Narco, migración y pensamiento mítico

Por Arturo González González

Todo acto de bondad siempre implica un cruel sacrificio: Prometeo encadenado con el hígado destrozado por haber mostrado el fuego a los humanos. Nadie puede escapar a su destino: Layo abandona a su hijo Edipo para escapar a un oráculo; cuando crece, Edipo vuelve a Tebas y cumple, sin saberlo, el terrible oráculo: mata a su padre y se casa con su madre. La fama es de los jóvenes; la paz, de los viejos: si Aquiles va a Troya, morirá como un héroe; si se queda en casa, su vida será larga y apacible, pero ignorada. El amor desata las peores tempestades: Helena y Paris huyen enamorados de Esparta a Troya sólo para ocasionar la ruina de esta ciudad. Todo acto vil siempre es castigado por la venganza: Agamenón sacrifica a su hija Ifigenia para obtener el favor de los dioses en su expedición a Troya, y al regresar a casa es asesinado por Egisto, amante de su esposa Clitemnestra; Orestes, en contubernio con su hermana Electra, asesina a Egisto y a su madre, y enloquece mientras es perseguido por las Erinias vengadoras. 

Los mitos se crearon para aleccionar y transmitir la esencia de una visión de la realidad. Hacerla digerible. Por su sencillez y poder de seducción, los mitos se volvieron el factor de identidad de un pueblo. Han servido, y sirven aún, como referencias literarias, puntos de partida culturales. Los mitos enseñan desde el particularismo de un acto universal. Pero los mitos despojados de su naturaleza lúdica simplifican la realidad, la reducen. Cuando el mito pierde su contexto literario y se vuelve normativo; cuando se fosiliza a través de la irreflexión y se erige en equivalencia de la realidad, el mito muere. Se transforma en pensamiento mítico. Todas las ideologías políticas tienen algo de pensamiento mítico. Pero hay corrientes dentro de esas ideologías que respiran mitos. El pensamiento mítico es lo contrario del pensamiento crítico. Quien ata su criterio a la roca de los mitos es incapaz de ver más allá de lo que cree, como si el mundo fuera más pequeño que su mente.  

“Cada cultura es manifiestamente susceptible de regresión; cualquier avance en esta evolución es reversible. (…) En las épocas de grandes crisis, tensiones y confusión, se corre el peligro de recaer, como buscando un desahogo, en patrones interpretativos que introducen clasificaciones y valores de una simplicidad y claridad como las que distinguen sobre todo al pensamiento mítico”. Así resume Wolfram Eilenberger, en su libro Tiempo de magos: la gran década de la filosofía 1919 – 1929, los peligros que el filósofo prusiano Ernst Cassirer observaba en su tiempo. Corría la década de los 20. El mundo aún no se reponía de la peor guerra hasta entonces sufrida. Una pandemia de influenza había provocado la muerte de millones de personas alrededor del mundo. Y lo peor aún estaba por venir: el crack del 29, la depresión de los años 30, la Segunda Guerra Mundial. El pensamiento mítico alimentaba la imaginación política de la época. Viejos imperios que querían renacer. Miedo y odio al diferente. Ensimismamiento cultural. Autarquía espiritual. Ideologías autorreferenciales y exclusivistas. El malo, el perverso, el decadente siempre está “allá afuera”. La culpa es de los otros, los de antes, los de ahora, los distintos, los de más allá de las fronteras. La responsabilidad nunca es nuestra.

Es fácil identificar hoy, época de crisis como la de hace un siglo, este pensamiento en el abordaje de los problemas internacionales. Dos ejemplos de ello son la mala gestión de la migración y la ineficacia en el combate al narcotráfico. 

Uno de los mitos más arraigados en sectores conservadores de países desarrollados es el temor a la «invasión» de inmigrantes. “Vienen a delinquir, a quitarnos nuestro empleo, a acabar con nuestra cultura”. Estas visiones míticas sobre la migración se basan en el miedo y la incapacidad de comprender una realidad mucho más compleja. Los políticos de extrema derecha explotan ese temor infundado para ganar adeptos, en vez de contribuir a comprender las verdaderas causas de los problemas del país. La migración es un fenómeno complejo y multifactorial. Quienes emigran, buscan oportunidades y seguridad. Culpar a los inmigrantes de los males de la sociedad de destino es una simplificación obtusa y muy peligrosa. El pensamiento mítico impide ver la corresponsabilidad de las naciones desarrolladas en los problemas de los países expulsores, antiguas colonias o intervenidos por potencias extranjeras. 

Los defensores de la visión xenofóbica y racista de la migración pasan por alto que sus países se han visto beneficiados por este fenómeno. Gracias a la migración, EEUU pudo expandirse hacia el oeste y colonizar territorios que luego se apropió, como Texas. Gracias a la migración, España e Italia pudieron disminuir la presión social en sus sociedades en épocas de crisis y conflicto. Además, los inmigrantes contribuyen a la riqueza en las naciones desarrolladas a las que llegan con mucho menos ingresos de los que perciben los ciudadanos. El pensamiento mítico de la ultraderecha ha llevado a la adopción de políticas migratorias restrictivas que no sólo violan los derechos humanos, sino que también son ineficaces. En lugar de abordar las causas profundas de la migración y trabajar en conjunto con otros países para encontrar soluciones, la extrema derecha propone construir muros, cercas, vallas, centros de confinamiento, y promulgar leyes draconianas que sólo perpetúan el problema.

El pensamiento mítico también prevalece en la lucha contra el narcotráfico. La «guerra contra las drogas» ha sido una narrativa omnipresente en la política, especialmente en América Latina, impulsada desde EEUU. Sin embargo, esta visión ha demostrado ser ineficaz en la reducción del tráfico de drogas y ha llevado a un aumento en la violencia y el sufrimiento en la región. Nuevamente los políticos ultra culpan de la epidemia de adicciones que sufren sus países a los gobiernos y sociedades de estados emergentes. “México no hace nada para disminuir el tráfico de fentanilo” es una frase recurrente en estos días al norte del río Bravo. Y nuevamente el pensamiento mítico de la extrema derecha pasa por alto las responsabilidades propias. O ¿de dónde provienen las armas de los cárteles? ¿En qué sistema financiero lavan su dinero? ¿Quién creó la demanda de droga? 

Más que culpas, lo que se requiere es colaboración y compromiso de las partes. Mientras el norte global siga creyendo que las batallas sólo deben librarse en el sur, poco avance habrá. La política debe dejar a un lado el pensamiento mítico y acercarse a soluciones fundamentadas en la evidencia y el respeto por los Derechos Humanos. La migración y el narcotráfico son desafíos globales que requieren respuestas globales, no mitos disfrazados de soluciones.

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Arturo G. González

Soy adicto a saber y descubrir algo nuevo todos los días. Me obsesiono con tratar de entender el mundo y la época que me tocó vivir. No puedo escapar a la necesidad de comprender por qué nuestra civilización es como es, y para ello leo noticias, opiniones, artículos de análisis y libros; escucho música y veo cine. Creo que el pasado vive en el presente, y que el presente es la pieza clave del futuro. Te invito a este viaje de pensamiento y descubrimiento cotidiano. Esta es mi visión del mundo.