Por Arturo González González
La semana que se fue nos dejó imágenes históricas. El fichaje de Donald Trump en la prisión del condado de Fulton, en Atlanta, Georgia; la primera vez que un expresidente estadounidense pisa la cárcel en calidad de imputado. El “desplome” del avión en el que presuntamente viajaba Yevgueni Prigozhin, jefe del Grupo Wagner que hace dos meses intentó un golpe contra la cúpula militar de Rusia. La primera ampliación del bloque BRICS acordada en Johannesburgo, Sudáfrica, para aumentar el peso de la asociación de países emergentes en el mundo. El sobrevuelo de 32 aviones de combate chinos para rodear por completo la isla de Taiwán. Y la expulsión del embajador francés Sylvain Itte de Níger por órdenes de la Junta Militar ante una probable intervención extranjera en el país. Todo esto en tan solo siete días. Pero más allá de las imágenes para la historia, hay que ahondar en las implicaciones de estos hechos y las tendencias que los impulsan.
El trumpismo avanza en Estados Unidos. Un día antes de que el expresidente Trump fuera fotografiado en la cárcel y puesto en libertad bajo fianza por 13 cargos vinculados con la elección de 2020, los otros precandidatos republicanos se enfrentaron en su primer debate. Con todo y los procesos legales que pesan en su contra, el magnate neoyorquino lidera las preferencias dentro del partido del elefante. Algo que pocos saben es que incluso si Trump fuera declarado culpable y condenado a prisión, la ley no le impide postularse a la presidencia y, en caso de ganar, pudiera desde la cárcel autoindultarse. Pero este hecho que se antoja poco probable no es lo más relevante de la actual carrera presidencial. El debate dejó claro que el trumpismo seguiría en pie incluso si Trump no ganara las primarias. Vivek Ramaswamy, multimillonario hijo de inmigrantes indios, ganador indiscutible del primer debate, es un partidario de las políticas proteccionistas, nacionalistas y conservadoras del expresidente. Y Ron DeSantis, gobernador de Florida, segundo en las preferencias –aunque no le fue bien en el primer debate–, ha demostrado ser en algunos aspectos más ultraderechista que Trump. Es decir, el trumpismo en toda su expresión tiene con qué seguir adelante en el Partido Republicano. Y no debemos pasar por alto que el presidente demócrata Joe Biden, aspirante a la reelección, ha continuado y hasta profundizado las principales políticas económicas de su adversario.
El putinismo se endurece en Rusia. No está claro cómo fue que la cúpula del Grupo Wagner –su jefe Prigozhin incluido– desapareció con la destrucción del avión en el que viajaban de Moscú a San Petersburgo, después de dos meses de haber protagonizado una rebelión contra la élite militar rusa. Todo apunta a una acción orquestada o, al menos, avalada por el Kremlin, con dos objetivos: vengarse de la osadía de Prigozhin y mandar un mensaje atemorizante a quienes busquen transitar las mías vías desafiantes. Y es que éste ejército de mercenarios no es el único del que se vale el gobierno ruso para impulsar sus intereses geopolíticos en distintas latitudes. El acto de rebelión de Prigozhin evidenció la fragilidad de los equilibrios internos del régimen de Vladímir Putin, lo que pudiera dar alas a otros que intenten presionar para conseguir algo a cambio. Una noticia que no tuvo la misma difusión que el desplome del avión wagnerita fue que, el mismo día, Serguéi Surovikin fue destituido como comandante en jefe de las Fuerzas Aeroespaciales Rusas, debido a las sospechas de haber alentado el motín de Prigozhin. En medio de una guerra en la que muchas cosas no han salido como el Kremlin esperaba, y con los primeros signos de agotamiento económico, Putin está jalando las riendas y endureciendo su poder interno. Un día después de la desaparición de la cúpula de Wagner, el gobierno ruso decretó que todas las fuerzas paramilitares deben prestar juramento y someterse de forma estricta a las órdenes de la jerarquía militar del país.
Los BRICS se expanden hacia Oriente Medio. En la Cumbre del bloque BRICS los presidentes de Brasil, Luis Inázio Da Silva; China, Xi Jinping, y Sudáfrica, Cyril Ramaphosa; el primer ministro de la India, Narendra Modi, y, en ausencia de Putin, el canciller ruso Serguéi Lavrov, acordaron iniciar el proceso de ampliación de la asociación económica y comercial para integrar a seis estados más a partir de enero de 2024. Si no hay cambios, al club de naciones emergentes se sumarán Argentina, Etiopía, Egipto, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos e Irán. Este hecho es relevante no sólo por tratarse de la primera ampliación del grupo, sino, sobre todo, porque evidencia el interés que tienen los BRICS en posicionarse con fuerza en Oriente Medio. De los seis nuevos integrantes, cuatro están dentro de esta región y juegan un rol importante en la construcción de la estabilidad de la misma, luego de los fracasos de EEUU y sus aliados en Irak, Siria y Afganistán. Un paso previo para la incorporación de Arabia Saudita e Irán en los BRICS fue el restablecimiento de relaciones que ambos países acordaron en marzo pasado con mediación de China. Además, se trata de estados con abundantes recursos energéticos que pueden contribuir a satisfacer la demanda de la enorme economía china, a la par de que Pekín necesita abrirse nuevos mercados para sus productos en medio de los cambios de paradigma en la globalización. Frente al proteccionismo de EEUU y otros países de Occidente, y ante la resistencia de la hegemonía de Washington en el mundo, China pretende hacer del bloque BRICS+ un instrumento que, a través del diálogo Sur-Sur, impulse el mundo multipolar que Xi Jinping ha propuesto como base para su iniciativa de estabilidad y seguridad global.
Por último, el choque de corrientes está escalando en África Occidental y Asia Oriental. Los países de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), de tendencias democráticas y respaldados por Occidente, se preparan para intervenir en Níger, en donde la Junta Militar surgida tras el golpe de Estado de julio pasado ha roto relaciones con Francia, se ha acercado a Rusia y ha pedido apoyo a Malí y Burkina Faso ante una eventual guerra regionalcon sus vecinos. Mientras tanto, China avanza en su aislamiento a Taiwán, sustituyendo a Taipéi como observador en el Parlamento Centroamericano, en donde participan Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, República Dominicana y Panamá, y aumenta su asedio a la isla rodeando el territorio con aviones de combate para manifestar su desacuerdo con el nuevo paquete de ayuda militar anunciado por EEUU para el gobierno taiwanés. ¿Son estas tendencias los prolegómenos de un conflicto a escala global? La respuesta será materia de otro artículo.