Apuntes sobre Israel-Palestina

Por Arturo González González

Para entender las guerras debemos alejarnos de las visiones reduccionistas y maniqueas, y establecer un piso de realidades objetivas. La guerra es un proceso social, político y económico con causas históricas regionales e internacionales. En la semana que terminó hice algunos apuntes que he difundido entre mis contactos con el objeto de aportar elementos sólidos para un acercamiento crítico a la guerra de Israel contra Palestina. Hoy presento aquí dichos apuntes, a los que sumo otros que escribí en mayo de 2021 y complemento con algunos nuevos.

En sentido político, Palestina es un Estado de reconocimiento internacional limitado y ocupado por tropas israelíes, que abarca las provincias de Cisjordania y Gaza y la ciudad de Jerusalén Oriental, que es su capital. Hamás no es Palestina, es una organización política extremista con un brazo armado que comete actos terroristas. Gobierna en Gaza, pero no representa toda la resistencia palestina contra Israel. Hay millones de árabes palestinos que no comulgan con la ideología y métodos de Hamás, quien no reconoce al Estado de Israel y busca su desaparición. Y para ello cuenta con el apoyo de Hezbolá, una organización similar que opera en Líbano, y los regímenes de Irán y Siria, entre otros.

El Estado de Israel no es un estado judío. En él viven judíos, árabes musulmanes y árabes cristianos. El Estado de Israel no es el pueblo judío. Hay millones de judíos en todo el mundo sin vínculo con Israel. El gobierno sionista del partido Likud no representa la visión del pueblo judío. Likud quiere crear un estado judío a costa de la pluralidad religiosa y étnica y a costa de los palestinos. La capacidad militar del Estado de Israel es muy superior a la de las milicias de Hamás y otras facciones extremistas palestinas. El gobierno sionista de Benjamín Netanyahu cuenta con el respaldo de gobiernos occidentales como EEUU, RU, Francia y Alemania.

El conflicto entre Israel y Palestina no comenzó el 7 de octubre de 2023 con los atentados cometidos por Hamás contra civiles y militares israelíes. Hasta la Primera Guerra Mundial, Palestina formaba parte del Imperio Otomano, desmembrado tras la derrota de las potencias centrales. Los territorios en donde se asentaban los pueblos árabes fueron repartidos entre Francia y RU por encomienda de la Sociedad de Naciones. Palestina, junto con Transjordania e Irak, quedó bajo el mandato británico establecido en 1922, que retomó la Declaración de Balfour emitida en 1917 en la que se comprometía a crear en Palestina “un hogar para el pueblo judío” que durante siglos vivió en diáspora por Europa. La comunidad judía en Palestina era minoría bajo el mandato británico.

RU no cumplió su compromiso porque no quería enemistarse con la naciente Liga Árabe ni perder su influencia en la zona, vital para mantener el abasto de petróleo, por lo que dejó en manos de la recién creada ONU la solución. El choque de intereses entre EEUU, RU, Francia y la Liga Árabe atoró la propuesta de dividir Palestina en dos Estados, uno esencialmente árabe y otro mayoritariamente judío. Sin esperar a una resolución, los líderes judíos proclamaron el 15 de mayo de 1948 la independencia de Israel, que Washington reconoció de facto movido por los fuertes intereses económicos de la élite de la comunidad judeoamericana. El enfrentamiento bélico con los palestinos, apoyados por la Liga Árabe, no se hizo esperar. Israel nació en medio de una guerra que, tras ganarla, suspendió la vía de la creación de los dos Estados.

Hamás nació en 1987 a raíz de la Primera Intifada como producto del fundamentalismo islámico antiisraelí, sí, pero también bajo el auspicio de la extrema derecha israelí que quería dividir a un movimiento de resistencia palestino que avanzaba en la negociación con las fuerzas políticas moderadas de Israel. El momento más cercano para poner fin al conflicto llegó en 1993 con los Acuerdos de Oslo, impulsados por el gobierno de EEUU encabezado por Bill Clinton, y firmados por el gobierno socialdemócrata de Israel dirigido por Isaac Rabin y la Autoridad Nacional Palestina presidida por el partido socialista Fatah de Yasir Arafat. En 1995, Rabin fue asesinado por un radical israelí y desde 1996 en la política de Israel domina la derecha sionista antipalestina que representa el partido Likud de Netanyahu. Arafat murió en 2004 en condiciones controversiales y desde 2006 la organización extremista Hamás gobierna Gaza. Ni Likud ni Hamás aceptan los Acuerdos de Oslo.

Como contexto y antecedente de la escalada actual debemos recordar varios hechos. El reconocimiento estadounidense de Jerusalén como capital de Israel otorgado por el gobierno de Donald Trump en 2017. Los enfrentamientos de mayo de 2021 entre manifestantes palestinos contra fuerzas de seguridad israelíes por el desalojo de familias en Jerusalén Oriental y la irrupción policial en la mezquita de Al-Aqsa. Los esfuerzos de EEUU para lograr que países musulmanes, como Arabia Saudí, reconozcan al Estado de Israel, reconocimiento al que se oponen Hamás, su aliado libanés Hezbolá y los gobiernos de Siria e Irán. 

La guerra en curso debe ser leída también como parte del desorden que ocasiona la transición de época que vive el mundo. De un lado está la alianza de potencias occidentales liderada por EEUU que apoya a Ucrania e Israel y teme una invasión de China a Taiwán. Del otro lado, una entente de potencias emergentes como China, Rusia e Irán que buscan sacudir el tablero geopolítico para dar la puntilla al orden liberal de la hegemonía estadounidense. De fondo también se observan los intereses por el control de recursos y mercados energéticos.

La solución al conflicto que propone el partido sionista Likud es hacer de Israel un Estado judío y expulsar a los árabes palestinos. En eso consiste la política de despojo, apartheid y colonización de Netanyahu. La solución de la organización salafista Hamás es desaparecer Israel y hacer de Palestina un Estado árabe musulmán. Está también la tercera solución que impulsan facciones menos extremistas, que es la formalización de dos Estados en la zona con gobiernos distintos plenamente reconocidos: Israel y Palestina. Con la guerra actual, esta iniciativa ha volado por los aires. 

Pero hay una cuarta solución, de la cual casi no se habla y es anatema para los radicales de ambos bandos: crear un Estado laico, multicultural, plurilingüe e, incluso, multinacional, con un gobierno central en el que estén representadas las poblaciones judías y árabes musulmanas y no musulmanas. Pero dada la polarización actual, los agravios acumulados y los intereses internacionales involucrados, resulta un sueño triturado por lo que puede ser el peor desastre humanitario del siglo XXI. Mientras, los señores de la industria armamentista, comerciantes de la muerte, se frotan las manos ante la bonanza que viene para ellos.

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Arturo G. González

Soy adicto a saber y descubrir algo nuevo todos los días. Me obsesiono con tratar de entender el mundo y la época que me tocó vivir. No puedo escapar a la necesidad de comprender por qué nuestra civilización es como es, y para ello leo noticias, opiniones, artículos de análisis y libros; escucho música y veo cine. Creo que el pasado vive en el presente, y que el presente es la pieza clave del futuro. Te invito a este viaje de pensamiento y descubrimiento cotidiano. Esta es mi visión del mundo.