Un mundo en ebullición

Por Arturo González González

Con la intención de lanzar una alerta que mueva a la acción, el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, declaró la semana pasada que la era del calentamiento global ha terminado y que ha comenzado la era de la ebullición global. ¿Qué quiere decir esto? De acuerdo a los datos de la Organización Meteorológica Mundial, julio de 2023 es el mes más caliente desde que se tiene registro; ha acumulado “el lapso de tres semanas más caluroso, los tres días más calientes y las temperaturas oceánicas más altas para esta época del año que se hayan documentado nunca”, según se lee en el comunicado de la ONU del 27 de julio. El incremento de las temperaturas globales ha provocado que fenómenos como lluvias torrenciales, sequías, olas de calor abrasador e incendios forestales sean cada vez más frecuentes y extremos. Para Guterres, todas estas señales son consistentes con las predicciones sobre las consecuencias del cambio climático, con la salvedad de que este cambio ha ocurrido más rápido de lo que se esperaba. Frenar antes de que termine el siglo el incremento de 1.5 º C en la temperatura promedio global respecto a los niveles preindustriales sólo será posible, según la ONU, con una acción inmediata y contundente en la transición de una economía basada en los combustibles fósiles a otra sustentada en energías renovables. Es decir, el cambio de paradigma debe ser más acelerado que el cambio climático. El mundo ya no sólo se calienta, está en ebullición.

El término usado por Guterres es simbólico, pero no por eso menos pertinente. Nos remite de inmediato a la metáfora de la rana hervida. Este apólogo dice que si se coloca una rana en una cazuela con agua en una estufa encendida a fuego lento, la rana en vez de saltar comenzará adaptarse al cambio gradual de temperatura… hasta que el agua entre en ebullición, el anfibio ya no pueda reaccionar y termine cocinado. Esta narración no debe tomarse de forma literal, sino alegórica, y sirve para ilustrar lo inconveniente de la estrategia que proponen quienes, si bien reconocen la existencia del cambio climático, creen que es posible adaptarnos a él de forma exitosa. Y no sólo eso, sugieren que en vez de destinar recursos para frenar los factores que propician el incremento de la temperatura media global, se usen para mitigar los efectos del cambio climático y aumentar la capacidad de adaptación. Mientras tanto, que se sigan quemando combustibles fósiles en igual cantidad o incluso más. Pero no es la única postura peligrosa que hoy se observa frente al fenómeno que pone en jaque la viabilidad de la vida humana en la Tierra.

Los negacionistas, entre los que se incluye tanto a quienes niegan la existencia del calentamiento global como a quienes rechazan la gravedad del problema, despliegan otras estrategias para entorpecer el avance de las medidas necesarias para frenar el cambio climático y cumplir las metas pactadas en las cumbres de la Conferencia de las Partes (COP). Estamos hablando de políticos, empresarios y personajes influyentes de distintos ámbitos que, sobre todo por conveniencia, pero a veces por simple y llana estupidez, buscan distraer a la opinión pública del desafío que enfrentamos como especie. Unos utilizan la estrategia de la luz de gas (gaslight, en inglés), término que se usa para definir la conducta de una persona que intenta engañar a otra sembrando dudas sobre la realidad que percibe. El concepto es tomado de la obra de teatro Gas Light, escrita por el dramaturgo británico Patrick Hamilton, y ambientada en el Londres de finales del siglo XIX, que narra las artimañas de un marido infiel y estafador para convencer a su esposa de que se está volviendo loca, incluso manipulando la intensidad de la iluminación de gas de la casa. Los negacionistas que practican el gaslighting se esfuerzan por hacer creer a la opinión pública que la información de la ONU, la comunidad científica y los ambientalistas serios es sólo propaganda y que no tiene sustento alguno. Cuestionan los hechos verificados para tratar de convencer de que las advertencias sobre el cambio climático y sus efectos forman parte de una enorme conspiración. Por eso no es extraño encontrar terraplanistas entre los negacionistas, ya que su objetivo es minar toda confianza en el conocimiento científico.

Pero hay los que utilizan estrategias más burdas todavía, como la estratagema de Esquines. Demóstenes y Timarco denunciaron por alta traición a Esquines, luego de que éste en vez de defender los intereses Atenas se puso del lado del rey Filipo de Macedonia, quien quería someter bajo su mando a todas las ciudades griegas. Para intentar zafarse de la denuncia, que tenía a su favor un sólido soporte argumentativo, Esquines se lanzó contra Timarco acusándolo de haber perdido su derecho a hablar en un tribunal por haber sostenido relaciones impropias en su juventud con otros hombres. Es decir que, en vez de responder a la denuncia política, optó por descalificar moralmente a uno de los denunciantes. Eso mismo es lo que hace hoy un sector de los negacionistas en redes sociales y medios de comunicación, a veces incluso asumiendo la actitud de verdaderas hordas enardecidas. La descalificación, la acusación falaz y el linchamiento mediático son tácticas de las que se valen para, primero, tratar de amedrentar a quien lanza una advertencia sobre el calentamiento global y, segundo, disuadir a otros de atender sus aseveraciones. Como Esquines, en lugar de hacer frente a los argumentos con argumentos, lanzan injurias contra los emisarios que advierten del riesgo de no actuar contra el cambio climático.

Pero también entre quienes reconocen el problema y su gravedad hay planteamientos que pueden llevar a la inacción. No son pocos los que caen en la tentación de creer que el daño al medio ambiente es culpa de la humanidad entera por igual. Pero lo que es responsabilidad de todos termina siendo responsabilidad de nadie. Es cierto que hoy más que nunca formamos parte de un sistema global encadenado a una dinámica de producción y consumo intensivos, pero dentro de ese sistema hay niveles de responsabilidad. Y el nivel más alto está en la élite política y económica de los países que más contribuyen al cambio climático. Las 20 economías más grandes del mundo, entre las que se encuentra México, concentran el 80 % de la emisión de gases de efecto invernadero. Pero la cifra es engañosa, porque sólo los primeros cinco lugares –China, Estados Unidos, Unión Europea, India y Rusia– emiten el 64 % del CO2 que se arroja a la atmósfera. Es ahí donde se debe actuar con mayor rapidez y profundidad. Además, reconocer esta realidad es un acto de justicia, porque los países que menos contribuyen al calentamiento global suelen ser los que más padecen sus efectos y, por ende, los que más apoyo necesitan.

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Arturo G. González

Soy adicto a saber y descubrir algo nuevo todos los días. Me obsesiono con tratar de entender el mundo y la época que me tocó vivir. No puedo escapar a la necesidad de comprender por qué nuestra civilización es como es, y para ello leo noticias, opiniones, artículos de análisis y libros; escucho música y veo cine. Creo que el pasado vive en el presente, y que el presente es la pieza clave del futuro. Te invito a este viaje de pensamiento y descubrimiento cotidiano. Esta es mi visión del mundo.