Por Arturo González González
Un régimen de un hombre. Un régimen de un partido. Esa es la imagen que Occidente tiene de Rusia y China, respectivamente. Dos rostros del autoritarismo. En el caso del estado más extenso del mundo, se trata, en la forma legal, de una república federal, democrática, presidencialista y multipartidista. Esta definición nos podría llevar a pensar que no dista mucho de algunos regímenes de Occidente. No obstante, en el fondo hay diferencias importantes. En Rusia, las elecciones son, no la escenificación de la posibilidad de alternancia en el poder, sino un montaje del gobierno federal para renovar sus controles y cuadros en los distintos ámbitos y los diferentes organismos del Estado. Los resultados electorales, aunque previsibles, son un termómetro sobre la legitimidad del poder actual y el funcionamiento del aparato y sus engranajes. Es por eso que el gobierno que encabeza Vladímir Putin es celoso a la hora de permitir quién puede o no participar en las elecciones; una oposición útil es bienvenida, mientras una incómoda es marginada. Una pluralidad política controlada. Y es ahí donde radica la crítica del Occidente liberal a Rusia. Y con todos los matices y detalles que se puedan mencionar, existe una realidad incontrovertible: desde hace 21 años, quien manda en Rusia es Putin, dentro de un régimen autoritario de facto.
En el estado más poblado del orbe el régimen tiene otra forma. Es una república popular, socialista, unitaria y unipartidista. A diferencia de Rusia, que es una unión de 83 sujetos federales, China es un estado en donde el control administrativo de sus 23 provincias está centralizado, y en donde sólo existen dos niveles de administración: central y local. El poder constitucional recae en un solo partido, el Comunista, aunque existen otros pequeños regionales que representan minorías o expresiones alternativas, pero que no pueden acceder al poder, sólo aspiran a una presencia marginal en la Asamblea Popular Nacional. Las elecciones son controladas por el Partido Comunista (PCCh) y se llevan a cabo de forma jerarquizada: los integrantes de las asambleas locales son elegidos por voto directo, cuyos delegados participan en asambleas regionales para elegir a otros delegados en un esquema de sufragio indirecto, y así hasta llegar a la punta de la pirámide estatal. Un ejemplo claro del control del partido sobre el Estado es que el actual presidente de la República, Xi Jinping, es a la vez el secretario general del PCCh. La cúpula del partido es la cúpula del Estado. Es una dictadura de partido de iure, sustentada en una democracia popular que muy poco tiene que ver con la democracia liberal occidental que considera al régimen chino como totalitario.
Aunque Rusia se considera una economía de mercado desde 1991, el Estado juega un papel determinante en la rectoría económica y en los sectores estratégicos. Cuenta con el sexto Producto Interno Bruto a Paridad de Poder Adquisitivo (PIB PPA) más grande del mundo con fortaleza en la producción de energía, minerales, materias primas, alimentos e industrias espacial y militar. Sus fuerzas armadas son las más potentes sólo detrás de las de EUA, y posee el arsenal nuclear (desplegado o no) más grande y sofisticado del planeta. Por su parte, China se considera una economía socialista de mercado, integrada al sistema capitalista global, bajo la rectoría y control del PCCh, con margen para la empresa privada, pero una amplia presencia de empresas estatales en casi todos los sectores. China ha desbancado a EUA como el principal socio comercial de la mayoría de los países del orbe, su PIB PPA es el mayor del mundo y despunta en numerosas actividades económicas de medio y alto valor: manufacturas, telecomunicaciones, tecnologías de la información, biotecnología, industria espacial y, más recientemente, industria militar. Sus fuerzas armadas ocupan la tercera posición en capacidad de fuego y existen indicios que apuntan a un reciente incremento de sus capacidades nucleares, en volumen y calidad.
El recelo con el que miran Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Europea a China y Rusia no es gratuito. Son estados que han aumentado sus capacidades materiales y su presencia en el mundo al grado de significar un desafío para el orden liberal hegemonizado por Washington. Frente a la actual inestabilidad de las democracias occidentales y el estancamiento de sus capacidades, los regímenes de las dos potencias orientales se alzan como modelos alternativos en el ejercicio de un poder más estable. Es probable que los países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) liderada por EUA posean todavía más poder que China y Rusia, pero dicho poder está más disperso, mientras que en Moscú y Pekín está más concentrado y tiene mayor margen de maniobra ya que no está tan atado a los vaivenes de la política electoral ni tan vigilado por los contrapesos democráticos. Y hoy, ambos regímenes orientales caminan hacia una alianza informal que se traduce en comunión de intereses políticos, intercambio de beneficios y complementariedad de capacidades. Su objetivo es desafiar el sistema liberal unilateral internacional de EUA y construir un orden mundial antiliberal y, más que multilateral, multipolar, en donde las grandes potencias tengan sus áreas de influencia sin que un policía global les diga cómo actuar en ellas. Y para ello forman un eje antiliberal al que otros estados ya miran: Irán, Norcorea, Egipto, Kazajistán, Tayikistán, Kirguistán, Uzbekistán, Armenia, Bielorrusia, Siria, Venezuela, Cuba, Nicaragua, Pakistán y Camboya.
Ambas potencias parten del revisionismo histórico y construyen proyectos geopolíticos y geoeconómicos bajo visiones de glorias pasadas y realidades presentes. Rusia, que se asume desde el siglo XVI como la Tercera Roma —tras la del Tíber y Constantinopla—, encabeza la Unión Económica Euroasiática, una especie de UE postsoviética, y la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, un tipo de OTAN exURSS. China, que vuelve a verse como el Imperio del Centro, lidera la Asociación Económica Integral Regional, la mayor zona de libre comercio del mundo, e impulsa la Nueva Ruta de la Seda, con el cual pretende afianzar su presencia económica global. Rusia y China participan en la Organización para la Cooperación de Shanghái, enfocada en mantener la estabilidad de Asia al margen de la hegemonía estadounidense. El fin de semana, Putin y Xi tuvieron en Pekín su enésima reunión, antes de la inauguración de la Olimpíada invernal, para mostrar su unidad de intereses frente a los recelos de Occidente. En concreto, Rusia quiere que EUA y la OTAN saquen las narices de su “espacio vital”, tensión que tiene a Ucrania en el foco. China busca lo mismo en el Mar Meridional, con Taiwán en el ojo de la tormenta. ¿Hasta dónde llevarán Moscú y Pekín sus intereses conjuntos? ¿Hasta dónde llegará Occidente para frenarlos? Este 2022 lo sabremos.