Ahora resulta que todos somos cubanos

Pocos países provocan posiciones encontradas tan polarizadas como Cuba. Para unos, en su mayoría identificados con la derecha y el liberalismo económico, Cuba es una isla paradisíaca y exótica gobernada por una dictadura tiránica que viola sistemáticamente los derechos de los cubanos. Es también la muestra viviente del fracaso político y económico del socialismo. En este sentido, funciona como advertencia para aquellas sociedades que buscan una vía alternativa a la globalización neoliberal o que no comparten la visión dominante de las élites económicas o las posturas del conservadurismo político tradicional. Bajo esta perspectiva, la Revolución Cubana fue un movimiento perpetrado por “personajes sanguinarios” como Fidel y Raúl Castro y, por supuesto, Ernesto “Che” Guevara, cuya sola mención para la derecha de varios países significa una afrenta. La acusación más fácil que se lanza desde aquí hacia los gobiernos que se asumen de izquierda —que muchas veces no lo son— es que quieren seguir el camino de Cuba. Para este grupo de personas, el bloqueo económico que Estados Unidos mantiene desde hace décadas contra la isla no figura entre las causas de la precaria condición que padece buena parte de los habitantes de la isla, ya que el único responsable es el “gobierno tiránico” que han encabezado desde 1959 los hermanos Castro y más recientemente Miguel Díaz-Canel. Para los críticos del régimen castrista, éste y su socialismo son los únicos responsables del rezago económico, y la represión política y la ausencia de libertades individuales, cuya defensa son el eje de la ideología del liberalismo occidental, redondea un cuadro espeluznante en el que no existe más que una salida: “la dictadura debe caer”.

Frente a los detractores de la Cuba castrista están los defensores de la Revolución Cubana, la mayoría identificados con la izquierda marxista o con los partidos presuntamente progresistas. Entre ellos existen dos corrientes muy claras: la de quienes miran a Cuba con ojos cargados de romanticismo, y la de quienes asumen una defensa dura del régimen frente a la constante amenaza del intervencionismo estadounidense. Para unos y otros, la culpa casi exclusiva del rezago de Cuba es de EEUU por su “criminal bloqueo económico”. En esta lógica, los errores del gobierno cubano poco o nada importan, porque Cuba es un símbolo de resistencia, probablemente el más poderoso que existe hoy junto con Palestina. Para los partidarios fuereños de la Revolución, la isla es el digno David caribeño que lleva décadas enfrentando y derrotando con su persistencia al perverso Goliat yanqui. Para quienes asumen esta postura, las libertades individuales, tan ponderadas por las potencias occidentales, son menos relevantes que la soberanía del pueblo cubano y la causa de la pretendida igualdad colectiva. En este sentido, los 82 expedicionarios del Granma que llegaron a las costas cubanas en 1956 para iniciar la rebelión contra el gobierno de Fulgencio Batista, dictador apoyado por EEUU, son héroes, próceres dignos de toda consideración y emulación. Las causas más importantes para los apologistas del castrismo son el fin del bloqueo económico, la consumación permanente de la revolución socialista en Cuba y la derrota de los enemigos de la misma.

Estas posiciones extremas son seguidas de forma acrítica y superficial por muchos que hoy ven en las redes sociales virtuales un desahogo a su necesidad de sentirse parte de algo. Los mensajes de uno y otro bando se replican masiva e irreflexivamente y con tal virulencia que parece que no existen puntos medios entre la sesgada realidad del blanco y negro. Hay quienes, además, ven en el fenómeno de las manifestaciones la oportunidad para provocar y ganar notoriedad llevando al extremo de lo absurdo sus argumentos, sean a favor o en contra del gobierno cubano. También vemos gobiernos oportunistas posicionándose como si el asunto en verdad les importara, con tal de no quedarse atrás o para defender sus intereses. Lo grave de esta estridente lucha de extremos ideológicos y superficiales en el ciberespacio y en la palestra política es la realidad y las contradicciones que oscurece. Porque para quienes ven en el gobierno cubano al único villano de la película, no existe la realidad de quienes de manera legítima defienden dentro de la isla la soberanía de su país, y que han contribuido con su esfuerzo a sostener el régimen en medio de las tormentas geopolíticas de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI, herederos de aquellos que en su momento soñaron con derribar la dictadura que sí avalaba Washington, la de Batista, y lograr la independencia de los intereses estadounidenses. De igual forma, para quienes ven en el gobierno del gigante americano al malo de la historia, no existe la realidad de aquellos que han tenido que salir de Cuba huyendo de la precariedad y la hostilidad política o que viven aún en la isla padeciendo dichos problemas. Porque cubanos son tanto unos como otros. Y si en verdad nos interesa conocer y acercarnos a la compleja problemática de la isla, lo mínimo que podemos hacer es reconocer la realidad diversa de todos sus habitantes y exiliados. Reconocer la dignidad de quienes por convicción creen en la vía revolucionaria como alternativa a la tutela de facto de Washington en el Caribe, que no es ni menor ni mayor que la dignidad de quienes buscan una mejor vida dentro y fuera de la isla. También es justo reconocer que con todo y embargo, Cuba tiene un comercio internacional vivo y que sus principales socios hoy son China y España, y que EEUU mantiene un intercambio, aunque bajo, con la isla a pesar de su propio bloqueo. Y reconocer que Cuba ha jugado y juega hoy un papel muy importante en las pugnas de las grandes potencias y sus intereses geopolíticos, como dieron fe aquellos días aciagos de octubre de 1962 durante la llamada crisis de los misiles. Tampoco podemos perder de vista las contradicciones en las que incurrimos al defender la soberanía cubana mientras nos hacemos de la vista gorda cuando nuestro país, por ejemplo, se subordina abiertamente a los designios de Washington en temas migratorios y comerciales, o al defender las libertades de los cubanos reprimidos mientras miramos a otro lado frente a las injusticias que sufren los mexicanos en EEUU o los indígenas en México. Así mismo, debemos recordar que la ideología se construye sobre la base de una realidad objetiva, y no al revés. Opinar sólo desde la ideología, omitiendo o minimizando hechos, es el camino del error.

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Arturo G. González

Soy adicto a saber y descubrir algo nuevo todos los días. Me obsesiono con tratar de entender el mundo y la época que me tocó vivir. No puedo escapar a la necesidad de comprender por qué nuestra civilización es como es, y para ello leo noticias, opiniones, artículos de análisis y libros; escucho música y veo cine. Creo que el pasado vive en el presente, y que el presente es la pieza clave del futuro. Te invito a este viaje de pensamiento y descubrimiento cotidiano. Esta es mi visión del mundo.