Para comprender la importancia de Siria

Un combatiente de la oposición pisa un busto del difunto presidente sirio Hafez Asad en Damasco, Siria, domingo 8 de diciembre de 2024.

(Por Arturo González González) No es casual que la batalla más antigua de la que se tiene registro con lujo de detalle sea una ocurrida en lo que hoy es Siria. La Batalla de Qadesh, muy cerca de la actual frontera con Líbano, ocurrió en el siglo XIII a. C. Enfrentó a los imperios más poderosos de la época: el egipcio y el hitita. 

Cuentan las crónicas que se trató del choque bélico con más carros de combate en la historia de la Antigüedad. Para poner fin a la guerra se firmó un tratado de paz. Es también el primer tratado internacional que se conoce. Desde hace casi 3,300 años, el territorio sirio juega un papel fundamental en el devenir del orbe. Hoy no es la excepción.

Un conflicto en el cambio de época

La guerra siria que comenzó en 2011 es el conflicto que marca el inicio de la época de transición global que vivimos. Dicha transición parte de la descomposición del orden mundial unipolar bajo la hegemonía estadounidense y transita hacia un orden multipolar con diversos liderazgos enfrentados. Entre la caída de un orden y el ascenso de otro, el caos predomina. Así ha sido en todos y cada uno de los cambios de época anteriores. Así fue de 1914 a 1945 y de 1789 a 1815.  Las transiciones son periodos de crisis, guerras internacionales, inestabilidad, revoluciones. 

La guerra siria del siglo XXI comenzó con una protesta casi infantil en Daraa que fue reprimida. Se transformó en un movimiento social dentro de la llamada Primavera Árabe. Alcanzó luego el nivel de conflicto civil armado con varias facciones enfrentadas. Y adquirió el carácter de una guerra internacional con la participación directa o indirecta de potencias regionales (Turquía, Israel, Arabia Saudí, Catar e Irán) y mundiales (Estados Unidos, Reino Unido, Unión Europea, Rusia y China). 

Tras poco más de 13 años de enfrentamientos y luego de meses de aparente congelamiento, una ofensiva relámpago de la insurgencia derribó al gobierno sirio en cuestión de días. El régimen Al Asad, encabezado primero por el padre, Hafez, y luego por el hijo, Bashar, ha caído 54 años después de haber comenzado. No se trata sólo de la deposición de un dictador y el triunfo de una rebelión, como la mayoría de los medios occidentales quieren hacer ver. Siria es un estado de suma importancia en el panorama de Oriente Medio y en el contexto global por múltiples razones.

Siria, una historia de choques e intercambios

Como da cuenta la Batalla de Qadesh, desde la Antigüedad Siria ha sido escenario de múltiples guerras. El control del territorio sirio fue vital para el éxito de la campaña de Alejandro Magno contra los persas. Tras la muerte del rey macedonio, sus herederos en Egipto y Mesopotamia libraron una serie de guerras por el dominio de Siria. Para los romanos fue durante siglos un territorio de frontera y escenario importante de sus guerras contra los partos y persas sasánidas. 

Desde aquel entonces Siria se erigió como una etapa clave en la Ruta de la Seda que conectaba a China con Roma. Espacio de intercambio comercial, religioso y cultural, alcanzó su cúspide con el reino de Palmira bajo el gobierno de Zenobia. Fue también la primera zona de expansión del cristianismo. Damasco, ciudad cuatro veces milenaria, fue la sede de los Omeyas, una de las dinastías más gloriosas del Califato árabe. 

Ya en la era moderna, gracias a sus rutas comerciales y su agricultura, constituyó una de las regiones principales del Imperio turco otomano hasta la disolución de éste en 1922. En el reparto del imperio que hicieron Reino Unido y Francia tras la Primera Guerra Mundial, Siria quedó bajo el mandato francés. La Segunda Guerra Mundial le concedió la independencia al país que vivió una era de inestabilidad hasta 1970, cuando Hafez al Asad, del partido Baaz, de ideología panarabista y socialista árabe, se hizo con el poder para fundar una dinastía republicana. 

La guerra siria puso en jaque al régimen que lideraba desde el año 2000 Bashar Al Asad. Reformas incumplidas, sequía extrema, crisis económica, polarización política, corrupción y descontento social formaron parte del caldo de cultivo de las protestas que comenzaron en marzo de 2011 en el marco de la Primavera Árabe. En la primera mitad de la década pasada parecía que el régimen alasadista iba a correr la misma suerte que Ben Ali en Túnez, Mubarak en Egipto, Gadafi en Libia y Saleh en Yemen. 

La insurgencia armada siria se conformó con una extraña amalgama de facciones políticas y organizaciones radicales apoyadas por potencias regionales y mundiales, y de grupos terroristas beneficiarios directa o indirectamente de la ayuda extranjera. En 2014 el gobierno de Al Asad pendía de un hilo. Sin la ayuda determinante de Irán, pero, sobre todo de Rusia, que acudió al llamado de Damasco en 2015, no hubiera sobrevivido tanto tiempo. Pero algo cambió en los últimos dos años.

Peso geopolítico e importancia geoeconómica

Como en el pasado, Siria tiene hoy una importancia geopolítica y geoeconómica extraordinaria. Se encuentra en el Pentalaso, la región de los cinco mares (Pérsico, Caspio, Negro, Mediterráneo y Rojo). Se trata de una zona que conecta a Europa, Asia y África y que está habitada por una multiplicidad de grupos étnicos y religiosos. Es la región pivote de Eurafrasia, el supercontinente al que se le conoce como la gran isla mundial. 

Siria es un enclave terrestre en donde se unen el noreste de África y el sureste de Europa con Asia Occidental. Pero también tiene salida al Mediterráneo, lo que incrementa su relevancia. El Pentalaso es también una región rica en recursos naturales, principalmente energéticos y un paso obligado para los corredores geoeconómicos que compiten por conectar las grandes zonas fabriles de Asia Meridional y Oriental, con las fuentes de recursos de Asia Central y África y los mercados de Europa. 

Para nada es gratuito que Bashar Al Asad haya viajado a China en septiembre pasado para firmar un acuerdo de asociación estratégica con el objetivo de financiar la reconstrucción de Siria y hacer de ella una etapa central de la Nueva Ruta de la Seda que impulsa Pekín. La competencia de esta ruta es el Corredor IMEC, que pretende conectar a India con Europa a través de Arabia Saudí e Israel, sin pasar por Siria, que, por cierto, acababa de ser readmitida en la Liga Árabe, tras años de marginación.

Siria, un rompecabezas de intereses

El poder de varias potencias se proyecta sobre Siria en la guerra civil y crea un complejo rompecabezas que dista mucho de la retórica simplista de buenos contra malos. Hasta la caída de Al Asad, Siria formaba parte del Eje de la Resistencia que lidera Irán, y al cual también pertenecen la milicia libanesa Hezbolá, el grupo extremista palestino Hamás, los rebeldes hutíes de Yemen y las milicias chiíes de Irak, entre otros. 

El Eje de la Resistencia se encuentra en guerra con el gobierno sionista de Israel, el cual lleva una campaña de exterminio en Pelestina. Para el Eje, Siria era una pieza clave en el suministro de recursos a Hezbolá y Hamás desde Irán e Irak. Por su parte, Estados Unidos y sus aliados europeos colocaron a Al Asad en la mira desde hace años por las afinidades de Damasco con Teherán y grupos contrarios a los intereses israelíes. Por ello, Occidente apoyó a grupos insurgentes desde el inicio de la guerra civil. 

Otro jugador relevante es Rusia, quien por vínculos históricos y razones políticas y geopolíticas, apoyó decididamente al régimen alasadista en su lucha contra insurgentes y terroristas. La única base naval militar de Moscú en el Mediterráneo está en Siria. Además, la estabilidad del estado sirio es importante para el Kremlin en su estrategia de prevención del extremismo islamista en territorio ruso. 

Pero el jugador más importante en los últimos años ha sido Turquía. El neotomanismo del presidente Recep Tayyip Erdogan ha puesto en el foco a Siria. Ankara es el principal socio comercial de Damasco, pero también un factor de inestabilidad. Erdogan quiere crear en el norte de Siria una zona de amortiguamiento para controlar a la población kurda que ahí habita, y evitar la creación de un estado kurdo. 

El gobierno turco intentó acercarse al gobierno sirio hace meses para negociar bajo sus propios intereses. Al Asad no respondió al llamado por desconfianza o destinterés. Erdogan, en consecuencia, apoyó la irrupción de la insurgencia bajo el liderazgo del grupo terrorista (así considerado por Occidente) Hayat Tahrir al Sham (HTS), que nació vinculado a Al Qaeda y el Estado Islámico. Que HTS haya moderado su discurso recientemente no le quita su esencia de grupo fundamentalista y extremista.

Tras la caída de Al Asad ¿qué?

El gobierno de Al Asad era una dictadura que se volvió cada vez más represiva y dependiente de la ayuda de potencias extranjeras, Rusia e Irán principalmente. La guerras en Ucrania y en Palestina provocaron que los grandes patrocinadores del régimen alasadista se distrajeran. Al Asad nunca logró iniciar la refundación del estado sirio para fortalecerlo luego de derrotar, parcialmente al menos, a la insurgencia. 

De fondo, una crisis familiar complicó el escenario: hace unos meses le fue diagnosticada leucemia a la primera dama de Siria, Asma al Asad, de origen sirio pero educada en Londres, Reino Unido. Débil por dentro y sin apoyos externos, el gobierno de Bashar Al Asad cayó ante el primer resurgimiento importante de la insurgencia armada. Turquía sabía que esto iba a ocurrir y hoy es, junto con Israel, la potencia regional que más provecho se dispone a sacar de la caída de Damasco. 

Es importante repetir esto: un buen número de los grupos que hoy aparecen en la prensa occidental como “libertadores” de Siria son extremistas o terroristas cuyos objetivos y métodos son combatidos por Washington, Londres y Bruselas. La paz y la democracia no están garantizadas en Siria. Al contrario. Se cerró un ciclo de inestabilidad para dar paso a otro en el que las potencias regionales y mundiales buscarán posicionar sus intereses.

Algunas pistas de lo que puede ocurrir en Siria a partir de ahora la dan los casos de Túnez, Egipto, Libia y Yemen. Estos dos últimos continuaron en guerra civil y con profundas divisiones tras la caída de las dictaduras de Gadafi y Saleh, respectivamente. Luego del derrocamiento de Mubarak, Egipto intentó tomar la vía democrática, pero fracasó y un golpe de Estado llevó a un militar al poder, Al Sisi, quien gobierna como nuevo dictador. 

Al que le ha ido menos mal es a Túnez, que ha logrado ligar algunas transiciones de poder democráticas. No obstante, en los últimos tres años las protestas contra el presidente Saied se han multiplicado por razones políticas y económicas. Quien crea que después del golpe contra Al Asad Siria tiene frente a sí un promisorio futuro democrático, se engaña.

Hay otro elemento esencial que se olvida con suma facilidad: con todo y su brutalidad, el estado creado por los Al Asad era un estado multiconfesional que, al menos en el papel, garantizaba el respeto a las distintas manifestaciones religiosas que van desde diferentes denominaciones del Islam hasta distintas iglesias del cristianismo. 

A los grupos que encabezaron el golpe final contra el régimen alasadista no les interesa un estado multiconfesional, sino uno en el que la ley islámica se imponga sobre todos los demás. El futuro no es tan alentador como quieren hacer ver algunos en un país con una guerra que ha dejado más de medio millón de muertos y 12 millones de desplazados.

Los intereses externos seguirán en Siria

Todas las potencias involucradas directa o indirectamente en Siria dicen lo mismo: el pueblo sirio es el único que debe decidir su nuevo gobierno y su futuro. Mienten. Si Siria es hoy un caos se debe a la intervención de esas potencias. Y si intervinieron durante más de una década fue para imponer sus propios intereses. ¿Por qué se quedarían de brazos cruzados cuando unas consiguieron lo que buscaban y otras vieron caer a su aliado?

Aunque el presidente electo Donald Trump diga que Estados Unidos no debe intervenir, lo cierto es que Washington ha intervenido desde Obama hasta Biden, pasando por Trump 1.0. Estados Unidos tiene presencia militar en Siria y apoya a facciones de la insurgencia y un sector de los kurdos. Difícilmente va a dejar de estar metido.

La Turquía de Erdogan como gran ganador de todo este perverso juego, buscará que el próximo gobierno sea afín a sus objetivos de crear la zona de amortiguamiento en el norte sirio, de evitar la organización estatal de la nación kurda y de regresar a los millones de refugiados que aún tiene en su territorio.

El Israel de Netanyahu ha dado muestras de forma rápida de sus intenciones: ampliar su territorio. El objetivo sionista del Gran Israel avanza ahora hacia Siria con el pretexto de afianzar una zona de control en los Altos de Golán. Además, Israel aspira a ser la etapa central del Corredor IMEC, la competencia de la Nueva Ruta de la Seda, de la que Siria buscaba ser un punto neurálgico.

La Rusia de Putin ya opera para mantener su presencia militar en la costa siria del Mediterráneo. Moscú ha iniciado conversaciones con todas las fuerzas para garantizar la seguridad de sus bases naval y aérea, que son cruciales para su proyección e influencia en Oriente Medio y África. 

El Irán de los Ayatolás es quizá el más afectado por la caída de Al Asad. Es de prever que, aunque no cuenta con los recursos para mantener su presencia en Siria, lo intentará, pero ahora desde una posición de debilidad. Es posible que el régimen teocrático busque compensar su actual desventaja acelerando el desarrollo de su primera arma nuclear, lo cual generaría una escalada con Israel y Estados Unidos.

Por último, China tendrá que empezar de cero con el nuevo régimen que surja de todo el caldo de intereses internos y externos para relanzar en Siria su proyecto geoeconómico y geopolítico de la Nueva Ruta de la Seda y posicionar a sus empresas para la hora del inicio de la reconstrucción del país. Aunque para ello primero hay que poner fin a la guerra civil, que continúa y continuará hasta que haya un acuerdo casi imposible entre todas las partes, o una de ellas se imponga por la fuerza.

Decía Ikram Antaki, la gran pensadora que nació siria un año antes del fin del mandato francés y murió mexicana el mismo año del ascenso de Bashar Al Asad al poder, que “la vida no se hace por simple voluntad y decisiones. Se hace a menudo por azares”. Los azares de Siria, una de las cunas de la civilización y encrucijada de caminos e intereses, son demasiados.

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Arturo G. González

Soy adicto a saber y descubrir algo nuevo todos los días. Me obsesiono con tratar de entender el mundo y la época que me tocó vivir. No puedo escapar a la necesidad de comprender por qué nuestra civilización es como es, y para ello leo noticias, opiniones, artículos de análisis y libros; escucho música y veo cine. Creo que el pasado vive en el presente, y que el presente es la pieza clave del futuro. Te invito a este viaje de pensamiento y descubrimiento cotidiano. Esta es mi visión del mundo.