Por Arturo González González
Una de las características que más resaltamos de nuestra época es la globalización, esa integración económica y, en cierto grado, social y política, que aumenta la interdependencia de los países. Tendemos a creer que se trata de un fenómeno nuevo y casi exclusivo de este tiempo. Más aún, pensamos que la historia de la humanidad se define por una trayectoria lineal y progresiva que tiene como fin último la integración completa del mundo bajo un mismo sistema económico y político. Al menos esta es la visión dominante en Occidente que, desde la década de los 90 del siglo XX, se ha ofrecido como única vía posible de desarrollo. Sin embargo, esta visión tiene sus límites y deja de lado tres realidades constatadas por el devenir histórico universal. Uno: la globalización no es un fenómeno nuevo en esencia. Dos: la globalización se construye a partir del liderazgo de una potencia hegemónica. Y tres: la globalización es un proceso reversible. Y estas tres realidades están presentes hoy en la mundialización que inició hace tres décadas y que enfrenta desde hace algunos años una regresión evidente en varios acontecimientos.
Al decir que la globalización no es un fenómeno nuevo en esencia me refiero a que en otras épocas la humanidad ha experimentado procesos de integración e interdependencia en los que los sucesos ocurridos en un lugar tienen impacto en otros. Es posible encontrar cierto grado de mundialización entre finales del siglo XIX y principios del XX; en los siglos XVI y XVII, y algunos autores (como Janet Abu-Lughod) incluyen el período que va del siglo XIII a inicios del XIV en Europa, Asia y África. En los cuatro ejemplos es posible observar rasgos comunes visibles en nuestra época actual, como lo son la eliminación de las barreras para el comercio internacional, la conexión de territorios lejanos a través de rutas comerciales, la libre circulación de productos e ideas, la interdependencia de los países y la existencia de un sistema u orden mundial que marca la pauta en el concierto de estados o naciones. La gran diferencia entre estas mundializaciones, incluida la nuestra, está en la profundidad de cada una de ellas. Lo novedoso de la actual globalización ha sido su magnitud, el nivel de interdependencia que ha generado y la aceleración de los procesos, en contraste con las etapas anteriores, más lentas y menos profundas en su integración.
Respecto al hecho de que toda mundialización ocurre bajo el liderazgo de una potencia hegemónica, es incuestionable que la actual globalización se desplegó a resultas de la hegemonía de Estados Unidos. De la misma forma, la globalización de finales del siglo XIX fue detonada por el Imperio británico; las de los siglos XVI y XVII, por los imperios ibérico y neerlandés, respectivamente, y la de fines del siglo XIII e inicios del XIV fue consecuencia del dominio del Imperio mongol en Asia y de la hegemonía económica de la República de Venecia en Europa. Pero, así como todas estas mundializaciones se asentaron y organizaron el orbe en un mismo orden internacional, en un momento dado alcanzaron sus límites y entraron en procesos de reversión y desarticulación. Es decir, ninguna de estas integraciones llegó para quedarse; se mantuvieron vigentes mientras las potencias hegemónicas pudieron organizarlas bajo su liderazgo, cuando éste se desgastó, el sistema entero se descompuso. No hay elementos para creer que con la globalización actual será diferente. Es más, esta tercera realidad de las globalizaciones la estamos experimentado hoy desde hace, más o menos, 15 años. Sí, la globalización está en retroceso, como ocurrió con las anteriores.
¿Qué ha pasado en los últimos tres lustros para decir que la mundialización actual va en reversa? Revisemos. La intervención cada vez más unilateral de EUA en Oriente Medio redundó en el desgaste de su liderazgo global. Dichas intervenciones contrastan sobremanera con la primera Guerra del Golfo, de 1990, cuando la potencia americana logró construir una amplia coalición internacional para alcanzar un objetivo claro: obligar por la fuerza a Irak a liberar el territorio de Kuwait. Y lo consiguió en menos de un año. Las intervenciones estadounidenses en Irak y Afganistán en la primera década del siglo XXI no tuvieron el mismo apoyo; sus objetivos eran engañosos, y ambas se convirtieron en guerras largas y costosas que terminaron en una retirada vergonzosa. Otro claro ejemplo de los límites del poder de EUA fue Siria, en donde Washington impulsó un cambio de régimen apoyando desde 2012 una insurgencia que a veces se confundía con grupos terroristas. Buena parte del fracaso de los intereses occidentales en Siria se debió a la intervención de Rusia a favor del régimen de Bashar Al Asad, quien también tuvo el apoyo indirecto de China para financiar la reconstrucción del país. La guerra de Ucrania hoy muestra con mayor claridad aún el desgaste de la hegemonía estadounidense al no poder disuadir a Rusia, respaldada implícitamente por China, de atacar desde 2014 a un posible nuevo aliado de la OTAN que lidera Washington. La guerra económica librada hoy por Occidente contra Rusia arroja a ésta a los brazos de China y redunda en la subversión del orden económico global.
Pero hay otros factores. La crisis económica mundial de 2008 evidenció las vulnerabilidades de la globalización neoliberal impulsada por EUA, plasmadas principalmente en la desigualdad que produjo y la desregulación financiera que propició. La raíz de la nueva ola de populismo nacionalista, que ha alcanzado incluso a los países impulsores del neoliberalismo, está en la crisis mencionada. Cuando el modelo económico que se vendió como la panacea para todos los males del mundo falló, las poblaciones de muchos países voltearon a ver a los políticos que más antisistema parecían. Y el nacionalismo trae consigo tendencias proteccionistas, es decir, contrarias a la globalización. Y estas tendencias se han agudizado en los últimos cinco años por dos elementos: el recelo que ha provocado en EUA el crecimiento de China, y la pandemia de Covid-19. El primero llevó al expresidente Trump a desencadenar una guerra comercial y tecnológica, que se mantiene vigente con Biden, contra el gigante asiático, que ha derivado en el inicio de la desconexión de las dos economías más grandes del mundo. La pandemia, por su parte, ha causado un trastorno profundo en las cadenas de suministro globales, lo que se traduce en escasez de bienes y una inflación galopante, al grado de que EUA y sus aliados están rediseñando sus líneas de abastecimiento de artículos de consumo. Si con la globalización neoliberal el paradigma fue producir bienes a un costo cada vez menor con extensas cadenas de suministro, en esta nueva etapa se privilegiarán cadenas más cortas, pero menos vulnerables. La globalización ha entrado en reversa.