En menos de cien años, nueve de cada diez habitantes del planeta vivirán en ciudades. La gran mayoría de ellos lo hará en zonas metropolitanas, megaurbes de alta densidad poblacional. La tendencia más marcada de estos centros poblacionales aglutinantes está hoy en Asia meridional y sudoriental, África subsahariana y América Latina, es decir, regiones de reciente urbanización con fuertes problemas de hacinamiento, desigualdad y violencia. Esta proyección quedó plasmada hace cinco años en la Declaración de Montreal sobre Áreas Metropolitanas signada el 7 de octubre e impulsada por ONU Hábitat y otras organizaciones. Es por eso que, a partir de entonces, se celebra en esa fecha el Día Mundial Metropolitano, con el objetivo de visibilizar los desafíos de las metrópolis y megalópolis, reflexionar sobre posibles soluciones a los problemas de las zonas conurbadas y marcar líneas de acción para enfrentar un futuro menos pesimista. La pandemia de Covid-19 ha hecho más que evidente, entre otras cosas, el peligro que representa para toda la humanidad no poner atención ni cuidado en el desarrollo armónico de las metrópolis.
Detrás del surgimiento y propagación global del coronavirus SARS-CoV-2 se encuentran el crecimiento descontrolado de las ciudades, la invasión metropolitana de entornos silvestres, la explotación intensiva de animales para alimentar a las cada vez más demandantes sociedades urbanas, las limitaciones de los sistemas sanitarios públicos en las ciudades y la creciente movilidad de personas entre y hacia las grandes urbes, ya sea por turismo o necesidad, sin las precauciones debidas. La pandemia es una dura advertencia sobre la necesidad de mejorar los contextos metropolitanos, pero no es la única. En el horizonte inmediato están también la contaminación ambiental, el agotamiento de recursos naturales, el calentamiento global, el impacto de fenómenos naturales extremos en áreas vulnerables, el encarecimiento de los servicios públicos, el aumento de la tensión social y de la probabilidad de revueltas y estallidos, además de la violencia criminal. El modelo actual de la mayoría de las metrópolis es simplemente insostenible. La Laguna, zona conurbada del centro norte de México conformada por cinco municipios (Torreón, Gómez Palacio, Lerdo, Matamoros y Francisco I. Madero) y distribuida en dos estados (Coahuila y Durango), no escapa a esta valoración.
¿Cuántos ciudadanos de esta metrópoli están conformes con la situación actual de las ciudades que la forman: su conectividad, sus servicios, su infraestructura, su seguridad pública y vial, sus espacios recreativos y culturales? La realidad de La Laguna ciertamente es particular y tiene su propia lógica, pero puede guardar similitudes con otras zonas metropolitanas de las mismas dimensiones. Una urbe desarticulada, con zonas residenciales aisladas del resto. Cinturones de miseria que crecen sin servicios o con deficiencia en los mismos. Transporte público caro e ineficiente. Descontrol en emisión de basura y contaminantes. Calles inseguras diseñadas más para los automóviles que para los peatones. Centros históricos en decadencia. Descuido en el patrimonio arquitectónico. Espacios públicos excluyentes. Industrias contaminantes dentro de la zona urbana o muy cerca de ella. Descuido y maltrato de reservas naturales (por ejemplo, el Cañón de Fernández). Estos son algunos problemas que enfrenta una metrópoli lagunera que sigue atrapada en resolver las necesidades más básicas de manera fragmentada, mientras intenta dar pasos firmes para construirse un futuro en el que la gobernanza metropolitana deje de ser un sueño y se convierta en la norma que nos ayude no sólo a resolver nuestros problemas primordiales, sino también a trazar la ruta para una urbe sostenible con visión de futuro.
La Declaración de Montreal ofrece una guía de reflexión, acción y compromiso partiendo de la base de los desafíos que enfrentan las metrópolis y de la acertada premisa de que dichos desafíos rebasan las capacidades de los municipios, quienes deben asociarse para encontrar soluciones a sus problemas comunes y planear en conjunto. La mirada apunta hacia la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible, en la que se plantean compromisos como: garantizar el acceso universal a vivienda, servicios, cultura, espacios verdes, seguridad y salud; planear de manera sostenible para responder eficazmente al crecimiento metropolitano; crear un transporte eficiente, seguro y accesible; desarrollar urbes compactas y mixtas para el ahorro y la equidad; aplicar el modelo de las 4 erres en manejo de residuos: reducir, reutilizar, reciclar y recuperar; disminuir los riesgos de desastres; diseñar y aplicar políticas ambientales para mitigar el calentamiento global; fomentar el equilibrio entre áreas urbanas y rurales; erradicar la pobreza; proteger el patrimonio cultural y natural; respetar y promover la diversidad cultural; aplicar un enfoque de planeación integrada e incluyente; promover la participación ciudadana en la toma de decisiones de inversiones y planeación; poner el derecho a la ciudad en el centro de las políticas metropolitanas; promover la coordinación entre distintos órdenes de gobierno y la asociación entre gobiernos locales, y, por último, impulsar el financiamiento de las metrópolis y la gestión adecuada de los recursos.
¿Crees que estamos muy lejos de conseguirlo? Es probable, pero en un momento debemos comenzar y la buena noticia es que ya se están dando pasos para ello. Es muy importante no perder de vista que para llevar a cabo todo lo anterior es menester un esquema de gobernanza metropolitana que, a su vez, como dice la Declaración de Montreal, “necesita un marco legal e institucional claro, basado en principios de democracia, respeto de la autonomía local y subsidiariedad. Este marco debe contar con un financiamiento adecuado, el cual implica mecanismos de coordinación y políticas sectoriales”. Y es vital no perder de vista que, dada la conurbación de la población mundial, “la política metropolitana debe ser la piedra angular de las políticas económicas internacionales y nacionales, ya que las áreas metropolitanas son impulsoras de la innovación y la productividad en todo el mundo…” o, al menos, deberían serlo. El siglo XX fue el siglo de las ciudades; el XXI es el siglo de las metrópolis. Si la gran mayoría de la población vivirá en estos contextos metropolitanos a finales de la actual centuria, más nos vale encontrar la forma de hacerlos menos hostiles, más saludables y más amigables con el entorno natural.