Cinco dilemas para el nuevo orden mundial

El nuevo orden mundial en cinco dilemas

(Por Arturo González González) Toda ideología alberga un anhelo. Los anhelos ideológicos tienden a ser excluyentes. Cuando chocan los anhelos de las ideologías surgen los dilemas. Sabemos que el viejo orden mundial, que rigió durante las últimas décadas bajo la hegemonía estadounidense, ha fenecido. Nos encontramos en una etapa de transición. Aún es muy pronto para esclarecer a ciencia cierta cómo será el nuevo orden. Pero sí podemos atisbar algunos de sus dilemas.

Los sueños de las ideologías

Los liberales sueñan con un mundo basado en las reglas del liberalismo: derechos individuales, sistemas multipartidistas con contrapesos, Estado de derecho, respeto a las fronteras nacionales. Los nacionalistas sueñan con estados soberanos fuertes que privilegian sus intereses por encima del conjunto humano, y su preponderancia sobre otros estados menos fuertes. 

Los globalistas aspiran a un mundo sin fronteras para el capital, las mercancías y una élite económica apátrida. Los ambientalistas, un sistema económico inocuo para el ecosistema planetario. Y los tecno-entusiastas sueñan con un futuro en el que las máquinas realicen la mayor parte del trabajo y los humanos se liberen de esa carga productiva. 

En una suerte de optimismo saltimbanqui, habrá quien crea que todos estos anhelos son posibles y realizables al mismo tiempo. Lo cierto es que la necia realidad no sólo hace de estos sueños especies excluyentes sino, incluso, opuestas. Buena parte de la complejidad que enfrentamos hoy tiene que ver con dilemas que involucran a las causas que activan a estos movimientos o ideologías.

El orden mundial liberal de la postguerra

Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos como ganador de la contienda, creó un orden mundial basado en reglas asociadas al liberalismo político. Al menos en el discurso, buscaba evitar que la historia se repitiera, que un estado pudiera invadir otro o que un gobierno pudiera reprimir a su población o intentar exterminar a otra. Se ensayaron esquemas de gobernanza y gestión de las diferencias internacionales. La ONU, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial son productos de esa visión. 

No obstante, también se creó la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), una alianza militar para hacer frente a la expansión comunista impulsada por la Unión Soviética. Luego del colapso de ésta, la OTAN se convirtió en una especie de policía global patrocinada por Washington. 

En los últimos años, la disconformidad con el orden mundial basado en reglas liberales ha proliferado. Y no es sólo porque estados como Rusia lo desafíen abiertamente, como en Occidente se tiende a señalar. De lo que acusa hoy Estados Unidos a Rusia por Ucrania, no es muy diferente de lo que intentó en Afganistán, Libia, Irak, Vietnam, Cuba, etc. Tampoco lo es de lo que Israel lleva a cabo en Palestina con el apoyo de Washington. 

Más allá de las evidentes contradicciones, en el propio seno de las sociedades occidentales se ha esparcido la desconfianza hacia el orden mundial basado en reglas liberales. El caso más claro es el de Donald Trump, quien vuelve a ser presidente de la primera potencia, ahora en calidad convicto, y quien no sólo de palabra está dinamitando la gobernanza internacional diseñada por su país. Uno de los argumentos centrales que utiliza Trump, y la mayoría de sus seguidores que lo ensalzan fuera y dentro de Estados Unidos, es el de la defensa de la soberanía nacional.

El orden mundial liberal frente al nacionalismo

Es curioso: la soberanía nacional fue el argumento que esgrimieron muchos gobiernos en el mundo durante la segunda mitad del siglo XX para resistirse a acatar las reglas del orden de postguerra. Hoy, quien se queja de la gobernanza mundial es el mismo país que impuso las normas a los demás so pena de invasiones o patrocinios de golpes de Estado. 

En cada país en donde gobierna o está por gobernar la ultraderecha, la dinamita contra el orden basado en reglas liberales explota de distintas formas. Desde el desacato de acuerdos y lineamientos internacionales hasta la coacción velada o abierta a otro estado, pasando por la eliminación de contrapesos y autonomías de poderes y la supresión de derechos de minorías, el catálogo reaccionario crece.

El argumento de la soberanía nacional, que en esencia no es negativo, está siendo usado como pretexto para cometer atropellos y reconfigurar las relaciones internacionales dentro de nuevos esquemas de subordinación. Si alguna vez se aspiró, aunque sea en el papel, a que todos los estados nacionales gozaran de los mismos derechos y se hablaran de tú a tú, ahora, sin tapujos, se promueve el ejercicio del poder, incluso militar, para que las grandes potencias obtengan lo que esperan de otros países. Es, recordando a Jacques Pirenne, una nueva era de los imperios. 

En ese sentido, los grandes poderes económicos estatales reclaman para sí sus espacios de influencia vitales: Rusia con el espacio exsoviético, China con el Sudeste asiático y el Mar Meridional, Irán con Levante, Turquía con el Egeo y Estados Unidos con América del Norte y Central. 

El nacionalismo frente a la globalización económica

La globalización económica es una consecuencia del orden mundial liberal. Fue concebida para permitir que los grandes capitales radicados originalmente en Occidente pudieran migrar hacia territorios con costos productivos más baratos para obtener una mayor rentabilidad. Para que ello ocurriera, los estados receptores de capital debían someterse a las reformas que dictaba el Consenso de Washington. 

En aquellos días la defensa de la soberanía nacional como argumento para frenar la aplicación de dichas reformas resultaba estorbosa. En el presente, son potencias desarrolladas, como Reino Unido y Estados Unidos, las que, en nombre de la otrora indeseable soberanía nacional, cuestionan la globalización neoliberal diseñada y dictada como evangelio por el tándem Reagan-Thatcher, y de la que se ha beneficiado China. Quieren echar abajo la escalera que usaron para ascender. Pero no es la única disonancia.

La globalización frente al ecosistema planetario

Además de despertar las ansias reaccionarias y nacionalistas en los gobiernos y las sociedades que la propagaron, y de ahondar la brecha entre unos cuantos ricos cada vez más ricos y una masa inmensa de trabajadores crecientemente precarizados, la globalización económica ha significado una presión extraordinaria para el medio ambiente. 

El cuadro nos es familiar: cadenas de suministro, producción y comercio de alcance mundial; proliferación de los viajes en avión; automovilización de las ciudades; expansión de las sociedades de consumo; multiplicación de la basura no degradable; ganadería intensiva, etc. Si bien el calentamiento global antropogénico tiene su causa principal en la revolución industrial iniciada en Inglaterra hace dos siglos y medio, sabemos que la globalización multiplicó sus efectos negativos. 

En 2024, por primera vez, se registraron durante los 12 meses del año temperaturas promedio superiores en 1.5 ºC a las registradas durante la era preindustrial. Es decir, el límite máximo al que no debíamos llegar según el Acuerdo Climático de París de 2015, fue superado. Los incendios en Los Ángeles, sin precedentes por su magnitud, son apenas una muestra de las consecuencias del cambio climático antropogénico.

El ecosistema planetario frente a la revolución tecnológica

Hay quienes ven en las nuevas tecnologías una posible solución a la crisis medioambiental. Creen que si avanzamos lo suficiente en el desarrollo tecnológico, resolveremos el desafío ecológico con nuevas herramientas. El problema con esta visión es que buena parte del desajuste del ecosistema planetario se debe a la producción de las nuevas tecnologías. 

La reciente irrupción de las inteligencias artificiales generativas necesita de cantidades ingentes de energía generada a partir de combustibles fósiles. Requiere también de enormes volúmenes de agua y del uso de minerales y tierras raras, cuya extracción se realiza la mayoría de las veces en condiciones poco sostenibles. 

Además, la industria tecnológica genera un cúmulo de desechos eléctricos y  electrónicos que en muchos países no están bien gestionados. La contradicción nos explota en la cara: queremos resolver la crisis climática con la misma tecnología cuyo desarrollo ha contribuido en gran medida a generarla. Debemos ser honestos: no ha habido hasta ahora una revolución industrial ecológica.

La revolución tecnológica frente a la gobernanza mundial

Pero la revolución tecnológica actual no sólo representa un desafío para el ecosistema planetario. También lo es para un sistema de gobernanza mundial que establezca reglas mínimas de convivencia entre estados. 

Si en el pasado las entidades estatales nacionales eran las depositarias casi exclusivas de las facultades de organización social, seguridad, defensa y sanción, hoy las empresas tecnológicas emergen como auténticos poderes con sus propios intereses geopolíticos. Es una tecnoligarquía que impone reglas extraestatales en sus ecosistemas, que negocia con gobiernos e, incluso, los infiltra, como el caso de Elon Musk con la administración Trump 2.0. 

Las compañías que pertenecen a esta nueva élite tecnócrata tienen más poder económico y político que la mayoría de los países del orbe. No falta mucho para que cuenten con sus propios ejércitos privados que, dicho sea de paso, no responderán a las reglas emanadas de una asamblea de soberanías populares, sino a las suyas propias. 

Así, terminamos donde comenzamos el ciclo de los dilemas que se asoman en el horizonte de un nuevo orden mundial. También se asoma un perfil que, con todas sus contradicciones, se está volviendo protagónico: es el sujeto reaccionario, neonacionalista, tecno-entusiasta, negacionista del cambio climático y contrario a los controles democráticos. ¿Podrá este perfil (representado en la nueva élite político-tecnocrática) construir el nuevo orden mundial a su imagen y semejanza?

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Arturo G. González

Soy adicto a saber y descubrir algo nuevo todos los días. Me obsesiono con tratar de entender el mundo y la época que me tocó vivir. No puedo escapar a la necesidad de comprender por qué nuestra civilización es como es, y para ello leo noticias, opiniones, artículos de análisis y libros; escucho música y veo cine. Creo que el pasado vive en el presente, y que el presente es la pieza clave del futuro. Te invito a este viaje de pensamiento y descubrimiento cotidiano. Esta es mi visión del mundo.