Samarcanda y el nuevo orden mundial

Por Arturo González González

Persas, griegos, partos, turcos, árabes, mongoles, rusos, soviéticos, uzbecos… Enclavada en el corazón de Asia Central, con una historia de 2,700 años, la ciudad de Samarcanda fue durante siglos el punto de encuentro de múltiples culturas. Se ubica a la mitad de la Ruta de la Seda, el corredor caravanero que conectaba a los imperios chino y romano en la antigüedad, y a China con Europa en el Medioevo. Con una población de medio millón de habitantes, actualmente es la segunda ciudad más grande de Uzbekistán y uno de los centros islámicos de estudio académico más importantes del mundo, con su impresionante complejo de madrasas en la plaza Registán. Declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad en 2001 bajo el mote de “Encrucijada de culturas”, Samarcanda se convirtió la semana pasada en el epicentro de uno de esos movimientos geopolíticos cuyas consecuencias tardan en ser asimiladas y comprendidas. Durante dos días, 15 y 16 de septiembre, Samarcanda albergó a los líderes de 14 países de Asia y Europa en el marco de la 22ª Cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS). A los ojos de China, impulsora de la organización, un mundo nuevo ha emergido en Samarcanda.

Aunque la OCS nació en junio de 2001, su antecedente directo es el grupo de los Cinco de Shanghái, formado por China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán en abril de 1996. En el primer año del presente siglo, el grupo adquirió formato de organización supranacional y desde entonces ha ido ampliando sus objetivos y sus integrantes. Además de los cinco países fundadores ya mencionados, forman parte de la OCS Uzbekistán, India, Pakistán e Irán, que acaba de adherirse como socio de pleno derecho. En conjunto aglutina al 44 % de la población del planeta. También hay tres países observadores: Mongolia, Afganistán y Bielorrusia, que ha iniciado el proceso para la incorporación plena a la organización. Como socios de diálogo aparecen Arabia Saudí, Catar, Egipto, Azerbaiyán, Armenia, Camboya, Sri Lanka, Nepal y Turquía, con la reciente admisión a este club de Bahréin, Maldivas, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait y Myanmar. Cabe destacar que Turquía pertenece a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), alianza militar occidental que lidera Estados Unidos, y aún así busca ser parte de la OCS.

Aunque algunos analistas han llamado a la OCS “la OTAN de Oriente”, lo cierto es que en su papel y estructura se asemeja más a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) con el agregado de la colaboración en materia de seguridad. Contrario a la OTAN, la OCS no es una alianza militar que obligue a sus integrantes a intervenir en apoyo de una agresión a cualquiera de sus asociados. Es más bien un organismo de cooperación. Para China, motor de la organización, es uno de los esfuerzos principales para construir un orden mundial multipolar alternativo a la visión estadounidense de un orden global liberal.  Dicho orden multipolar estaría basado en la cooperación internacional y el respeto a la soberanía y autodeterminación de los pueblos y naciones. Contrario a la misión que asumen Washington, Londres y Bruselas de promover la democracia liberal y la economía de libre mercado en todo el mundo, Pekín, Nueva Delhi y Moscú, pilares de la OCS, no pretenden imponer una forma específica de gobierno o un sistema único de valores nacionales. Junto con otros grupos y organismos internacionales, la OCS quiere consolidar en Eurafrasia un orden poscolonial ajeno a la influencia de EUA y las potencias europeas, atendiendo a la tradición histórica de protagonismo y fuerza que las civilizaciones china, india, turca, rusa y musulmana tuvieron hasta el siglo XVIII, cuando los imperios coloniales euroatlánticos se lanzaron a la conquista del mundo.

El momento en el que ocurre la Cumbre de Samarcanda es crucial. Tras la sacudida por la pandemia, China busca recuperar su impulso económico para en esta década rebasar definitivamente a EUA como primera potencia industrial, tecnológica y comercial del mundo, a la par que consolidar su hegemonía en el Sudeste asiático y terminar con los ánimos independentistas de Taiwán. India acaba de superar a Reino Unido, su antiguo colonizador, como la quinta economía más grande del orbe. Turquía pretende afianzar su posición como potencia regional intermediaria y mediadora entre los intereses de Occidente y Oriente, tal y como el Imperio otomano lo hizo hasta el siglo XVII. Irán busca alternativas al bloqueo de EUA mientras trata de afianzar su posición como potencia influyente en Oriente Medio. Rusia se encuentra enfrascada en una guerra cada vez más complicada con Ucrania para hacer valer sus intereses geopolíticos en Europa Oriental en medio de un proceso de ruptura con Occidente. Y todo esto mientras resurgen conflictos territoriales fronterizos entre Armenia y Azerbaiyán, India y China y Kirguistán y Tayikistán, los cuales se suman a la larga lista de retos para la consolidación de la OCS, entre los cuales también destacan el terrorismo, el separatismo, el extremismo político, el calentamiento global y, por supuesto, la resistencia de Occidente a renunciar a sus cotos de influencia en Asia y África. EUA está formando alianzas en la periferia de Eurasia para cercar los intereses de China en la región Asia-Pacífico y la macrorregión Indo-Pacífico, tales como AUKUS y Quad.

Entre los aspectos importantes de la Declaración de Samarcanda, firmada por los asistentes a la cumbre, destaca la ya mencionada ampliación de integrantes y socios de diálogo, lo que habla de que más países del espacio euroasiáticoafricano quieren transitar de un orden bajo la hegemonía estadounidense a otro de carácter multipolar con China como potencia articuladora. En este tenor, parece existir un reconocimiento claro a los esfuerzos chinos de construir “un nuevo tipo de relaciones internacionales, caracterizadas por el respeto mutuo, la equidad y la justicia, así como una cooperación beneficiosa para todos, a la vez que se construye una comunidad de futuro compartido para la humanidad”, como versa en la declaración, que retoma principios fundamentales de la política exterior de Pekín. Pero en el corto plazo, la cumbre y su declaración plantean una moneda de dos caras para Rusia. Si bien Moscú encuentra en la OCS el respaldo político y económico que en estos momentos necesita frente a las sanciones de Occidente, las dudas sobre la legitimidad de su intervención militar en Ucrania y el proceder de la misma quedaron expuestas en Samarcanda. Incluso la declaración, firmada por Rusia, asume que la única vía posible de solución de diferencias es la política. Es decir, aunque ni China ni la OCS van a dejar sola a Rusia, esperan un comportamiento más responsable de esta potencia. En este sentido, Samarcanda pudiera significar el principio del fin de la guerra en Ucrania. La pelota está en cancha rusa.

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Arturo G. González

Soy adicto a saber y descubrir algo nuevo todos los días. Me obsesiono con tratar de entender el mundo y la época que me tocó vivir. No puedo escapar a la necesidad de comprender por qué nuestra civilización es como es, y para ello leo noticias, opiniones, artículos de análisis y libros; escucho música y veo cine. Creo que el pasado vive en el presente, y que el presente es la pieza clave del futuro. Te invito a este viaje de pensamiento y descubrimiento cotidiano. Esta es mi visión del mundo.