Termina 2020 y con él una década en la que vivimos uno de esos momentos de aceleración de la historia. Una década que será recordada como crítica, bisagra entre dos épocas. A cualquiera que le hubieran dicho aquel 1 de enero de 2011 que en la década que iniciaba ocurrirían acontecimientos como los que hemos vivido, difícilmente lo hubiera creído. Así son las etapas de transición.
En salud pública, la de 2011-2020 fue una década de epidemias. No habían pasado ni dos años desde que la OMS decretó el fin de la alerta pandémica por influenza AH1N1 cuando se detectó la epidemia por coronavirus MERS-CoV en Medio Oriente, que pudo ser contenida. No obstante, a lo largo de la década se presentaron otras epidemias de infecciones de mayor o menor gravedad que prendieron las alertas en el mundo: dengue, zika, chikungunya, ébola y cólera, entre otros. Pero el más grave de los males, sin duda, es el COVID-19, que como pandemia mantiene al mundo en vilo y ha exhibido las debilidades de nuestra sociedad globalizada y de los sistemas públicos de salud. Además, la enfermedad causada por el coronavirus SARS-CoV2 ha puesto en evidencia otras pandemias no infecciosas propias de nuestro tiempo: cáncer, diabetes, cardiopatías y obesidad.
Muy vinculado a la salud pública está el medio ambiente, que en la década que concluye adquirió una relevancia mayor dada la evidencia científica que apunta a que nos encontramos en el umbral del punto de no retorno para poder mitigar el proceso de calentamiento global provocado por la acción humana en el planeta. En ese sentido, en 2015 en París se firmó un acuerdo internacional sin precedentes para comprometer a la práctica totalidad de los estados del mundo a tomar acciones decisivas para frenar el cambio climático radical. Pero el acuerdo ha resultado un rotundo fracaso en su aplicación, en parte por la salida de Estados Unidos del pacto, mientras los desastres “naturales” cada vez más intensos registrados a lo largo de la década (incendios forestales, huracanes, sequías) ponían en evidencia la urgencia de actuar. En este contexto, surgieron liderazgos renovadores como el de Greta Thunberg, quien a pesar de su corta de edad se ha convertido en un ícono de la lucha contra el calentamiento global.
El fracaso del pacto climático tiene que ver con la dislocación que ha sufrido la política en la década que concluye. Si pudiéramos reducir a una característica los diez años transcurridos, ésta sería sin duda la del nacionalismo populista de derecha que ha impulsado una nueva agenda xenófoba, proteccionista y antiglobalista, de la que el Brexit es un símbolo. Esta reacción antiliberal en las democracias occidentales tiene en Donald Trump, Boris Johnson y Jair Bolsonaro a sus principales exponentes, aunque no son los únicos. No obstante, sería simplista acotar a este fenómeno el devenir político de una década en la que la izquierda tuvo avances importantes —México y España, por ejemplo—, y en la que se pudo poner frenos a la deriva ultranacionalista, como en Francia, pero en la que también se afianzaron regímenes de talante autoritario en otras latitudes: China, Rusia, Turquía, Irán y Arabia Saudita, por citar algunos. La década que se va ha visto crecer la influencia geopolítica de viejas potencias, principalmente Moscú y Pekín, que desafían de manera cada vez más asertiva la hegemonía estadounidense en Eurasia, el Pacífico, África y Sudamérica.
También observamos la multiplicación de los focos de inestabilidad global por varios factores: el terrorismo islamista, que tuvo en el Estado Islámico a su representante más brutal y mortífero; la llamada “Primavera Árabe”, que terminó en invierno y provocó una ola de protestas, desestabilización, guerras civiles y recrudecimiento autoritario en África mediterránea y Oriente Medio, con Siria como el caso más extremo; las manifestaciones y los conflictos en el espacio postsoviético, con Ucrania como ejemplo emblemático; y el incremento de las tensiones de China con sus vecinos, como la India, o potencias occidentales como Reino Unido, debido a Hong Kong, o EUA, a causa de Taiwán y el mar de China Meridional. Otros acontecimientos que han puesto en jaque la seguridad planetaria son: el desmantelamiento gradual del esquema de tratados de contención o eliminación de armas nucleares entre las dos superpotencias militares del orbe, Rusia y EUA; la internacionalización del crimen organizado que, con la tolerancia de algunos gobiernos, ha logrado hacerse de más y mejores armas por su acceso al mercado estadounidense, y de más recursos financieros por su operación en los múltiples paraísos fiscales; y, por último, la multiplicación de los ataques cibernéticos a gobiernos, instituciones, empresas y particulares, ya sea con el fin de provocar inestabilidad o de robar información y fondos monetarios.
En lo social destaca el gran empuje y proyección que tuvieron los movimientos feministas principalmente en la segunda mitad de la década, que han evidenciado las desigualdades de género que prevalecen en prácticamente todas las sociedades del mundo, la violencia estructural que padecen las mujeres en los distintos ámbitos en que se desenvuelven y la necesidad de la ampliación de sus derechos en torno al ejercicio de sus libertades. También sobresale el impulso que adquirió la lucha contra el racismo y clasismo que prevalecen en los sectores más privilegiados de las sociedades europeas y americanas, sometiendo a un escrutinio riguroso los símbolos y las realidades opresivas hacia poblaciones que, por cuestión racial, cultural, religiosa o económica, han sufrido históricamente discriminaciones o marginaciones estructurales.
Y si la década comenzó con signos de recuperación tras la crisis de 2008-2009, termina con una crisis económica aún mayor, provocada principalmente por la pandemia de COVID-19 que paralizó a los sectores productivos y al turismo —en constante expansión—, pero que venía gestándose desde antes producto de la guerra comercial de EUA contra China. Y esta disputa es precisamente la que marca a toda la década en los terrenos tecnológico, industrial y económico, porque debajo de la guerra arancelaria subyace la disputa por el control de mercados, recursos naturales y redes de conexión digital de quinta generación (5G). En este sentido, China parece haber aventajado a EUA, ya que no sólo ha logrado rebasarlos en PIB a paridad de poder adquisitivo, sino también en producción industrial, desarrollo de tecnologías informáticas y comercio internacional. La década concluye con un mundo sumido en la peor crisis económica de la que se tiene registro, mientras que China ya se encuentra en franco crecimiento y aprovechando los vacíos dejados por EUA, con la creación en Asia y Oceanía de la mayor zona de libre comercio. Así arrancamos una nueva década en la que seguramente se definirá de forma más clara el rumbo que seguirá este barco llamado Humanidad.