Por Arturo González González
Sociedad forzada. Competencia estratégica. Rivalidad abierta. Guerra fría. Paz caliente. Trampa de Tucídides. Relevo hegemónico. ¿Cuál es el concepto más adecuado para nombrar la relación entre China y EEUU? ¿Qué es lo que define con mayor certeza la coexistencia de las dos superpotencias? Tal vez un poco de todo, aunque no al mismo tiempo ni de las formas que creemos a simple vista. Los que nacimos a finales de los 70, fuimos testigos en nuestra infancia de la última parte de la Guerra Fría entre EEUU y la URSS que se resolvió con el triunfo del primero. De pronto, en el mundo sólo quedó una gran potencia, sin rival ni competencia. Así fue hasta la primera década del presente siglo. Pero las cosas cambiaron. Y lo hicieron demasiado rápido para que nos diéramos cuenta. A la vuelta de 20 años, dos países –China y EEUU– que un día decidieron ser socios comerciales improbables terminaron enfrascados en una competencia que hoy tiene rostro de rivalidad. Se habla de una nueva edición de la Guerra Fría, aunque yo creo que la tensión se parece más a la paz armada (caliente) que protagonizaron el Imperio británico y el Imperio alemán previo a la Primera Guerra Mundial.
El politólogo estadounidense Graham T. Allison plantea el riesgo de que EEUU y China caigan en la Trampa de Tucìdides, como lo hicieron Atenas y Esparta en el siglo V a. C. En Historia de la Guerra del Peloponeso, el historiador ateniense Tucídides dice: “tengo para mí que la causa principal y más verdadera (de la guerra), fue el temor que los lacedemonios (espartanos) tuvieron de los atenienses, viéndolos tan pujantes y poderosos en tan breve tiempo”. Allison toma de ahí la referencia y la aplica a otros contextos en el que dos potencias recelosas entre sí terminan en un conflicto directo o indirecto. La historia está plagada de ejemplos: Persia vs. Grecia. Roma vs. Cartago. Bizancio vs. Persia. Venecia vs. Génova. España vs. Inglaterra. RU vs. Francia. RU vs. Alemania. Japón vs. China. EEUU vs. URSS. El rápido ascenso de una potencia emergente provoca desconfianza y percepción de amenaza en una o más potencias establecidas que, en caso de no poder gestionar políticamente la nueva realidad de competencia y rivalidad, desencadena una guerra directa, como las dos guerras mundiales, o, en el mejor de los casos, indirecta, como la Guerra Fría, que tuvo distintos escenarios de confrontación.
La Trampa de Tucídides puede vincularse con otro concepto geopolítico que ha cobrado peso en los últimos años. Se trata de la transición hegemónica que los teóricos del sistema-mundo (Arrighi, Wallerstein, Gunder Frank) han estudiado. De acuerdo a este enfoque, por lo menos desde el siglo XVI es posible constatar con claridad la organización de un sistema mundial bajo la hegemonía de una potencia que reúne las capacidades políticas, militares y económicas para liderar un orden internacional en el que sus intereses sean compartidos por el resto de los integrantes del sistema. Y este es el rasgo central de una hegemonía, que se distingue de la dominación en la cual los intereses no son compartidos sino impuestos por la fuerza. Así se han sucedido las hegemonías ibérica, neerlandesa, británica y estadounidense. Pero la transición entre cada sistema hegemónico está plagada de crisis multisectoriales que evidencian la debacle del liderazgo del hegemón y el ascenso de potencias rivales. Dichas crisis se traducen en tensiones que, en todos los casos mencionados, han conducido a un gran conflicto internacional. Así, entre la primacía ibérica y la neerlandesa ocurrió la Guerra de los Treinta Años (1618-1648); entre el liderazgo neerlandés y el británico se desencadenaron las Guerras de Coalición (1792-1815), y entre la hegemonía británica y la estadounidense estallaron las dos Guerras Mundiales (1914-1945).
Existen elementos suficientes para considerar que las crisis sistémicas que azotan al orbe desde hace poco más de una década forman parte de una nueva etapa de transición, en donde la potencia hegemónica –EEUU– ha alcanzado los límites de su poder para organizar el sistema mundial, mientras que potencias emergentes –China, principalmente– desafían abiertamente el orden creado por los estadounidenses. No está claro aún qué rostro tendrá la nueva hegemonía, ni siquiera si logrará concretarse dado el tamaño de los desafíos que enfrenta la humanidad. Tampoco se puede vaticinar con certeza una guerra entre superpotencias. Lo que es indudable es que la rivalidad entre China y EEUU es el gran duelo que define nuestro tiempo.