Por Arturo González González
Cuando los historiadores del futuro (si es que llegase a haberlos) analicen el primer cuarto del siglo XXI, seguramente advertirán que se trata de una época de transición, una especie de era bisagra, un tiempo de crisis y estasis globales. Crisis como cambio profundo y estasis como tensión social, política y económica. No es la primera vez que la humanidad se enfrenta a un proceso así, otras épocas han servido de parteaguas: el primer cuarto del siglo XX, el primer cuarto del XIX, la primera mitad del XVII, la primera mitad del XVI y los años intermedios del siglo XIV, sólo por mencionar algunas. Sin embargo, las crisis y estasis actuales tienen alcances planetarios y parecen más profundas y determinantes, al grado de poner en riesgo la civilización como la conocemos. De todos los cambios que experimentamos es posible observar ocho tendencias, algunas de ellas irreversibles, otras en constante pugna con resistencias que agudizan el conflicto. Cada una merece un tratado completo, hagamos aquí sólo un brevísimo repaso de ellas. En esta primera entrega reviso las primeras cuatro vinculadas a la geoeconomía y geopolítica.
Del eje económico transatlántico al eje euroasiático. Se trata de uno de los grandes cambios de las últimas dos décadas. Desde mediados del siglo XVII hasta finales del siglo XX, el eje económico del mundo estuvo centrado en el Atlántico Norte, tras mil seiscientos años de la doble hegemonía del Mediterráneo y Asia Oriental. El triángulo de comercio Europa-América-África reemplazó a la Rutas de la Seda y de las Especias que conectaban a China con Europa y el Norte de África a través de Asia Central y Oriente Medio. Esta fue la base de la riqueza y prosperidad de Europa Occidental y Norteamérica. Tras 400 años de hegemonía económica atlántica, el eje del mundo ha vuelto a Asia. Las reformas económicas de Deng Xiaoping a finales de la década de los 70 y la globalización impulsada por Estados Unidos y Reino Unido en la década de los 80, permitieron a China entrar en un proceso de crecimiento sostenido junto con otros países asiáticos que hoy ocupan los primeros lugares en cuanto a tamaño de la economía. De los diez estados con Producto Interno Bruto por Paridad de Poder Adquisitivo (PIB PPA) más alto, sólo cuatro están en la región noratlántica, mientras que cinco están en Eurasia, nuevo eje económico del mundo.
Del unilateralismo estadounidense a la multipolaridad. La caída de la Unión Soviética a principios de los 90 dejó a Estados Unidos sólo en la cúspide de un mundo que parecía entrar en un proceso irreversible de democratización de corte liberal bajo el mando unilateral del conglomerado político económico Washington-Wall Street. Pero esa impresión duró poco tiempo. El 11 de septiembre de 2001 irrumpió de forma explosiva una visión extrema alternativa a la unilateralidad estadounidense. El fundamentalismo islámico, fenómeno existente desde hace varias décadas, alcanzó una dimensión global con los ataques a las Torres Gemelas y el Pentágono. Los límites de la hegemonía norteamericana comenzaron a quedar en evidencia como nunca antes. Y no sólo por sufrir un ataque en su propio territorio, sino, sobre todo, por la ruptura del orden global que supuso la reacción de Estados Unidos: la intervención ilegítima y desgastante en Irak, Afganistán, Libia y Siria. El uso de la violencia no es un síntoma de fortaleza de una potencia hegemónica, sino de debilidad. En la medida en la que un hegemón no puede liderar un sistema por la vía pacífica, tiene que recurrir a la fuerza bruta, como lo hizo Washington. Este hecho ha abierto la puerta a que potencias emergentes —China, Rusia e India— busquen sustituir el modelo unilateral estadounidense por uno multipolar de hegemonías regionales. La guerra de Rusia contra Ucrania es producto de esa nueva visión que desafía el orden de la hegemonía occidental que lidera Estados Unidos.
Del globalismo neoliberal al populismo nacionalista. La visión hegemónica de Estados Unidos no sólo ha sido puesta en duda en el mundo, sino también dentro del titán americano. Hasta la crisis económica de 2008, el discurso globalista neoliberal parecía indiscutible: desregulación de los mercados laborales y financieros, venta de activos públicos, achicamiento del estado social o de bienestar, migración de capitales de países desarrollados de altos costos de producción a países emergentes de costos menores, desindustrialización y terciarización de la economía, precarización del trabajo, aumento de la desigualdad y acumulación de riqueza en menos manos. La crisis de las hipotecas subprime y sus consecuencias dejaron en evidencia los enormes riesgos de la desregulación de un sistema financiero global. La precarización de las clases trabajadores en Europa Occidental y Norteamérica, abandonadas a su suerte por la élite política neoliberal, allanaron el camino al discurso populista de corte nacionalista que sataniza la migración y la política mientras desvía la atención del problema central: la gestión de la economía. Es parte del origen del trumpismo, el Brexit, lepenismo, voxismo…, los cuales no proponen verdaderas alternativas al manejo económico sino, por el contrario, profundizar en la privatización y relativización de lo público, enmarcado en una retórica neonacionalista y proteccionista.
De las cadenas globales a las cadenas regionales. Uno de los paradigmas de la globalización ha sido la creación de cadenas de suministro y producción de alcance planetario. La fórmula materias primas + bienes intermedios + transporte + innovación + bienes de consumo + distribución + mercado, ha llevado a crear extensas cadenas de proveeduría y, por lo tanto, altamente vulnerables. Dicha vulnerabilidad quedó expuesta con los trastornos ocasionados por la pandemia de Covid-19 que cortó o hizo colapsar las cadenas globales de suministro por paros en fábricas, saturación en puertos o descolocación de contenedores. De pronto la idea de extraer materias primas en un país, llevarla a un segundo para su transformación en un bien intermedio, mandarla a un tercero para su ensamble en un artículo de consumo y venderlo en un cuarto, ya no fue tan buena idea. La tendencia hoy es la relocalización de las cadenas de suministro en circuitos regionales, por ejemplo, en el nuevo espacio económico norteamericano o la zona de libre comercio europea. Algo que China ya está construyendo con la Asociación Económica Regional Integral (RCEP), la zona comercial internacional más grande del mundo, o Estados Unidos con el TMEC. Parece que el paradigma de un único mercado global integrado ha quedado en el pasado. Hoy el futuro se vislumbra más como un conjunto de mercados regionales interconectados entre sí en distintos niveles de interacción y cohesión.
La semana próxima repasaré las otras cuatro tendencias de este mundo en crisis y estasis.