Por Arturo González González
En 1823 México buscaba una identidad política para afianzarse como estado independiente. Tras su abdicación como primer emperador, Agustín de Iturbide se exilió en Europa y el Supremo Poder Ejecutivo de la Nación Mexicana se hizo cargo del gobierno hasta la constitución de la República en 1824. Cuando Iturbide abdicó, México era un inmenso país de más de 5 millones de km2, mayormente despoblado, atrasado, centralista y en vías de desintegración. Casi de inmediato, las provincias centroamericanas se independizaron, iniciando así un proceso gradual de pérdida de territorio que terminaría hasta 1854. En su periplo de 9 meses por Europa, Iturbide estuvo en Italia, Suiza, Bélgica y Reino Unido, de donde zarpó de regreso a México sólo para ser fusilado como traidor y enemigo del Estado. Mientras esas tribulaciones ocurrían con el ex emperador, en Europa, principalmente en Reino Unido, se consolidaba una revolución de otra esencia y envergadura.
En el mismo año de 1823, el físico británico William Sturgeon daba forma al primer electroimán, invento que permitió el desarrollo posterior del motor eléctrico y el telégrafo, mientras que el ingeniero inglés George Stephenson creó con su hijo la Robert Stephenson and Company, la primera fabricante de locomotoras que permitió la operación de la línea Stockton-Darlington, a su vez primera ruta de ferrocarril que utilizó una locomotora de vapor. Apenas dos ejemplos de la intensa ola de inventiva sin precedentes que se vivía en esa época de grandes mutaciones. Mientras México daba sus primeros pasos en América, Reino Unido impulsaba desde Europa la transformación del mundo con la Primera Revolución Industrial que había iniciado en 1760 y que estaba por concluir en la década de 1830. Los hilados mecanizados, las máquinas herramientas, la movilidad a vapor, las primeras ciudades con alumbrado público de gas… una nueva era comenzaba.
Doscientos años después, México lucha por ganarse un futuro en un nuevo cambio de época que tiene el sello de la Cuarta Revolución Industrial. La revolución industrial originaria permitió la mecanización de los procesos productivos gracias a las energías hidráulica y termodinámica. La segunda (de 1870 a 1930) detonó la producción en masa gracias a la electricidad y las líneas de montaje. La tercera (de 1960 a 2010) desencadenó la automatización de la industria soportada en el desarrollo informático. La Revolución 4.0 que apenas inicia, y que lideran Estados Unidos y China, abre la puerta a la multiplicación de los sistemas ciberfísicos, esto es, redes eléctricas y electrónicas inteligentes; sistemas de movilidad autónoma; supervisión digitalizada de infraestructuras y centros logísticos; autogestión de procesos industriales, y robótica y domótica avanzadas, entre otros. Se trata de una transformación que, a decir de Klaus Schwab, presidente del Foro Económico Mundial, citado por la BBC, “modificará fundamentalmente la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos”. Tal y como la primera revolución lo hizo, pero con una velocidad y magnitud mayores ahora.
¿Qué rostro tiene hoy esta revolución? Y ¿qué implicaciones prácticas tiene para México? El enfoque de la industria en Norteamérica está en el desarrollo de inteligencias artificiales a partir del big data; la creación de robots y sistemas automatizados de última generación; la producción de camiones de carga y drones de entrega y transporte autónomos, y el suministro de energía de fuentes renovables. Dentro del reacomodo de las cadenas de producción y valor, la nueva política industrial de Estados Unidos apunta a fomentar la inversión onshore en industrias intensivas de capital y alta tecnología, propiciar el nearshoring en la producción de bienes de consumo general y diversificar la manufactura avanzada y los servicios para la industria. Y para conseguir sus objetivos y disminuir su dependencia de China, la potencia americana necesita crear internamente o acercar a sus fronteras las cadenas de suministro de semiconductores; herramientas avanzadas de empaquetado; baterías para autos eléctricos y otros dispositivos; minerales estratégicos como el litio, grafito, cobalto, tierras raras, aluminio, cobre y níquel, e ingredientes activos para la fabricación de medicamentos.
México, gracias al TMEC que impulsa la integración norteamericana, a su ubicación geográfica, su potente mercado laboral, su creciente mercado de consumo, su desarrollo logístico y de hospedaje industrial, tiene con qué subirse a la ola de la Revolución 4.0, en contraste con la realidad de nuestro país hace dos siglos. Pero sólo podrá hacerlo de la mejor manera si logra superar los retos que hoy tiene enfrente, a saber: desigualdad, inseguridad y rezago social, educativo y tecnológico.