La novela turca de Erdoğan

Por Arturo González González

El tercer mandato de Recep Tayyip Erdoğan como presidente de Turquía comienza en medio de una transición global histórica, con retos y oportunidades para un estado que ha aumentado su peso en el mundo y con varias efemérides que abonan al discurso revisionista del mandatario turco. El 29 de mayo, un día después de la segunda vuelta electoral de la que Erdoğan emergió victorioso, se cumplieron 570 años de la toma de Constantinopla por los turcos otomanos liderados por el sultán Mehmed II “el Conquistador”. Este acontecimiento marcó el inicio del ascenso del Imperio otomano que, a la vuelta de dos siglos, se convertiría en la principal potencia del Mediterráneo y Asia Occidental, y significó la desaparición del Imperio romano de Oriente tras poco más de un milenio de existencia. 

Constantinopla era la Nueva Roma, fundada por el emperador Constantino en el año 330 para reestructurar al Imperio romano que comenzaba a cristianizarse. Mehmed II, al conquistarla, se autoproclamó Káiser-i-Rüm (César de Roma). A la Roma pagana del Tíber, siguió la cristiana del Bósforo, que fue sucedida en 1453 por la Roma musulmana, conocida hoy como Estambul, la ciudad más grande de Europa, puerta de Oriente y Occidente, con un pie en territorio europeo y otro en Asia. El Imperio otomano, rival de los estados cristianos de Europa lo mismo que del Imperio persa safávida (también musulmán), jugó un papel central en la política internacional durante cinco centurias. A fines del siglo XVII se extendía por un territorio de 5.2 millones de km2 que iba desde Argelia hasta el actual Irak, y desde Etiopía hasta Hungría. Su bloqueo parcial del tráfico comercial de Oriente a Occidente obligó a los navegantes europeos a buscar rutas alternativas para llegar a la India y China. Ya en el siglo XX, fue una de las Potencias Centrales que desafiaron la hegemonía británica en la Primera Guerra Mundial. Tras la derrota de las Potencias Centrales, el Imperio otomano desapareció en 1922 y con la firma del Tratado de Lausana el 24 de julio de 1923, nació oficialmente el 29 de octubre de ese mismo año la República de Turquía, fundada por el célebre estadista Mustafá Kemal Atatürk, primer presidente del nuevo estado, que gobernó 15 años. En su tercer mandato, Erdoğan celebrará el centenario de la república, heredera jurídica, histórica y cultural del Imperio otomano.

Erdoğan forma parte del club de los “hombres duros” del siglo XXI, presidentes o primeros ministros que han incrementado su poder con mandatos que trascienden al menos una década. A ese club pertenecen Vladimir Putin, Xi Jinping, Narendra Modi, Aleksandr Lukashenko, Nicolás Maduro, entre otros. En el caso del mandatario turco, en marzo de 2023 cumplió 20 años de ser la principal figura política de su país, como primer ministro entre 2003 y 2014, y como presidente entre 2014 y 2023, cargo que, tras el triunfo electoral del pasado 28 de mayo, ejercerá hasta 2028… si es que no reforma la Constitución para mantenerse en el poder por más tiempo. Y es que Erdoğan ya lo hizo una vez: en 2017 convocó un referéndum constitucional para aumentar el período presidencial de 4 a 5 años con la posibilidad de una reelección consecutiva. La reforma aprobada también dotó de mayores facultades al presidente y eliminó la figura del primer ministro. Y puesto que se trataba de un cargo presidencial “nuevo”, Erdoğan pudo presentarse a las elecciones este año tras cumplir su segundo mandato presidencial, primero quinquenal.

Los contrapesos políticos en Turquía han ido desapareciendo mientras el régimen erdoganista mantiene la fachada de una democracia. Como líder del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) y al frente de la república, Erdoğan ha ido consolidando un régimen unipersonal, populista, nacionalista, neootomanista, conservador y proislamista que ha roto con el origen secular, progresista, europeísta y socialdemócrata del estado turco bajo el liderazgo de Atatürk. Es de esperar que tras la elección del tercer mandato, el erdoganismo se endurezca aún más. Y es que si bien su triunfo fue indiscutible en las urnas en mayo pasado, nunca había enfrentado una segunda vuelta como tampoco se había conformado un frente opositor unido de izquierda. Al final, Erdoğan ganó gracias a los votos de Sinan Oğan de la Alianza Ancestral, una coalición electoral de extrema derecha con marcado discurso anti-inmigrante dirigido principalmente contra los kurdos, que representan el 13 % de los 85.8 millones de habitantes que tiene Turquía.

Además de las crecientes denuncias por pérdida de libertades y garantías frente a un rol más protagónico del Islam en la sociedad y la política turcas, el gobierno erdoganista enfrenta múltiples desafíos políticos, económicos y sociales. Las elecciones recientes mostraron la división en el electorado turco entre un sector progresista de corte prooccidental y europeísta y una coalición de organizaciones religiosas, conservadoras y nacionalistas, con aumento de tensiones que pueden derivar en choques y protestas. Esta polarización se agrava por el estancamiento crónico que padece desde 2014 la economía nacional, que tiene un importante componente manufacturero, con una lira turca que pierde valor y una inflación que se mantiene en dos dígitos. También tiene frente a sí el reto de la reconstrucción del país tras el sismo de febrero. Por si fuera poco, la gestión migratoria se ha vuelto un problema de varias aristas. Y es que, como México, Turquía es de los pocos países que posee las tres dimensiones de la migración: es territorio expulsor, de tránsito y receptor, con millones de refugiados kurdos y sirios que demandan atención humanitaria. Y como ocurre en otros estados donde el populismo nacionalista crece, la migración es usada por la derecha radical para promover la xenofobia.

Pese a este panorama, Erdoğan ha redoblado su apuesta neootomanista para incrementar su protagonismo en la región del Pentalaso (cinco mares) como cabeza de las naciones túrquicas (Turquía, Azerbaiyán, Turkmenistán, Kazajistán, Uzbekistán y Kirguistán) y como potencia mediadora en conflictos como el de Ucrania, en donde ha adoptado una posición intermedia, brindando asistencia a Kiev, pero sin distanciarse de Rusia, con quien comercia a pesar de las sanciones de Occidente. Y es que éste es el papel que Erdoğan quiere que Turquía juegue en el nuevo orden mundial que aún no termina de configurarse: una potencia emergente con capacidades militares para defender sus intereses propios, pero abierta a negociar a dos bandos, ya sea como parte de la OTAN que lidera EEUU o como candidata integrarse a la Organización para la Cooperación de Shanghái (OCS) que encabeza China. Todo bajo el paraguas de una fuerte proyección de poder blando que le dan sus populares novelas, series y películas. Por todo esto no debemos perder de vista lo que ocurre en la Turquía erdoganista.

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Arturo G. González

Soy adicto a saber y descubrir algo nuevo todos los días. Me obsesiono con tratar de entender el mundo y la época que me tocó vivir. No puedo escapar a la necesidad de comprender por qué nuestra civilización es como es, y para ello leo noticias, opiniones, artículos de análisis y libros; escucho música y veo cine. Creo que el pasado vive en el presente, y que el presente es la pieza clave del futuro. Te invito a este viaje de pensamiento y descubrimiento cotidiano. Esta es mi visión del mundo.