Un Gobierno federal con mensajes contradictorios, sin coherencia entre el decir y el actuar y con estrategias difusas y poco firmes. Gobiernos estatales que aplican medidas desconcertantes y arbitrarias sin consultar con otros órdenes de Gobierno, y que se quejan de la falta de apoyo de la autoridad nacional. Gobiernos locales que cuestionan las medidas aplicadas por los estados pero sin asumir una responsabilidad clara al mismo tiempo que acusan también falta de respaldo por parte de los otros ámbitos gubernamentales. En medio de todo, una población mayoritariamente confundida y sumida en la zozobra por la incertidumbre de una pandemia que está golpeando, primero, la salud pública y, segundo, la economía en su conjunto. La desarticulación y descoordinación que se observa a nivel global tiene su réplica en muchos países, como es el caso de México. Pero en regiones y zonas metropolitanas que exceden los límites de un estado, esta realidad se vuelve mucho más compleja y genera mayores problemas. Es el caso de La Laguna.
Hemos visto en el ámbito internacional cómo la respuesta a la pandemia de COVID-19 ha sido desorganizada, inconexa y contrastante. Y esto tiene que ver, como decía hace unos días en este mismo espacio, con la falta de liderazgo mundial. La Organización Mundial de la Salud, el órgano supranacional encargado de coordinar los esfuerzos de los estados nacionales en materia sanitaria, ha quedado reducida a una institución que emite líneas de recomendación que no solo no son acatadas por todos los Gobiernos, sino que incluso son abiertamente descalificadas. Los ataques del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a la OMS forman parte de un episodio más de esta historia que refleja el desorden que impera en un mundo cada vez más desarticulado y en franca competencia por la hegemonía.
Lo preocupante no es que cada estado nacional, en el ejercicio legítimo de su soberanía, aplique las medidas que considere más pertinentes para defender a su población, sino que lo haga sobre parámetros dudosos, sin coordinación con otros países e, incluso, afectando a terceros. Resulta a todas luces sintomático del caos que priva en el mundo el hecho de que los Gobiernos no se hayan podido poner de acuerdo ni siquiera para establecer si los cubrebocas son efectivos o no para mitigar la pandemia y de qué manera deben usarse. Y no es un asunto menor, porque la falta de información clara y el egoísmo imperante en el ámbito político han llevado a un desabastecimiento de estos materiales que son de estricta necesidad en los hospitales.
Tampoco hay claridad en los criterios de relajamiento de las medidas de confinamiento y aislamiento social ni de desconexión internacional, lo cual aumenta el riesgo de choques o desencuentros entre Gobiernos nacionales. La solidaridad, colaboración y coordinación deberían estar por encima de los intereses geopolíticos, la exclusividad y competencia interestatal. De seguir la ruta del ensimismamiento y el egoísmo, no nos extrañe ver que, tras la pandemia, a la vuelta de los meses o años, tengamos un mundo más desigual y caótico que el que ahora tenemos.
En México, como en Estados Unidos, se observa a un presidente más preocupado por la coyuntura electoral que por la unidad nacional. Y la consecuente división impide que haya una estrategia sólida desde el poder político. El caso de La Laguna es un ejemplo claro de ello. La falta de liderazgo político nacional frente a la crisis, que ya abordé en la entrega pasada, ha abierto espacio a que los Gobiernos de los estados ensayen sus propias medidas de acción ante la pandemia. Además de que algunas de esas medidas son muy cuestionables, y que van desde la inconsistencia en la aplicación los protocolos de detección, reporte y seguimiento de casos confirmados hasta las variables restricciones en la movilidad y la paralización irregular de actividades productivas, dejan en una posición más vulnerable a la población de regiones que están divididas en dos o más entidades federativas. La falta de coordinación entre los gobiernos de Coahuila y Durango es evidente, como casi siempre ha sido en la historia de La Laguna. El hecho más reciente se observa en la instalación de filtros sanitarios en los límites de Torreón, Coahuila, y Gómez Palacio, Durango, una medida que se puede entender desde una lógica estatal, pero no desde el dinamismo socioeconómico y la integración que tiene la Comarca Lagunera.
A la fecha no se observa una estrategia regional o, en su defecto, metropolitana de las autoridades para hacer frente a la pandemia y sus consecuencias. Los estados han intentado llenar como han podido el vacío dejado por el Gobierno federal, no siempre con aciertos, pero sobre todo sin colaboración efectiva para La Laguna. Mientras Coahuila ha mirado hacia el Este para construir una estrategia coordinada con Nuevo León y Tamaulipas, de la que han surgido también decisiones cuestionables, no ha hecho lo mismo con Durango, donde se actúa de forma aislada y con poca claridad en sus decisiones. Esto ha llevado a aumentar la confusión de la comunidad lagunera, la cual recibe de los distintos órdenes de Gobierno mensajes contradictorios y desconcertantes. Llama poderosamente la atención la ausencia general de los Ayuntamientos, el ámbito político en teoría más cercano a la gente, y su falta de voz, acción y coordinación. Nuevamente La Laguna queda partida en dos y su ciudadanía, al margen de las decisiones políticas. Y nuevamente ha sido desde un sector de la sociedad civil organizada en donde han surgido los esfuerzos por enfrentar este problema desde una visión regional y metropolitana y con un ánimo más solidario que de competencia. Esto último es esperanzador, sí, pero no será suficiente si los poderes establecidos no actúan en consecuencia.