Dos armas contra el caos

El caos es la marca de nuestro tiempo. Un tiempo de crisis multifactorial y multidimensional. Un tiempo que anuncia el cambio de época. Las antiguas certezas se tambalean cuando no se han derrumbado. Los privilegiados, quienes han ocupado u ocupan posiciones de poder político o económico, se tornan conservadores incluso bajo el traje del más reluciente progresismo. Los conservadores se endurecen para exigir una vuelta al pasado, como si fuera posible hacer del pasado un futuro. Los desventurados, marginados de los privilegios, se radicalizan para demandar cambios en las estructuras sociales que, dicen, nunca los han representado. Y en la pugna cotidiana de todos los días el ruido, la estridencia, la exageración y la mentira ganan terreno en los nuevos espacios públicos virtuales. En las democracias imperfectas o decadentes de eso que llamamos Occidente, el lodo se reparte democráticamente.

Mientras la economía del capital, ayudada por la pandemia, ahonda las desigualdades, la política se convierte en un campo de batalla de inmundicia. Poco espacio para el diálogo, mucho menos para el sano disenso que en el intercambio inteligente produce consensos. Política de blanco y negro, de pasiones y distorsiones. Política sin análisis ni principios. Política de oportunismo y discursos dulces a oídos de los partidarios. Política de enemigos irreconciliables y transformaciones gatopardistas. Política de sordos y ciegos voluntarios. Política de manipulaciones y demagogias, noticias falsas y teorías conspiranóicas. Política de popularidad inmediata y linchamientos mediáticos. Política de cínicos e idiotas. Es la política de un tiempo en el que reina el caos; de un mundo que se asoma de pronto como río revuelto en el que cualquier pescador oportunista busca su ganancia, incluso a costa de los demás. En un entorno así, el extravío es más que probable.

No es la primera vez que el mundo se enfrenta a momentos tan convulsos. Otras épocas han sido marcadas por la pugna y el desorden. Podemos decir que es parte de la historia. Aun así, es fácil perderse, confundirse, dejarse llevar por el torrente del sitio y el saqueo. Una herramienta que puede ayudar a disminuir el riesgo de extravío es la filosofía. Pertinente es revisar lo que en algún momento convulso de nuestro pasado humano los filósofos plantearon y extraer nociones, que no lecciones, para esbozar nuestras propias preguntas y luego construir, en colectivo, posibles respuestas. Porque la importancia de la filosofía no está tanto en las respuestas que pueden formularse a partir de ella, sino más bien en las preguntas que propone. Para quien quiera responder a esas preguntas por la vía de la razón están las ciencias; para quien lo intente por la ruta de la fe, está la teología. El camino de la filosofía puede ayudarnos a pensar con mayor claridad y dar sentido a nuestras vidas en medio de tinieblas.

Dos filósofos en los que podemos apoyarnos son Aristóteles y Roger Bacon. Ambos vivieron épocas convulsas. El primero atestiguó en el siglo IV a. C. la decadencia de las polis griegas y la caída de la Persia aqueménida, la superpotencia de la época. Ambos orbes, helénico y persa, sucumbieron ante un nuevo poder: la Macedonia de Filipo y Alejandro Magno, cuyo embate conquistador fue la punta de lanza de las fuerzas dinámicas que abrieron las puertas de una nueva época: la expansión helenística. Bacon, por su parte, presenció en el siglo XIII cinco cruzadas y el fracaso de la cristiandad en Oriente Medio; la amenaza creciente sobre Europa del inmenso Imperio mongol; la guerra civil en su natal Inglaterra y un nuevo conflicto entre el Papado y el Sacro Imperio Romano, que recuerda a la Querella de las Investiduras de un siglo atrás, y que marca el inicio de la decadencia imperial y el surgimiento de las monarquías nacionales. Mundos cambiantes, con 17 siglos de distancia y una conexión: Bacon fue un gran lector de Aristóteles.

Dentro del vastísimo corpus de conocimiento que Aristóteles exploró, la ética tiene un lugar relevante. Un aspecto vital de la ética aristotélica radica en la búsqueda de la virtud. En la Grecia clásica, la ética sólo podía entenderse dentro de la ciudad; moral y vida política eran indisolubles. La virtud es, según Aristóteles, la causa final de la felicidad del ser humano y se alcanza en el pleno ejercicio de la razón y la voluntad. Y como es racional y voluntaria, debe alejarse de los extremos de las pasiones, siempre irracionales, para centrarse en el justo medio. Un ejemplo actual sería que, ante una situación de desafío del crimen al Estado, los extremos irracionales estarían en la parálisis por temor al juicio público, y la imprudencia de la reacción violenta desmedida. La virtud, el justo medio, está en la defensa del estado de derecho: enfrentar el desafío con apego a la ley y a los protocolos policiales. Esta teoría del justo medio se desarrolló en un mundo en el que las posiciones políticas y sociales extremas formaban parte de la cotidianeidad de las turbulentas y decadentes polis griegas del siglo IV a. C.

Unos 1,600 años después, Roger Bacon sienta las bases del conocimiento científico como lo concebimos. La gran novedad del filósofo inglés está en trazar tres rutas distintas para el conocimiento: una interior (espiritual), otra teológica (religiosa) y la de la ciencia (racional), que es la que nos permite conocer, interpretar y transformar el mundo. En esta última ruta, Bacon plantea que nos alejamos del conocimiento verdadero por cuatro causas: el mal ejemplo de autoridades frágiles; el aferramiento a costumbres obsoletas; el apego a la opinión vulgar e ignorante, y el encubrimiento de la ignorancia propia tras una sabiduría aparente. Plantear la vía del conocimiento racional y analítico, y señalar las causas del error en un mundo aún dominado por una Iglesia corrupta y sus verdades dogmáticas, representó un auténtico desafío que allanó el camino al racionalismo y el método científico.

Traslademos las nociones aristotélicas y baconianas al caótico mundo de hoy. ¿Qué nos dicen? Que en lo político debemos aplicar el justo medio para salvar la polarización que tiene confrontadas a nuestras sociedades, y que les impide la construcción de consenso a partir de los sanos disensos. Desechar la visión de blanco y negro para ampliar el espectro y reconocer los aciertos y desaciertos de nuestros gobiernos. En lo social debemos recorrer la ruta del conocimiento de Bacon para superar las tendencias de noticias falsas, opiniones superficiales y conspiranóicas; las malas costumbres que no abonan a realidades incluyentes y equitativas; la visión sesgada de quienes gobiernan sólo para sí y los suyos, y la pretensión de los nuevos gurús de masas que engañan con sus discursos ocultando su propia ignorancia. Recorrer los caminos de la virtud y el conocimiento puede ser una salida al caos de nuestro tiempo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

Arturo G. González

Soy adicto a saber y descubrir algo nuevo todos los días. Me obsesiono con tratar de entender el mundo y la época que me tocó vivir. No puedo escapar a la necesidad de comprender por qué nuestra civilización es como es, y para ello leo noticias, opiniones, artículos de análisis y libros; escucho música y veo cine. Creo que el pasado vive en el presente, y que el presente es la pieza clave del futuro. Te invito a este viaje de pensamiento y descubrimiento cotidiano. Esta es mi visión del mundo.