Todos los imperios tienen límites. El imperio estadounidense ha encontrado el suyo. Pero no recientemente. Desde los años 70, la Unión Americana evidenció los problemas para imponer su hegemonía global, problemas que en los últimos 20 años se han agudizado y han terminado por descarrilar su liderazgo mundial cuando parecía indiscutible. Bajo esta perspectiva, Afganistán no significa para Estados Unidos el comienzo de la fractura de su imperialismo político, militar y económico, sino la culminación de una serie de fracasos que dejan al mundo con la interrogante de una hegemonía vacante. La rápida evacuación de tropas y diplomáticos estadounidenses de Kabul motivada por el avance talibán sintetiza la debacle del imperio.
La referencia histórica es obligada. Cuando las legiones romanas del emperador Trajano vencieron a los partos en Mesopotamia y tomaron la capital del Imperio parto, Ctesifonte, en el año 116 d. C., parecía que el poder de Roma no tenía límites. El Imperio romano imponía su ley no sólo en Europa, el Norte de África y Asia Menor, sino que ahora ponía los pies sobre el corazón del Medio Oriente. Sólo la India de los Kushan y la China de los Han rivalizaban con la Roma de los Antoninos, pero estaban demasiado lejos para significar un riesgo; antes bien, representaban una oportunidad de contacto e intercambio a través de la naciente Ruta de la Seda. El imperio de la ciudad eterna acababa de eliminar al principal intermediario en el eje del comercio internacional Oriente-Occidente. No obstante, tan pronto como Trajano consiguió doblegar y saquear a la Partia de los Arsácidas, los problemas surgieron. Una rebelión judía impidió que las legiones continuaran su avance y la muerte de Trajano, acaecida en 117, puso fin a la expansión romana. El sucesor Adriano entendió que Roma no lograría la estabilidad en Medio Oriente a través de la ocupación, por lo que decidió replegar las legiones, fijar los límites orientales del imperio en Armenia, Siria y Palestina y firmar un tratado de paz con sus antiguos enemigos partos. Roma, simplemente, no podía seguir expandiéndose. El imperio había alcanzado su límite un siglo antes de que comenzara la crisis que lo llevaría a su decadencia. Tras la campaña de Trajano, otros intentaron aventurarse en territorio oriental, pero, así como llegaron, se fueron. Incluso, tras la caída de Partia en 224, hecho que en parte fue motivado por las incursiones romanas, las legiones comenzaron a acumular derrotas, ahora frente a los persas sasánidas, que ocuparon el lugar de los partos; derrotas que recordaban a la sufrida por Craso en los tiempos de Julio César.
Igual que el Imperio romano, el americano también halló sus límites en Asia antes de comenzar la crisis de su hegemonía. Vietnam fue la primera gran derrota militar de EUA como potencia global de la postguerra; y no sólo por no haber conseguido sus objetivos de frenar el avance comunista en Indochina, sino, sobre todo, por haber retirado sus tropas en medio del desprestigio interno y externo, y haber roto el acuerdo de Bretton Woods -que mantenía el patrón oro-dólar- para imprimir libremente billetes que financiaran la guerra. Los años 70 del siglo XX comenzaron a marcar los límites del imperio americano. En lo económico, la crisis de los precios del petróleo, la depreciación del dólar como moneda de referencia y la estanflación motivaron cambios estructurales que llevaron a la instauración del neoliberalismo como doctrina, con el consecuente achicamiento de las capacidades sociales del estado, el inicio del desmantelamiento del aparato industrial estadounidense y el incremento exorbitante del gasto militar para vencer a la URSS en la carrera armamentista. En lo político, la revolución de 1979 en Irán significó un descalabro para EUA ya que implicaba la caída del régimen pro americano de la dinastía Pahlaví para instaurar un gobierno islamista anti estadounidense. En ese entonces, EUA era un gran importador de petróleo, por lo que perder presencia en Oriente Medio significaba comprometer su abastecimiento.
Fue entonces que hizo su aparición Afganistán en el tablero geopolítico del Pentágono. Se trata de un territorio que desde los tiempos del Imperio persa aqueménida juega un papel importante en las rutas comerciales de Oriente-Occidente y de conexión Norte-Sur. Hoy se repite como mantra que este país de Asia Central es la tumba de grandes imperios, y se refieren desde las complicaciones que el Imperio macedonio tuvo en el siglo IV a. C. para doblegar a sus pobladores, hasta la derrota que sufrió el imperio soviético en el último tercio del siglo XX. Sin embargo, Afganistán existe como estado más o menos regular a partir de mediados del siglo XVIII, con la dinastía Durrani. En el XIX, ya como emirato, Afganistán entra de lleno en las pugnas geopolíticas que el Imperio británico libró con el Imperio ruso bajo el nombre de Gran Juego, que no era otra cosa que hacerse con el control de Asia Central. Los británicos querían evitar el avance ruso hacia el sur, lo que implicaría poner en riesgo su dominio en la India. Tras dos guerras anglo-afganas que permitieron a Reino Unido mantener a salvo sus intereses, una tercera permitió a Afganistán conseguir su independencia en 1919, aunque la inestabilidad siguió durante casi todo el siglo XX.
Los soviéticos intervinieron en 1978 para apoyar la revolución socialista y hacer frente a los insurgentes muyahidines, fundamentalistas islámicos, que fueron apoyados por EUA. Entre los muyahidines estaba Osama Bin Laden, un saudí que acudió a Afganistán para luchar contra los soviéticos con el apoyo de Washington. A la larga, Afganistán se convirtió en el Vietnam de la URSS, imperio que terminó por colapsar en 1991. Al amparo de la ayuda de EUA a los muyahidines nació la red extremista Al Qaeda y la facción del Talibán. La primera fue la que perpetró los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas y el Pentágono, hecho que se convirtió en el casus belli de la invasión a Afganistán. Por su parte, los talibanes se hicieron con el poder en el país tras la caída del régimen socialista y brindaron apoyo y protección a Al Qaeda. Washington logró asesinar a Bin Laden, pero no acabar con Al Qaeda ni con el Talibán. Por el contrario, hoy, con la huida de las tropas estadounidenses de tierras afganas tras 20 años de invasión, los talibanes han recuperado en días el terreno que perdieron en dos décadas. El fracaso del imperio americano es rotundo. Pero, si miramos bien, en lo que va del siglo XXI, varias intervenciones militares de EUA han terminado en desastre: además de Afganistán hay que contar Irak, Libia y Siria. El imperio llegó a su límite hace años y su hegemonía está en una crisis que se antoja terminal.