Si el enfrentamiento entre los presidentes de Estados Unidos, Joe Biden, y de Rusia, Vladimir Putin, es un asunto geopolítico y personal, la rivalidad entre la Unión Americana y China es un problema que trasciende la geoeconomía y se adentra en los terrenos de la hegemonía global. En los primeros meses de Biden al frente de la Casa Blanca ha quedado más que claro que lo que está en juego hoy es la definición de un nuevo orden mundial, con dos visiones enfrentadas respecto a cómo deben gestionarse los problemas nacionales e internacionales. Desde la caída de la Unión Soviética, EUA no había tenido hasta ahora un competidor a su altura que lo desafiara en el terreno de las decisiones globales y que, además, tuviera las capacidades para construir una alternativa, parcial o total, a su hegemonía. Para el expresidente Donald Trump el desafío chino se manifestaba en el terreno comercial y tecnológico. Para el presidente demócrata actual, el desafío va mucho más allá y toca aspectos que incluyen la política y los Derechos Humanos. El primer encuentro diplomático de la era Biden entre las delegaciones diplomáticas de alto nivel de ambas potencias ha evidenciado la naturaleza del conflicto, la cual es importante analizar para poder proyectar los posibles caminos que seguirá lo que algunos llaman ya la nueva guerra fría o, mejor dicho, la “paz caliente” del siglo XXI.
En los últimos 30 años cada vez ha sido más difícil para EUA mantener y consolidar su liderazgo global. La ausencia de un rival claro, como lo era el bloque comunista, desdibujó la política exterior estadounidense. A la par, fuerzas políticas internas comenzaron a moverse en reacción a la verdad neoliberal que propició una mayor concentración de riqueza en menos personas y el desmantelamiento de parte del aparato industrial norteamericano, con la consecuente pauperización de la clase trabajadora. Ante esa clara confusión del liderazgo estadounidense, desde la Casa Blanca y el Pentágono intentaron visualizarse nuevas amenazas que pudieran aglutinar los esfuerzos del llamado “mundo libre desarrollado” y justificar la hegemonía de Washington/Wall Street. Así se han puesto en el blanco de la retórica del poder político de EUA al crimen organizado, al terrorismo islamista y a países con regímenes autoritarios. El estado actual de las cosas del mundo apunta a que, en todos los frentes, el liderazgo estadounidense tropieza con graves limitaciones que se traducen en un caos sistémico manifestado en el fracaso de las guerras de Irak y Afganistán; la persistencia de las redes de terrorismo y crimen organizado; el desorden generalizado en Oriente Medio y África del Norte tras la “primavera árabe”; el surgimiento de corrientes nacionalistas y populistas en países de Occidente, y el aprovechamiento de viejas potencias de los vacíos dejados por EUA. Aquel “Proyecto para un nuevo siglo estadounidense”, ideado por Dick Cheney, Robert Kagan y William Kristol fracasó y de sus ruinas poco o nada ha surgido.
Mientras tanto, China caminó desde 1978 hasta 2013 con paso firme en un objetivo claro: aprovechar las condiciones impuestas por la globalización neoliberal para convertirse, primero, en el gran taller del mundo y, después, en el gran innovador del orbe. Con un régimen autoritario de partido único y un férreo control político, Pekín consiguió multiplicar el tamaño de su economía de manera sorprendente, sacar a 800 millones de personas de la miseria, robustecer a la clase media y, con ello, la capacidad de consumo de su mercado interno. La necesidad de los capitalistas de Norteamérica y Europa Occidental de hacer crecer su rentabilidad invirtiendo a bajo costo, y las necesidades a su vez de los mercados americanos y europeos de acceder a productos baratos, abrieron las puertas a China al desarrollo sostenido en condiciones ventajosas inigualables. En 2014, la potencia asiática superó al gigante americano en tamaño de PIB a paridad de poder adquisitivo, con lo cual inició una nueva etapa. Si hasta entonces la filosofía de Pekín había sido caminar a paso rápido, pero sin hacer ruido ni llamar la atención, ahora China estaba en condiciones de proyectar todas sus capacidades económicas, tecnológicas y políticas para comenzar a construir un mundo distinto al concebido por EUA. Con esa idea se concibió el proyecto de la Nueva Ruta de la Seda, el gran plan del presidente Xi Jinping para estrechar los vínculos entre la economía china y la del resto del mundo. Con préstamos, obras de infraestructura, bienes y servicios a bajo costo y tecnología de punta, China pretende colocarse a la cabeza del orbe en materia de desarrollo, lo que es visto por Washington como un desafío a la hegemonía estadounidense. ¿Cuál es la visión geopolítica y global que tienen ambas potencias?
Uno de los principales reclamos que hace EUA a China es que ésta no respeta las reglas internacionales. Reglas que son, hay que decirlo, las impuestas por la Unión Americana y sus aliados bajo la perspectiva de un orden democrático liberal y un orden económico neoliberal. Washington apunta a las violaciones consistentes de las normas de libre comercio por parte de Pekín, así como a las violaciones de DDHH en el Tibet y Xinjiang y a las violaciones de la autonomía de Hong Kong y Taiwán. Para China, todos estos asuntos son internos y EUA no debe inmiscuirse; en vez de eso, debe revisar sus propios problemas políticos y de DDHH. La visión estadounidense es de un mundo unipolar liderado por Norteamérica y sus aliados europeos con sus valores como regla para todos. La visión china es de un mundo multipolar con cuatro potencias que respeten sus propios espacios de influencia. La pandemia no ha hecho sino aumentar la asertividad y despliegue de Pekín en el mundo. Por ello, al gobierno de Biden le urge reconstruir la alianza con Europa que Trump dinamitó. Pero el gobierno de Xi ha acusado recibo de los nuevos bríos americanos y está acercándose aún más a Rusia, su gran aliado en el Consejo de Seguridad de la ONU. De manera similar a los años previos a la Primera Guerra Mundial —ese período conocido como la “paz armada”—, dos ejes claros se vislumbran en el horizonte de la nueva “paz caliente”: por un lado, Washington-Bruselas; por el otro, Pekín-Moscú. Es importante decir que el mundo de hoy está mucho más integrado que el de hace 120 años, y eso puede ser un incentivo para evitar una guerra. No obstante, la falta de entendimiento actual y las crecientes rivalidades abren el camino a las fricciones que pueden pasar de lo económico y tecnológico a lo político y militar. Por lo pronto, EUA ha propuesto a la Unión Europea un proyecto que compita con la Nueva Ruta de la Seda, y China ha planteado a Rusia desdolarizar la economía global. Ojalá que la cordura del interés general prevalezca sobre la ceguera de los intereses particulares.