristianización de los eslavos.
Sviatoslav venció a los enemigos que acechaban a la Rus y expandió el territorio de ésta considerablemente. Su hijo, Valdemar, que vio en el cristianismo un potencial factor de cohesión de su pueblo, promovió abiertamente la conversión religiosa de la Rus.
Vladimir o Volodimir, esa es la cuestión
Bautizado por su propia voluntad como Volodimir o Vladimir, este monarca de Kiev pasará a la historia como el fundador de la tradición cristiana ortodoxa que define buena parte de la cultura de los pueblos eslavos.
No obstante, la figura y obra de Valdemar representan cosas distintas para ucranianos y rusos. Desde la visión histórica de Ucrania, el monarca se llama Volodimir y sus acciones forman parte del hito fundacional de la nación que hoy lucha contra la invasión rusa.
Para Rusia, Valdemar es Vladimir, y simboliza la unidad de todas las tierras eslavas dentro de lo que se conoce como mundo ruso bajo el liderazgo de Moscú. Según Kiev, Ucrania y Rusia son dos naciones distintas. Para Moscú, una sola.
Esta historia remota resuena en el pasado reciente.
Rusia, ¿miembro de la OTAN?
Tras el colapso de la Unión Soviética en 1991, Rusia parecía destinada a incorporarse al mundo occidental. Tanto así que en 1997 la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), otrora enemiga de Moscú, firmó con Rusia el Acta Fundacional de Relaciones Mutuas, Cooperación y Seguridad.
Este acercamiento se consolidó en 2002 con la creación del Consejo OTAN-Rusia, ya con Vladimir Putin en el Kremlin.
Para Moscú, la relación con la OTAN significaba la oportunidad de formar parte integral de la nueva arquitectura de defensa de Europa. Para Bruselas, sumar a Rusia era un paso importante en la construcción de estabilidad e influencia en Eurasia.
Pero una serie de desacuerdos y visiones encontradas descarriló la sociedad entre ambas potencias militares.
Pocos lo recuerdan hoy, pero Putin quería que Rusia fuera miembro de la OTAN de pleno derecho. Para ello, pidió que se obviara el proceso tradicional de incorporación, a lo que la Alianza Atlántica no accedió.
No obstante, la guerra de Kosovo ya había tensado las relaciones entre ambas partes debido al bombardeo unilateral de la OTAN sobre territorio yugoslavo en 1999, que Rusia condenó.
Adiós Rusia, hola Ucrania
El momento crítico de alejamiento ocurrió en 2008. Ese año, Ucrania, gobernada por el reformista pro-occidental Víktor Yúshchenko, pidió a la OTAN que activará el plan de adhesión de Kiev.
El entonces presidente de EEUU, George W. Bush, dio su aval para que no sólo Ucrania, sino también Georgia (otro país exsoviético) se integrara a la OTAN. Georgia fue invadida por Rusia. La distancia con Moscú se volvió infranqueable.
En 2010 llegó al poder en Kiev otro Víktor, Yanúkovich, de filiación prorrusa. Frenó el acercamiento de Ucrania con la OTAN y también con la Unión Europea, lo cual provocó una serie de protestas, apoyadas por Occidente, que llevó a la salida del presidente en 2014 y el regreso de Ucrania a la senda de Occidente.
La reacción rusa no se hizo esperar: Moscú se anexionó Crimea y patrocinó una rebelión prorrusa en las regiones orientales de Donetsk y Lugansk. Este es el antecedente de la actual guerra en Ucrania.
Volodimir Zelenski ganó las elecciones presidenciales ucranianas en 2019 y desde el principio mostró su inclinación por retomar el proceso de incorporación de su país a la UE, lo cual fue visto por Putin como el primer paso para una Ucrania asociada a la OTAN.
En febrero de 2022, Rusia invadió abiertamente territorio ucraniano y en julio de 2023 se creó el Consejo OTAN-Ucrania, 21 años después de la formación del hoy inoperante Consejo OTAN-Rusia.
Vladimir vs. Volodimir
Occidente sustituyó a Moscú con Kiev como interlocutor en Europa Oriental. Esto resulta significativo. Para la Rusia de Vladimir Putin, que cree en el viejo monarca Vladimir como origen del mundo ruso, sólo Moscú puede ser interlocutora de Occidente respecto a los asuntos eslavos y de su esfera de influencia.
Para la Ucrania de Volodimir Zelenski, que tiene al príncipe de Kiev Volodimir como padre fundador, formar parte de las instituciones occidentales es la garantía para sobrevivir como estado independiente, aun a costa de una guerra mundial con Rusia.
Pero para Rusia y la Entente de Eurasia (China, Irán, Bielorrusia y Corea del Norte) la guerra en Ucrania se ha convertido también en la oportunidad de configurar un nuevo orden mundial post-hegemonía estadounidense.
Para EEUU y la Alianza Atlántica, el conflicto en Europa del Este representa la posibilidad de frenar el expansionismo ruso y afianzar su presencia en Eurasia.
En medio de este choque de visiones, la incursión ucraniana en Kursk se muestra relevante más allá de la importancia que tiene para los rusos ese territorio, en el que se llevó a cabo una de las batallas más terribles de la Segunda Guerra Mundial contra los nazis.
Objetivos (lejanos) de Ucrania y Rusia
Por un lado, Kiev se muestra como una fuerza capaz de hacer buen uso de los recursos que la OTAN y la UE le brindan para infligir daño a Rusia. Con esto, Ucrania refuerza la idea de que, si recibe el suficiente apoyo, puede doblegar los objetivos rusos y forzar una salida política más ventajosa.
Por otro lado, Moscú mantiene su estrategia de avance en Donetsk con la intención de desgastar a las fuerzas ucranianas para obligar a Kiev a negociar en desventaja.
Ninguno de los dos países parece contar con las capacidades suficientes para conseguir sus objetivos maximalistas, a saber: para Rusia, la conquista de toda Ucrania con el fin de reconfigurar el tablero geopolítico euroasiático y mundial; para Ucrania, la derrota de Rusia para incorporarse a la OTAN con su territorio íntegro y así poner un alto a todas las ambiciones de Moscú.
Ucrania ni siquiera podría mantener la ocupación de los escasos territorios rusos invadidos en Kursk, de la misma manera que para Rusia ha sido hasta ahora imposible hacerse con el control de toda Ucrania y, por lo visto, no podrá conseguirlo en el mediano plazo.
El problema es que estas realidades no eximen de una nueva escalada, la cual está mucho más cerca que un posible alto al fuego. El impacto de dicha escalada sería global y abarcaría los ámbitos geopolítico, económico, energético, medioambiental y social.
El impacto de una probable escalada
El agravamiento del conflicto intensificará las divisiones internacionales, elevará las tensiones entre las potencias nucleares y podría desencadenar conflictos adicionales en otras regiones y aumentar el riesgo de un choque directo entre la Alianza Atlántica y la Entente de Eurasia.
La escalada podría empeorar la inflación y debilitar aún más a las economías emergentes, acentuando la desigualdad económica en todo el mundo. Además, la incertidumbre podría ralentizar aún más la recuperación económica global en la era post-pandemia.
Debido a que Rusia y Ucrania son clave en la producción mundial de alimentos y energía, podría generarse una crisis alimentaria global, disparando los precios de los alimentos y afectando gravemente a las poblaciones más vulnerables.
La inestabilidad en los mercados energéticos podría desencadenar una crisis energética con graves consecuencias para la industria y el consumo.
Pero lo más grave es el costo humano y medioambiental. El conflicto ya ha cobrado cientos de miles de víctimas y ha desplazado a millones de personas, ejerciendo una presión enorme sobre los sistemas sociales de los países vecinos y alimentando el nacionalismo y la xenofobia.
La guerra ha causado también un daño medioambiental significativo, desde la contaminación por armas hasta la destrucción de ecosistemas, con el riesgo latente de un desastre nuclear en Zaporiyia. Una escalada podría agravar las crisis humanitarias y medioambientales con impactos duraderos.
Por todo esto, el conflicto en Ucrania, que hunde sus raíces en el personaje casi mítico de Volodimir-Vladimir, y que es protagonizado hoy por líderes enfrentados del mismo nombre, es determinante para el futuro del mundo.
Una solución que lleve a la paz se antoja difícil y requerirá de la participación activa de la comunidad internacional en su conjunto. Son inercias de siglos y visiones globales diametralmente opuestas las que se enfrentan.