¿Quién dominará el siglo XXI?

(Por Arturo González González) En medio del desorden mundial que evidencia que estamos viviendo una etapa de transición de una época a otra, merece la pena cuestionarnos quién dominará el siglo XXI. Revisar las trayectorias históricas, analizar las tendencias presentes, puede ayudarnos a prepararnos mejor para lo que viene. Las buenas decisiones siempre se basan en el conocimiento y la atenta observación de los acontecimientos que definen nuestro devenir como civilización global.

Una pregunta entre dos siglos

En 1961, el sociólogo, economista y teórico marxista alemán, Fritz Sternberg publicó el libro ¿Quién domina la segunda mitad del siglo XX? El mundo se encontraba en plena Guerra Fría. La era bipolar estaba en auge. Estados Unidos y la Unión Soviética, como grandes ganadores de la Segunda Guerra Mundial, habían formado dos bloques políticos, ideológicos y económicos enfrentados y relativamente cerrados. Era natural y legítimo plantearse la pregunta con la que Sternberg tituló su libro. 

La conclusión a la que llega es que, aunque EEUU aventajaba a la URSS en el plano militar, político y económico, los soviéticos mostraban entonces un crecimiento mayor al de los estadounidenses, por lo que, a decir del autor, ninguna de las dos superpotencias estaría en condiciones de dominar sola la segunda mitad del siglo XX. Lo que sí era un hecho es que Europa, que había dominado el mundo durante cuatro siglos, ya no recuperaría su posición de privilegio.

No obstante, dos años después de la publicación de la primera edición en alemán, Sternberg hizo una rectificación a su conclusión en el apéndice de la edición española de su libro. Había pasado la Crisis de los misiles en Cuba y las diferencias entre la URSS y China escalaron al grado de profundizar la ruptura en el bloque comunista. En 1963, para Sternberg era evidente la tendencia: el bloque occidental, encabezado por EEUU, se encontraba en mejor posición para afianzar un dominio en el mundo. 

Pero su aguda mirada le permitió ver que China y la India jugarían un papel cada vez más determinante conforme avanzara el siglo en lo que definió como el inicio de la era de la Historia Universal, es decir, la superación de las historias nacionales y regionales fragmentadas para entrar en un período que hoy llamamos global. Para Sternberg, el dominio mundial era una cuestión de poder militar, político y económico.

Factores para el dominio del mundo

Casi una década después, en 1972, el historiador belga Jacques Pirenne publicó el décimo y último tomo de su monumental obra Historia Universal: las grandes corrientes de la historia. Para este autor era más que clara la ventaja que EEUU y el bloque occidental en general tenían sobre la URSS y el bloque comunista. El tema, para Pirenne, era cómo se configuraría el equilibrio de fuerzas en el mundo, cuáles organizaciones jugarían un papel relevante y qué poderes serían determinantes.

Además de los bloques políticos y económicos encabezados por EEUU y la URSS, el historiador belga veía entonces tres instituciones internacionales con la fuerza y alcance suficientes para incidir en la construcción mundial del último cuarto del siglo XX: la Iglesia Católica, con casi dos mil años de historia y el mayor número de fieles; la Internacional Socialista, ya distanciada del marxismo, y la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la cual consideraba como la única fuerza verdaderamente universal que no era un instrumento de influencia occidental.

Las tres, vigentes aún hoy, han perdido capacidad de incidencia debido a problemas internos y a los cambios que han ocurrido en el orden internacional. 

El Vaticano, sobre todo durante el papado de Juan Pablo II, jugó un rol muy importante en la caída del bloque comunista, al grado de que la Internacional Socialista es ahora algo muy distinto a lo que era en los 70. Sin embargo, la Iglesia Católica se encuentra en una profunda crisis de legitimidad debido al encubrimiento sistemático de los abusos sexuales cometidos por curas contra menores. De la ONU, basta decir que ha sido rebasada por los conflictos y las tensiones del presente.

Pero Pirenne vio otros tres elementos que, a su juicio, se volverían determinantes: la demografía, la ciencia y tecnología y el neoliberalismo, que comenzaba a crecer como opción en ciertos círculos de la élite de Europa Occidental y EEUU.

Es decir que los poderes político y militar adquirieron un nuevo cariz con el peso de la población y el avance técnico en los mecanismos de control y fuerza. Y en el caso del poder económico, también experimentaba una transformación por el desarrollo científico y tecnológico en todo el mundo, a lo que en Occidente se sumaba la irrupción del modelo económico neoliberal.

Una fórmula para blindar la economía global

En Globalistas (2020), el historiador canadiense Quinn Slobodian narra el desarrollo del neoliberalismo como concepto renovador del capitalismo en el siglo XX desde la década de los 30 hasta finales de la década de los 80, cuando triunfó en todo el mundo. La premisa de los globalistas neoliberales era básica: blindar la economía internacional de la injerencia política. Es decir, que los estados nacionales hicieran las reformas legales suficientes para evitar que en el futuro las decisiones políticas de los gobiernos o los reclamos de la población afectaran el libre flujo de capitales, bienes y servicios a través del mundo.

Con la aplicación de la receta neoliberal comenzó una nueva época de globalización, la más amplia y profunda de la historia, que tuvo como una de sus características principales la independencia y encumbramiento del poder económico, antes subordinado al poder político de las grandes potencias. Es la época en la que los corporativos transnacionales se vuelven más ricos y fuertes que la mayoría de los estados del mundo. La economía se transforma en un elemento de poder en sí mismo.

Con la hiperglobalización neoliberal comienza también el traslado del eje económico mundial desde el Atlántico Norte, donde estuvo por más de dos siglos y medio, hacia la región oriental de Asia.

Cambio en el eje económico mundial

Este movimiento de suma trascendencia histórica es explicado a detalle por el economista y sociólogo italiano Giovanni Arrighi en su libro El largo siglo XX (1994). Esta migración de inversión y finanzas se dio por oleadas: primero hacia Japón, luego a los cuatro “tigres asiáticos” (Taiwán, Corea del Sur, Singapur y Hong Kong), después hacia la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN, por sus siglas en inglés), para consumarse en China.

Arrighi advierte que la principal consecuencia de este movimiento es la dislocación del poder militar y el poder económico. Dicho de otra forma, la potencia que detentaba entonces la hegemonía global, EEUU, sólo conservaba su primacía militar, pero ya no la económica. Y esto abrió la puerta a la realidad del mundo que hoy vivimos: una realidad de competencias, rivalidades, conflictos y caos, en la que ya no existe un solo poder dominante.

Un dominio dividido en tres poderes

Esta realidad presente es descrita por el politólogo estadounidense Ian Bremmer en su charla TED de abril de 2023 en Vancouver, Canadá, The next global superpower isn’t who you think. Bremmer dice que el mundo actual está configurado de la siguiente manera: existe un orden unipolar en el factor militar, un orden multipolar en el factor económico y un orden tecnopolar en el factor tecnológico. ¿Cómo es esto?

El poder militar lo detenta la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) que lidera EEUU y tiene socios en todos los continentes. No hay estado, eje o alianza que pueda rivalizar con la capacidad de fuego de la OTAN.

El poder económico, en contraste, está distribuido entre varios países o bloques: Norteamérica, China, la Unión Europea y la India, principalmente.

En cuanto al poder tecnológico, atestiguamos un acontecimiento inédito: las grandes empresas tecnológicas (Amazon, el imperio Musk, Apple, Google, Meta) se han convertido en un poder en sí mismo que compite con el poder político de los estados nacionales.

Bremer advierte que el orden tecnopolar tiene una injerencia cada vez mayor en los otros dos órdenes. De los gigantes tecnológicos depende el éxito o fracaso de una incursión militar y el anuncio de sus inversiones pueden levantar o deprimir la economía de un país o una región.

Pero quizá la injerencia más peligrosa, dice Bremer, es el socavamiento de la democracia debido al creciente poder de los algoritmos en el ciberespacio. 

El poder de decisión informada de los ciudadanos se ve mermado por las estructuras algorítmicas de los ecosistemas digitales que privilegian la desinformación, el engaño, la reacción simplista, la polarización y el ensimismamiento. El poder digital se está convirtiendo en un poder dislocador del sentido de democracia, comunidad, solidaridad y civilización compartida.

El dominio de la tecnoligarquía

Uno de los profetas centrales de esta nueva era es el economista griego Yanis Varoufakis, quien ha escrito varios textos sobre el peligro de este nuevo orden tecnopolar que él ha bautizado como tecnofeudalismo.

Advierte que el capitalismo de mercado tal y como lo conocimos en los últimos 40 años ha muerto para dar paso a un nuevo modelo capitalista de la nube, ecosistemas digitales cerrados que moldean el comportamiento de los usuarios cuyas únicas opciones están dentro de la nube ciberespacial que ofrece cada empresa tecnológica.

Para Vaorufakis, el poder de decisión del consumidor que, al menos en teoría, era la base del capitalismo de mercado, ha cedido frente al nuevo rol de siervos de la nube en el que nos hemos convertidos como habitantes virtuales de los señoríos tecnofeudales.

Y si no se puede ya decidir libremente dentro de un mercado de competencias, tampoco se puede dentro de un régimen de competencia democrática.

Entonces… ¿Quién dominará el siglo XXI?

La desaparecida hegemonía estadounidense dejó claro que el mundo sigue siendo demasiado grande y complejo para que una sola potencia estatal lo domine por largo tiempo. China es una potencia a la par en muchos sentidos que EEUU, pero no le alcanza para construir una hegemonía.

La Unión Americana y la Unión Europea, dentro de la OTAN, sólo pueden contener, ya o imponer. Las instituciones internacionales no se dan abasto para atender los múltiples problemas del orbe se observan cada vez más rebasadas.

Las grandes empresas tecnológicas acumulan un poder inusitado que, de no tener límites, pueden profundizar los problemas actuales, aumentar las divisiones sociales e interestatales, y obstaculizar la construcción de soluciones. 

Las tendencias actuales apuntan a una creciente fragmentación de la economía global dominada en conjunto, pero en constante competencia y con desafíos internos, por tres bloques: Norteamérica, Europa y Asia Oriental.

Y mientras las sociedades a través del poder político dentro de sus estados no logren poner límites a los gigantes tecnológicos, como ya lo está intentado la Unión Europea, seguirán acumulando poder económico y capacidad de disrupción.

En cuanto a lo militar, el aparente equilibrio en el poderío nuclear de la OTAN y sus rivales actuales, Rusia y China, ya no es un elemento disuasivo suficiente para evitar un choque catastrófico, cada vez más probable debido al riesgo de los errores de cálculo.

Jacques Pirenne, en su tratado de Historia Universal que he citado aquí, señala una salida para un nuevo equilibrio mundial durante la Guerra Fría, pero que bien pudiera servir para nuestra época: la comunicación, el acercamiento, el respeto y el entendimiento cada vez más estrecho de los pueblos y ciudadanos de los estados que obliguen a sus gobiernos a construir puentes y no a destruirlos.

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Arturo G. González

Soy adicto a saber y descubrir algo nuevo todos los días. Me obsesiono con tratar de entender el mundo y la época que me tocó vivir. No puedo escapar a la necesidad de comprender por qué nuestra civilización es como es, y para ello leo noticias, opiniones, artículos de análisis y libros; escucho música y veo cine. Creo que el pasado vive en el presente, y que el presente es la pieza clave del futuro. Te invito a este viaje de pensamiento y descubrimiento cotidiano. Esta es mi visión del mundo.