En las últimas cinco olimpiadas, ocho países siempre han aparecido entre los diez mejores del medallero: Estados Unidos, China, Rusia, Reino Unido, Alemania, Australia, Francia e Italia. A esta lista hay que sumar a Corea del Sur, que se ha ubicado en el top 10 en cuatro de los cinco Juegos Olímpicos celebrados entre 2000 y 2016, y a Japón, que lo ha hecho en tres. Estas son hoy las diez grandes potencias deportivas del mundo que, en conjunto, concentran ¡el 55 por ciento! de todas las medallas repartidas en las cinco olimpíadas más recientes, y ¡el 61 por ciento! del total de medallas de oro. Sin menospreciar el desempeño de las otras delegaciones medallistas, que su mérito tienen, se puede decir que la competencia olímpica real se da entre las potencias mencionadas y, más específicamente, entre EUA, China y Rusia, que siempre se ubican entre los primeros cuatro lugares del medallero. ¿Por qué? ¿Qué hace la diferencia con respecto del resto de las poco más de 200 delegaciones nacionales que participan en los JJOO?
Para comprender esta hegemonía deportiva, debemos reconocer primero que el deporte es mucho más que una actividad física lúdica. El deporte es un gran negocio. Se estima que la industria deportiva genera al año por lo menos 700,000 millones de dólares en el mundo, lo que representa alrededor de 1 % del PIB global. Convertido en el espectáculo de nuestro tiempo, el deporte atrae a grandes inversionistas y empresarios que patrocinan competencias, equipos, atletas y estadios, y que producen una inmensa gama de bienes y servicios que van desde pelotas hasta casas de apuesta que, por cierto, cada vez son más. Pero el deporte también es política. Por su gran poder de convocatoria y prestigio, no pocos gobiernos ven en el deporte una oportunidad de propaganda, ya sea colgándose de las medallas de los atletas triunfadores o fomentando activamente la creación de sistemas que produzcan ganadores. El deporte funciona como un elemento legitimador de modelos económicos y políticos.
Una vez comprendida la trascendencia del deporte en el sistema global actual, se entiende mejor que todas las potencias deportivas son también estados de considerables capacidades económicas. Las diez delegaciones ganadoras mencionadas arriba pertenecen a países que ocupan las 12 primeras posiciones del ranking del PIB nominal. Sin embargo, no es ésta una condición suficiente. Si miramos más de cerca a cada una de estas potencias, vamos encontrar que todas cuentan con políticas de impulso del deporte de alto rendimiento que se traducen en sistemas generadores de atletas competitivos. En pocas palabras, invierten millones en ello. Y lo hacen con esquemas diferentes y algunos matices en sus motivaciones, pero con el mismo resultado ganador.
Para EUA, el máximo ganador de medallas en la historia de los JJOO, el deporte ha sido importante desde el siglo XIX. Y esto es normal en una sociedad que desde sus orígenes ha fomentado la competencia individual y grupal, la cultura del éxito y la posibilidad de hacer negocio prácticamente de lo que sea. El deporte está muy vinculado al modelo capitalista americano al grado de que es un elemento legitimador del mismo. Y por eso las competencias deportivas juegan un papel preponderante en el sistema educativo estadounidense. Son los colegios y las universidades los semilleros de los torneos y campeonatos profesionales, en donde la iniciativa privada invierte para cosechar una alta rentabilidad. EUA destaca en todos los deportes y desde Atenas 1896 ha sido protagonista. Y esto es una consecuencia de su visión del deporte como pieza vital para la legitimación de su sistema económico-social.
Los modelos de China y Rusia tienen su origen en el sistema deportivo soviético. Para estas potencias, al igual que para la URSS, el deporte olímpico es principalmente un factor de prestigio del Estado. El objetivo primordial es que el país sea competitivo, sobresalga y esté en los primeros lugares. Contrario a lo que ocurre en EUA, el éxito individual está subordinado al interés nacional en China y Rusia. Por eso el estado funge como rector y organizador de toda una estructura deportiva centralizada, desde la búsqueda de talentos hasta la preparación y competencia. La participación privada, mayor en Rusia que en China, juega un papel secundario. Como parte de la URSS, Rusia destacó en los JJOO desde 1952 y como heredera de esa antigua potencia desde 1996. Por su parte, China sobresale desde 1984 y hoy es la potencia que le disputa a EUA la supremacía. No obstante, este modelo centralizado abre ampliamente la puerta a la tentación de incurrir en acciones antiéticas que atentan contra las normas deportivas y la integridad de los atletas, como son la sobreexigencia y el dopaje. Esto no quiere decir que en EUA no se den estos vicios, pero tienden a ser motivados por decisiones individuales o del entorno cercano al deportista, y no institucionales como en el caso de Rusia, castigada hoy por ello.
Los demás países presentan modelos diferentes. RU, que es potencia desde 2000, ha desarrollado una estrategia encabezada por la gestión estatal y enfocada en aquellas disciplinas que más medallas pueden aportar. Alemania, que ha destacado incluso como nación dividida desde la Guerra Fría, tiene un modelo descentralizado con participación equilibrada entre el gobierno federal y los estados federados y enfocado en el desarrollo deportivo de alto nivel y la carrera de los atletas. En Australia, que sobresale desde 1992, las escuelas y los municipios son formadores de deportistas bajo una fuerte estrategia nacional. El modelo francés está basado en una red de apoyos multifactorial condicionada a los resultados olímpicos y coordinada por federaciones deportivas y, en menor medida, el Estado. El modelo italiano es centralizado por un comité nacional del que dependen las federaciones. Por su parte, Japón, cuenta con un modelo en donde los colegios y las empresas son grandes impulsores bajo una estrategia nacional de fomento al deporte. En Corea del Sur, el impulso se da desde un ministerio central que invierte en infraestructura y desarrolla y aplica una política deportiva de largo plazo. Corea del Sur, Australia, Reino Unido, Japón y Francia, que albergará París 2024, han aprovechado ser sede olímpica para empujar el desarrollo deportivo, lo que les ha funcionado antes, durante y después de sus juegos.
En suma, el éxito de estas potencias no es fortuito ni producto de un milagro o de una “mentalidad” predeterminada, como muchos creen en América Latina; es el fruto de una economía fuerte y de una organización deportiva enfocada en producir deportistas competitivos. Cuando nos preguntemos por qué nuestro país siempre se queda debajo de las expectativas de medallas, aquí podemos comenzar a construir una respuesta.