Mientras la mayoría de los países desarrollados y emergentes establecen un acuerdo internacional que han calificado de “histórico” para aplicar un impuesto global a las corporaciones privadas más grandes del orbe y combatir así la evasión fiscal, y en medio de la tercera ola de la pandemia de Covid-19 que golpea con la variante Delta a varias naciones, Haití y Afganistán vuelven a poner en evidencia las fracturas y los agujeros del orden mundial contemporáneo, basado en la desigualdad y los desequilibrios geopolíticos. En el caso del país insular del Caribe, en medio de un crisis social y política creciente, el presidente Jovenel Moïse ha sido asesinado presuntamente por un grupo de mercenarios, lo que ha ocasionado un clima de ingobernabilidad e inestabilidad que amenaza con sacudir a la región caribeña. En lo que concierne al país de Asia Central, el gobierno de Estados Unidos ha anunciado que en menos de dos meses concluirá con la ocupación militar tras una larga intervención de casi dos décadas que deja el camino abierto para que el grupo extremista Talibán —que, se supone, Washington iba a derrotar— vuelva a hacerse del control de Afganistán, lo cual representa una amenaza para toda la región centroasiática. ¿Qué tienen en común estos dos estados en apariencia tan distantes y distintos? Más de lo que creemos.
A simple vista, las diferencias entre ambos estados parecen radicales, comenzando por la extensión territorial, pues Afganistán es 23 veces más grande que Haití. Éste es un país prácticamente rodeado de mar con un solo vecino territorial, República Dominicana; Afganistán, por lo contrario, no posee acceso al océano y tiene fronteras con seis vecinos: Pakistán, Irán, Tayikistán, Turkmenistán, Uzbekistán y China. La población haitiana, que apenas rebasa los 10 millones, es en su mayoría de ascendencia africana y habla francés y criollo haitiano, derivado de aquél; la población afgana, que casi alcanza los 40 millones, es mucho más diversa en su composición e idiomas, ya que además del persa afgano y el pastún, oficiales, se hablan más de 30 lenguas minoritarias. En contraste, Haití es un país más diverso en materia religiosa, con el catolicismo, protestantismo y el vudú como manifestaciones principales en un régimen republicano laico; mientras que en Afganistán prácticamente todos los habitantes son musulmanes dentro de un régimen republicano islámico. En estructura económica y comercial, la nación caribeña depende de sus exportaciones de manufacturas, principalmente ropa, y su primer socio comercial, por mucho, es EUA, seguido de Canadá y México; por su parte, el estado centroasiático depende de sus exportaciones mineras, primordialmente oro, y agrícolas, frutos y hortalizas, que vende a Emiratos Árabes Unidos, Pakistán e India, principalmente. Pero todas estas diferencias ocultan las similitudes, más interesantes, que guardan en su realidad social, historia e importancia geopolítica.
Haití es el país más pobre de América, con un Índice de Desarrollo Humano que lo coloca en el lugar 170 del mundo, por debajo de, precisamente, Afganistán, que ocupa el 169. Aunque Haití tiene el doble de ingreso per cápita de Afganistán, ninguno llega a los 1,200 dólares, lo que los coloca entre las 20 naciones más pobres del mundo. Sus infraestructuras en comunicaciones y transportes, así como de desarrollo tecnológico, se encuentran sumamente rezagadas, además de que constantemente son golpeadas por desastres naturales como terremotos y huracanes, en el caso de Haití, y terremotos e inundaciones en el de Afganistán. La ubicación geográfica de ambos países es estratégica, ya que se encuentran en el punto intermedio de importantes rutas internacionales. Haití es puerto de paso de la navegación entre Sudamérica y Estados Unidos y también de América a Europa. Afganistán es un puesto importante en la milenaria Ruta de la Seda y la Nueva Ruta de la Seda impulsada por China, que conecta el Oriente asiático con Medio Oriente y el Mediterráneo, además de la conexión entre Asia Meridional y Septentrional. La importancia geoestratégica de ambas naciones las ha hecho blanco de los intereses geopolíticos de potencias globales y regionales. Una muestra de ello es la larga historia de inestabilidad e intervenciones extranjeras que comparten los dos países, lo cual se refleja en sus luchas de independencia. Tras EUA, Haití fue el segundo estado de América que logró su independencia al rebelarse contra el Imperio napoleónico francés, a cuyas tropas derrotó en 1804. Haití era una colonia de esclavos que en un principio reclamaban la libertad e igualdad de derechos con los ciudadanos de la metrópoli y que, al no obtenerlas, reclamaron su independencia. Por su parte, Afganistán recuperó su soberanía en la tercera guerra anglo-afgana en 1919, con la cual logró deshacerse del protectorado del Imperio británico, quien mantenía tropas en el país para evitar que Afganistán cayera en la órbita de Rusia, en lo que se llamó el Gran Juego del siglo XIX. Es decir, ambos estados se enfrentaron con las grandes potencias de la época y consiguieron sus objetivos. Además de las semejanzas en su importancia geográfica y su historia primigenia, Haití y Afganistán comparten una inestabilidad política crónica, aunque con matices. Dictaduras, intervenciones extranjeras, golpes de estado y revueltas populares forman parte de la historia moderna de Haití, al igual que las invasiones, revoluciones y el terrorismo pueblan el devenir histórico contemporáneo de Afganistán. Otro punto que los une es la debilidad de sus economías: la nación caribeña posee una bajísima complejidad económica de -1.14, que la coloca en el sitio 128 de 146 en el mundo, mientras que la nación centroasiática cuenta con una complejidad de -1.02, que la pone en el lugar 123. Pero de todas las coincidencias, la que más llama la atención es la importancia que ha cobrado el narcotráfico en ambos estados. En el caso de Haití, su ubicación geográfica lo ha colocado en la ruta del tráfico de drogas de Sudamérica a Norteamérica y del tráfico de armas de Estados Unidos hacia el sur. En cuanto a Afganistán, su relevancia en la industria de narcóticos radica en su abundante producción de opio. En ambos casos, la inseguridad endémica y la inestabilidad política crónica abonan a alimentar las actividades criminales perpetradas en Haití por grupos de delincuencia organizada en colusión con el gobierno, y en Afganistán por el grupo Talibán, el cual aprovechará la salida y connivencia de EUA para tratar de hacerse nuevamente del control del país. A lo anterior, hay que agregar el incremento de las acciones de los ejércitos de mercenarios, quienes han venido a sustituir en muchos aspectos las tareas de los ejércitos convencionales de las potencias intervencionistas. EUA y otros países han usado mercenarios en Afganistán, y todo apunta a que el asesinato de Moïse fue perpetrado por un grupo de mercenarios exmilitares de Colombia, el país sudamericano más cercano en políticas de seguridad interna y externa a Washington. Ojalá que, así como se han puesto de acuerdo las potencias desarrolladas y emergentes en un pacto fiscal global, lo hagan ahora para fortalecer el combate al narcotráfico y al uso de ejércitos mercenarios. ¿Podrán hacerlo? ¿Querrán?