¿Por qué Afganistán?

Si no sucede algo extraordinario, esta semana Estados Unidos y sus aliados terminarán con la evacuación de sus tropas, personal diplomático y agentes oficiales y extraoficiales en Afganistán. Su accidentada salida deja una estela de incertidumbre no solo por lo que ya ha sido comentado en este espacio y otros, a saber, la confirmación de los límites y el repliegue de la hegemonía estadounidense, sino también por la inestabilidad en el territorio afgano, la inseguridad de su población y el aumento de la descomposición de la situación de Asia Central, Oriente Medio y todo el espacio euroasiático. Se avecina un reacomodo de fuerzas y una disputa de marcado acento geopolítico y geoeconómico que nos obliga a preguntarnos ¿por qué Afganistán?

Aunque carece de salida al mar, Afganistán es un país estratégico. Colinda con dos potencias nucleares, China y Pakistán; un estado de creciente peso regional, Irán, y tres repúblicas —Turkmenistán, Uzbekistán y Tayikistán— que forman parte de los intereses geopolíticos de Rusia, otra potencia nuclear. Sus casi 650,000 km2 se despliegan por una de las zonas terrestres de mayor importancia histórica para el comercio e intercambio de todo tipo. Fue paso obligado de la dos veces milenaria Ruta de la Seda y representó en el siglo XIX un imán para las visiones geoestratégicas de Rusia en su expansión hacia el sur, y del Reino Unido por la cercanía con la India británica.

La relevancia geopolítica de Afganistán se ha mantenido. Fue uno de los últimos teatros de la Guerra Fría entre EUA y la URSS, y es hoy uno de los escenarios centrales de la Guerra contra el Terrorismo que inició George W. Bush hace 20 años, tras los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono. El estado centroasiático es una pieza clave para la estabilidad regional y global, un territorio vital para la Nueva Ruta de la Seda, el proyecto geoeconómico de China, y un espacio de gran interés para la Unión Eurasiática, el proyecto geopolítico de Rusia. Pero, además de su ubicación geográfica, ¿qué hay en Afganistán?

La sociedad tribal de buena parte del país propició la supervivencia de un fundamentalismo arraigado en una interpretación radical de los valores islámicos. Cuando la revolución socialista triunfó en 1978 y el gobierno ensayó una modernización bajo la influencia de Moscú, Washington vio en los grupos fundamentalistas muyahidines a unos aliados que podían entorpecer la expansión de los intereses soviéticos. EUA alimentó el extremismo islamista para que desatara una guerra civil con la que ni el gobierno afgano ni la URSS pudieron lidiar. Del extremismo muyahidín emanó Al Qaeda y El Talibán, que terminarían volviéndose contra sus patrocinadores iniciales.

Lo que hizo la potencia americana en Afganistán entre los 70 y 80 se parece mucho a lo que intentó en Siria en la década de 2011-2020, donde Washington apoyó a una insurgencia armada contra un gobierno respaldado por Moscú, insurgencia en la que había grupos extremistas, como el Estado Islámico, que terminaron apropiándose de armas y dinero de EUA. El Estado Islámico surgió en Irak aprovechando el caos que la intervención estadounidense dejó en ese país. Se trata del mismo grupo que se ha atribuido los atentados en el aeropuerto de Kabul que han dejado hasta ahora 170 muertos, entre ellos 13 estadounidenses. Es decir que, al igual que ocurrió con Al Qaeda y El Talibán, el Estado Islámico se ha vuelto contra quien propició su creación.

Pero Afganistán no sólo es un país estratégico y un reservorio de fundamentalistas. Bajo el suelo afgano existen recursos que alimentan las ambiciones de gobiernos y capitalistas. En el caso de los hidrocarburos, las reservas de petróleo de Afganistán son importantes, aunque menores a las reportadas por otros países de Asia Central, principalmente, Kazajstán. Tal vez hoy sean más relevantes las reservas de gas natural, un combustible que ha adquirido importancia conforme se cuestiona el uso del petróleo dada su afectación al medio ambiente. A las reservas de hidrocarburos hay que sumar la necesidad de empresas y países de la zona de llevar, vía ductos, los energéticos que producen hacia los mercados de alta demanda. Bajo esta lógica se ha proyectado el gasoducto TAPI, con el que se pretende llevar gas natural de Turkmenistán hacia Pakistán e India a través de Afganistán, una obra multimillonaria impulsada por la empresa estatal turkmena de hidrocarburos en colaboración con compañías de EUA, Arabia Saudí y Rusia. 

Además de los combustibles fósiles, Afganistán esconde en sus entrañas reservas minerales de gran valor como oro, plata, hierro, cobre, cromo, zinc, plomo y esmeraldas. No obstante, quizá resulte más atractiva aún la presencia de uranio, elemento que se utiliza para el desarrollo de armas nucleares y energía atómica. También hay yacimientos importantes de litio y cobalto, materiales indispensables para tecnologías de telecomunicaciones, ya que se usan en la fabricación de baterías; en este reglón, las empresas de China y EUA son las principales demandantes de esta materia prima.

Por si fuera poco, Afganistán juega un papel central en la economía de la violencia y el narcotráfico. Este país produce el 90 % de la amapola de la que se extrae la goma de opio necesaria para la morfina y otros analgésicos, así como para la heroína, una potente droga que ha ido ganando terreno en el multimillonario mercado de narcóticos. Los 20 años de guerra en Afganistán coinciden con el agravamiento de la crisis de adicciones a opiáceos en Norteamérica. Están, además, las armas. La guerra ha sido una jugosa salida para los inventarios de armamento de los principales productores de EUA y Europa, pero también de Rusia y China. En este contexto, no puede dejar de llamar la atención la forma en la que los talibanes se hicieron con las armas y equipos bélicos que EUA había vendido al ejército afgano para fortalecerlo. Una guerra civil en Afganistán es oro molido para los grandes señores occidentales de la guerra.

Por último, no podemos descartar la tesis de Julián Assange sobre la importancia de Afganistán en el lavado de dinero internacional. Se estima que de 2001 a 2019 sólo EUA gastó casi un billón de dólares en la guerra afgana, lo que equivale a 1.2 veces el presupuesto anual de defensa de la potencia americana. Según el planteamiento de Assange, detenido en Reino Unido y pedido para extradición por EUA, ese dinero salió del bolsillo de los contribuyentes estadounidenses y de créditos que se convertirán en deuda que, al final, pagarán también los contribuyentes. El dinero pasó a manos de una élite de grandes empresas de armas y seguridad con intereses en Afganistán y, en menor medida, a compañías contratadas para una reconstrucción a medias del país. Es decir, lo que atestiguamos es una transferencia masiva de dinero público a manos privadas. Por todo esto, Afganistán.

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Arturo G. González

Soy adicto a saber y descubrir algo nuevo todos los días. Me obsesiono con tratar de entender el mundo y la época que me tocó vivir. No puedo escapar a la necesidad de comprender por qué nuestra civilización es como es, y para ello leo noticias, opiniones, artículos de análisis y libros; escucho música y veo cine. Creo que el pasado vive en el presente, y que el presente es la pieza clave del futuro. Te invito a este viaje de pensamiento y descubrimiento cotidiano. Esta es mi visión del mundo.