Ocho mitos sobre la democracia

La democracia está en crisis. Por fin hay democracia en este país. La democracia está en riesgo. Nunca había habido tanta democracia como ahora. En estos días, es común escuchar estas frases contradictorias. Opositores y oficialistas se llenan la boca de democracia y se asumen como defensores de los intereses del pueblo o la ciudadanía… sin explicar a qué pueblo o ciudadanía se refieren. Se visten de demócratas, sin aclarar qué es lo que entienden por democracia. Y en general, lo que se repite son topos y mitos respecto a este sistema político del que tanto se escribe y se habla. En el contexto de la cruenta lucha electoral, en medio de unas campañas basadas más en ataques que en debates, con una crisis y una descomposición social de fondo y con el único afán de aportar un punto de vista para la discusión pública, creo oportuno revisar algunos de los mitos sobre la democracia que se repiten de forma irreflexiva.

                Mito I: la democracia del siglo XXI tiene su origen en la democracia de la Antigua Grecia. Es muy grande la tentación de referir al experimento social de Atenas como el detonante de la democracia contemporánea o, incluso, convertirlo en el modelo ideal. Pero si miramos más de cerca, podremos darnos cuenta de que muy poco tiene que ver el régimen ateniense de los siglos V y IV a. C. con lo que llamamos hoy democracia representativa liberal. La democracia de Atenas se desarrolló en un sistema económico esclavista y una estructura social patriarcal que excluían a la mayoría de la población del poder público. La democracia de Atenas era directa, no representativa; los ciudadanos de pleno derecho decidían en asamblea el rumbo de la polis, sin intermediarios ni representantes. Estas dos diferencias son suficientes para darnos una idea de que, aunque comparten el mismo nombre, la democracia de hace 25 siglos era prácticamente un sistema político distinto al de hoy.

                No obstante, sería absurdo negar la importancia que tuvo el experimento ateniense en el imaginario de las generaciones de principios de la Edad Moderna, cuando comenzó a construirse el modelo democrático que hoy rige en Occidente. Tampoco se puede negar el papel simbólico de la democracia ateniense y sus protagonistas, de los que pueden extraerse lecciones salvadas bien las distancias históricas. Por otra parte, el origen de la democracia liberal hay que rastrearlo desde la Revolución Gloriosa inglesa de 1688 hasta la descolonización de América, Asia y África entre los siglos XIX y XX, pasando por el nacimiento de los Estados Unidos y la Revolución Francesa.

                Mito II: la democracia liberal es el sistema político perfecto. Si algo caracteriza a la democracia contemporánea es su carácter siempre perfectible. Resuena aquí la frase de Teodoro Roosevelt: “una gran democracia debe progresar o pronto dejará de ser o grande o democracia”. En la creencia de que es posible llegar a una democracia perfecta hay una trampa que niega el carácter dinámico de los procesos históricos y las especificidades de las sociedades en donde se desarrollan. Para decirlo en términos simples: decretar la perfección de una democracia es anular su propia esencia, basada en la complejidad, la discusión, la diferencia y el disenso en la eterna búsqueda de mínimos consensos. Una “democracia perfecta” ya no es democracia, es otra cosa.

                Mito III: la democracia siempre es progresiva, no puede retroceder. Así como la democracia siempre es perfectible, también puede experimentar retrocesos o desviaciones. La historia muestra varios ejemplos de estados que, de democracias liberales pasaron a convertirse en regímenes autoritarios. El caso más extremo de todos es el de Alemania en la primera mitad del siglo XX, cuando la República de Weimar dio paso al régimen Nazi. Un ejemplo no tan extremo hoy es Rusia, que de ser una débil democracia liberal en los 90 pasó a ser un régimen dominado por una persona.

                Mito IV: la democracia liberal es el sistema político más difundido en el mundo. Si vemos un mapa del orbe actual, iluminado por los sistemas políticos de cada país, encontraremos que menos de la mitad de los estados están regidos por un sistema democrático liberal, y que dichos estados se concentran en Europa y América, con algunos casos excepcionales en Asia, África y Oceanía. El resto del mundo son democracias no liberales, monarquías absolutas o dictaduras.

                Mito V: en la democracia liberal es el pueblo el que siempre decide. Se trata de otro tópico muy común, pero que no por eso es cierto. La principal característica de la democracia liberal es su carácter representativo y multipartidista. Los ciudadanos no necesariamente deciden el rumbo del Estado. Los partidos políticos presentan una oferta de candidatos a los electores, quienes tienen que decidir los perfiles que los representarán ante las instituciones parlamentarias y, de forma más limitada, ejecutivas. Pero son estos representantes y sus equipos los que se arrogan el derecho de decidir en nombre de toda la ciudadanía, aunque no hayan sido votados por todos los ciudadanos. Y en un ejercicio de honestidad, eso que llaman pueblo o ciudadanía no es más que una abstracción, porque lo que impera en la sociedad es la diversidad y la singularidad, hoy más que nunca.

                Mito VI: la democracia es un asunto meramente de elecciones. Votar no es el fin de la democracia, sino apenas el principio. Precisamente por el carácter representativo de la democracia liberal es necesario que los ciudadanos, en toda su diversidad y complejidad, exijan, participen y vigilen a quienes toman las decisiones por ellos. La democracia, más que un asunto de elecciones, es un asunto de procesos.

                Mito VII: la democracia liberal siempre va de la mano del capitalismo. Durante la Guerra Fría, EUA difundió como parte de su propaganda que democracia liberal era igual a capitalismo. Pero esto es, y era desde entonces, mentira. Washington impuso el capitalismo en varios países patrocinando dictaduras: Chile, Argentina y Brasil, son sólo tres ejemplos. Y hoy el caso que más desnuda esa mentira es China, que no es una democracia liberal, pero sí un estado que practica el capitalismo. Los grandes capitalistas se asocian con cualquier régimen, por más autoritario que sea, con tal de expandirse.

Mito VIII: la democracia eleva el nivel económico de los ciudadanos. El primer gobierno de alternancia en México vendió la falsa idea de que la democracia era sinónimo de mejora económica. Lo cierto es que hay democracias en países pobres, y potencias económicas no democráticas. La democracia es un sistema para organizar el ejercicio del poder y los procesos de toma de decisiones, no un modelo para desarrollar la economía.

Con todo, sigue siendo válida la frase de Winston Churchill: “la democracia es el peor sistema de gobierno (…), a excepción de todos los demás”. Pero como tal, enfrenta graves riesgos que debemos analizar. Pero eso será en otra ocasión.

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Arturo G. González

Soy adicto a saber y descubrir algo nuevo todos los días. Me obsesiono con tratar de entender el mundo y la época que me tocó vivir. No puedo escapar a la necesidad de comprender por qué nuestra civilización es como es, y para ello leo noticias, opiniones, artículos de análisis y libros; escucho música y veo cine. Creo que el pasado vive en el presente, y que el presente es la pieza clave del futuro. Te invito a este viaje de pensamiento y descubrimiento cotidiano. Esta es mi visión del mundo.