La tercera ola de la pandemia de Covid-19 va en descenso en el mundo. No obstante, sus estragos aún se sienten. A las muertes y hospitalizaciones se han sumado los cierres temporales o permanentes de establecimientos turísticos, comerciales e industriales. La educación no termina de reacomodarse. La confianza todavía no es plena, aunque se conjuga con brotes cada vez más frecuentes de irresponsabilidad. La economía mundial no da signos sólidos de una recuperación que garantice un crecimiento de mediano plazo. La emergencia medioambiental se despliega, más que como amenaza, como una realidad en desarrollo. Si el Gran Confinamiento de 2020 fue a los ojos de muchos un alivio para la presión ejercida por el modelo económico sobre el ecosistema planetario, la reactivación, por más titubeante que sea, se traduce en un mayor daño al planeta. El ansia de recuperar el terreno perdido por la pandemia lleva a empresas y países a pisar el acelerador sin reparar en las consecuencias para el clima. El cambio climático antropogénico es la gran crisis de nuestro tiempo, y es de largo plazo. Abarcará generaciones y transformará, mucho más de lo que ya lo ha hecho, la forma en la que producimos, consumimos, nos transportamos y nos relacionamos. Pero frente a ese extenso horizonte se posan hoy amenazas más inmediatas que producen inquietud y enrarecen la posibilidad de un panorama postpandémico optimista. Son hechos que están ocurriendo ahora, tres focos rojos globales.
El primero de ellos se gestó antes de la pandemia. Se trata de la posible quiebra de la segunda inmobiliaria más grande de China, Evergrande, responsable de buena parte de un boom de vivienda que hoy no puede pagar su deuda de 300,000 millones de dólares. Para darnos una idea, se trata de la mitad del monto que llevó a la bancarrota a la firma Lehman Brothers en 2008, y que desencadenó la peor crisis financiera en casi un siglo. Evergrande desarrolla unos 1,300 proyectos habitacionales en tres centenares de ciudades. Emplea a 200,000 trabajadores de forma directa, y a 3.8 millones de manera indirecta. Tiene participación en otros sectores, como el entretenimiento (parques temáticos), la transportación sustentable (autos eléctricos), el negocio deportivo (equipos y estadios) y la industria de alimentos. La cadena de clientes, proveedores y contratistas es enorme; se habla de 1.5 millones de familias eventualmente afectadas y miles de empresas que le venden o trabajan a Evergrande verían comprometida su existencia. Además, la compañía le debe a más de 200 bancos dentro y fuera de China, los cuales, ante la quiebra, reducirían su capacidad de otorgar créditos. Hay quienes apuntan a un efecto dominó que arrastraría al mundo a una nueva crisis financiera, pero otros son más optimistas al plantear que la eventual caída de Evergrande no se puede comparar con Lehman Brothers por el tamaño, el aislamiento que aún tiene el sistema financiero chino, y porque creen que el gobierno chino no va a dejar que el desplome ocurra. Sin embargo, hasta ahora no queda del todo claro qué va a hacer Pekín y, en caso de hacer algo, cuándo.
El segundo foco rojo tiene que ver directamente con la recuperación de la economía en la medida en que la pandemia va cediendo. Se trata de una de las disrupciones más grandes del sistema de comercio internacional en los últimos tiempos. Desde hace unos meses han comenzado a escasear bienes intermedios y de consumo final en varios mercados del mundo debido a la demora en los embarques y al encarecimiento del transporte marítimo de contenedores, principalmente procedentes de Asia Oriental. Este hecho se ha presentado porque, debido a las restricciones aplicadas durante la cuarentena en países occidentales, destino de mercancías chinas, los buques de carga quedaron varados mucho más tiempo del habitual y sus contenedores se almacenaron en los puertos sin poder regresar a sus lugares de origen. El resultado de esto ha sido una reducción considerable del espacio disponible para el transporte de mercancías, lo que ha derivado a su vez en un incremento inusitado de los costos de traslado en un momento en el que la demanda de productos intermedios y terminados está aumentando, a la par de la reactivación y reapertura de las economías. Se habla de incrementos de hasta diez veces en el costo de los fletes marítimos. Los precios de los productos se han disparado como indicios de espirales inflacionarias. Este fenómeno no sólo está afectando a los consumidores, quienes tienen que desembolsar más para hacerse de productos cada vez más escasos, sino también a las empresas manufactureras que dependen de insumos que tardan en llegar o se han vuelto más caros, o que no pueden exportar sus artículos porque no existen medios disponibles para hacerlo. Todo mientras se acerca la fecha de mayor consumo mundial, las fiestas navideñas. De no resolverse esta situación pronto —hay quienes dicen que no se resolverá hasta la segunda mitad de 2022—, analistas apuntan a que se registre una estanflación similar a la de los años 70, es decir, un estancamiento económico con alta inflación.
El tercer foco también está relacionado con la pandemia, y se está manifestando hoy principalmente en Europa, aunque ya hay visos de que se está extendiendo a otras partes del mundo. La ansiada y ansiosa reactivación de la economía tras la tercera ola del Covid-19 ha causado en Europa Occidental un repunte de la demanda de gas natural, potenciado por un verano atípicamente cálido que ha presionado el consumo eléctrico por las necesidades de enfriamiento. El gas natural es un combustible muy importante para la generación de electricidad en el viejo continente. Una falta de previsión de reservas y la incapacidad de los exportadores de gas de aumentar el suministro, están ocasionando una escasez de combustible y aumentando los precios de la electricidad conforme el otoño avanza con sus temperaturas más frías. La proximidad del invierno ha alimentado el temor de que Europa sufra una insuficiencia energética en la temporada más crítica del año. Por lo pronto, las alzas de los costos de la energía generan un escenario de escalada de precios de bienes y servicios, es decir, inflación. En China, la creciente demanda de combustibles se ha sumado a una estricta política de control de la quema de carbón e hidrocarburos aplicada por el gobierno para frenar la contaminación de cara a sus compromisos internacionales y a los Juegos Olímpicos de Invierno que se celebrarán en Pekín en febrero de 2022. Los apagones programados se han vuelto la constante en esta temporada en China, en detrimento de la producción de artículos de alta demanda en todo el mundo. Si ya de por sí solos los tres fenómenos descritos apagan los impulsos optimistas de los previsores económicos, la conjunción de los mismos nos coloca en un plano cuando menos comprometedor.