Tendencias de un mundo en crisis y estasis II

Por Arturo González González

La semana pasada hablamos de cuatro macrotendencias políticas y económicas visibles en el tiempo que nos toca vivir: el cambio de eje económico del Atlántico Norte a Eurasia; el repliegue del unilateralismo estadounidense frente a la multipolaridad; la decadencia del globalismo neoliberal y el auge del populismo nacionalista, y la sustitución de las cadenas de suministros globales por cadenas regionales.

De la tecnocracia corporativa a la tecnocracia financiero-digital. Con el establecimiento del capitalismo corporativo estadounidense como modelo a seguir en la segunda mitad del siglo XX emergió una nueva clase social hegemónica: la tecnocracia corporativa. Esta clase social está conformada por accionistas y directivos de las grandes empresas trasnacionales que, para impulsar las reformas necesarias para la expansión de su capital, promovieron la creación de una tecnocracia espejo en la burocracia de los estados y organismos internacionales, tales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Dueños, ejecutivos y funcionarios nacionales y supranacionales constituyeron así un grupo representativo de los intereses del capitalismo global bajo la lógica de una ortodoxa ideología económica neoliberal. Los sectores emblemáticos de esta tecnocracia fueron el energético, el automotriz, el agroalimentario, el farmacéutico y el comercial y de servicios. En la medida en que el capitalismo industrial y comercial comenzó a topar su rentabilidad, emergieron sectores alternativos en los que el capital vio crecer sus dividendos: el financiero y el digital. Estas áreas de la economía han contribuido no sólo a superar las crisis de rentabilidad, sino también a concentrar la riqueza en menos manos. Se trata de una nueva tecnocracia financiero-digital. La mayoría de las empresas que ocupan los primeros lugares en las listas de rentabilidad son del sector financiero o tecnológico. La pandemia no hizo sino acelerar esta tendencia.

Del heteropatriarcado blanco cristiano a la pluralidad religiosa, racial y de género. Uno de los elementos del viejo statu quo más cuestionado es el de la preeminencia de los hombres heterosexuales blancos y cristianos en los puestos de poder. Si bien es cierto que los varones siguen siendo mayoría en la cúspide de las listas de riqueza mundial, cada vez es más común observar en dichos rankings a personas provenientes de contextos culturales distintos al occidental y a mujeres que han ido aumentando su peso y presencia. Pero en donde más avances se observan es en el ámbito político con legislaciones que han impuesto cuotas de género para garantizar la representatividad de las mujeres en las estructuras de poder. El discurso feminista ha ido ganando espacios a la par de los movimientos que impulsan el respeto a la diversidad sexual y la pluralidad religiosa. Estas expresiones consideradas hasta hace no muchos años como minoritarias han ido conquistando incluso la narrativa en los complejos de producción cultural, como Hollywood, en donde encuentran eco ya sea como respuesta genuina a los reclamos sociales o como simple estrategia de propaganda dentro de un marco políticamente correcto. Pero este empuje no está exento de complicaciones derivadas de la resistencia que sectores conservadores de la sociedad han opuesto y que han encontrado eco principalmente en partidos nacionalistas de extrema derecha que se manifiestan abiertamente en contra de los inmigrantes provenientes de países pobres o “no blancos”, de prácticas religiosas distintas al cristianismo, los derechos de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo y la ideología de género.

Del clima estable a los trastornos climáticos. La evidencia científica advierte que la emisión abundante de gases de efecto invernadero derivada del sistema de producción y consumo intensivo a partir de la Revolución Industrial ha generado fuertes cambios en el clima que se traducen en un calentamiento extraordinario de la temperatura del planeta. Esta realidad se ha evidenciado en condiciones climáticas cada vez más imprevisibles y extremas con fenómenos meteorológicos de magnitudes crecientes. Algunos investigadores alertan sobre la entrada en esta década de una nueva etapa en términos medioambientales marcada por la inestabilidad de los ecosistemas planetarios. Fríos y calores extremos, huracanes y tornados más intensos, sequías devastadoras y desertificación generalizada. Los negacionistas dicen que siempre han existido estos fenómenos, lo cual es cierto; no obstante, pasan por alto la frecuencia y nueva dimensión que han cobrado a partir de la intervención intensiva de la actividad industrial en el medio ambiente. No se trata de una tendencia natural dentro de los ciclos climáticos del planeta, sino de una alteración antropogénica, es decir, provocada por el ser humano. Parece irreversible que la humanidad tendrá que habituarse a sobrevivir en un mundo más hostil producto de sus propias acciones mientras intenta disminuir el impacto de su presencia con nuevas tecnologías y formas de producir. Esto nos lleva a la última gran tendencia de nuestro tiempo.

De la era del petróleo a la era de energías “verdes”. El siglo XIX fue el siglo del carbón; el XX, el siglo del petróleo. Y aún seguimos dependiendo altamente de este hidrocarburo para producir y transportar bienes de consumo y trasladarnos de un lugar a otro. Los efectos de este cimiento de nuestra civilización están a la vista y plantean una realidad ineludible: tenemos que dejar de producir, consumir y movernos de la manera en la que lo hemos venido haciendo en los últimos 100 años. Una de las alternativas que han surgido es el uso de energías renovables, principalmente, luz solar y viento. No obstante, dichas tecnologías aún son insuficientes para satisfacer la demanda actual de energía y requieren del consumo de hidrocarburos para su fabricación y transporte. Ante estas limitaciones, algunos promueven la utilización masiva de energía nuclear, la cual, si bien es considerada una energía alternativa, produce residuos radiactivos y representa un alto riesgo en caso de accidentes, como los ocurridos en Chernóbil y Fukushima. Lo cierto es que la tendencia está instalada, pero no está exenta de resistencias, sobre todo, de los grandes productores de hidrocarburos que ven una amenaza a su forma de obtención de riqueza. ¿Llegaremos a ver en esta generación el cambio total de paradigma en la producción de energía? Contrario a lo que los más optimistas creen, las políticas de muchos países y la realidad conflictiva actual no garantizan que eso ocurra pronto.

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Arturo G. González

Soy adicto a saber y descubrir algo nuevo todos los días. Me obsesiono con tratar de entender el mundo y la época que me tocó vivir. No puedo escapar a la necesidad de comprender por qué nuestra civilización es como es, y para ello leo noticias, opiniones, artículos de análisis y libros; escucho música y veo cine. Creo que el pasado vive en el presente, y que el presente es la pieza clave del futuro. Te invito a este viaje de pensamiento y descubrimiento cotidiano. Esta es mi visión del mundo.