Por Arturo González González
Pasión era tan rico que su influencia impactaba en la política interior y exterior de Atenas. Dueño de una de las fortunas más ingentes de su tiempo, ascendió en la escala social gracias a su actividad como banquero, principalmente en el otorgamiento de créditos a la gruesa ventura. De ser un esclavo que administraba bancos para otros, se convirtió en meteco (extranjero residente) al ser manumitido y, posteriormente, ciudadano ateniense de pleno derecho gracias a sus contactos con la política. Y es que Pasión otorgaba también estratégicos créditos personales a figuras prominentes de Atenas, poseía una fábrica de equipos bélicos que le permitió hacer donaciones en especie para equipar el ejército de la polis, y su riqueza le alcanzaba para equipar varias trirremes (naves de guerra) en cumplimiento de la liturgia, el servicio obligatorio impuesto a los hombres de mayor riqueza. Además de su actividad en los sectores financiero y armamentista, Pasión incursionó en el sector inmobiliario y poseía cientos de esclavos. Es fácil suponer que, en parte gracias a los préstamos y donaciones de Pasión, Atenas pudo reconstruir en 378 a. C. la alianza militar sobre la que un siglo antes había conformado un auténtico imperio en el mar Egeo. Con todo y su fortuna e influencia, el hombre más acaudalado de Grecia no pudo escapar a la enfermedad que lo dejó ciego antes de matarlo.
Tres siglos después, Craso acumuló una fortuna tan grande que no sólo le granjeó el apodo de “el Rico” sino que lo llevó a convertirse en una figura determinante en Roma. De origen plebeyo, su peculio lo amasó en plena guerra civil gracias a las confiscaciones de bienes que practicó como parte del bando de Sila. Con abundantes recursos en su bolsa, incursionó en el sector inmobiliario como propietario de tierras rurales y edificios urbanos que remodelaba con su séquito de esclavos para ponerlos en renta. También prestaba dinero, pero no con el objetivo principal de obtener rendimientos, sino el de adquirir influencia política entre quienes veían a Craso como tabla de salvación para evitar la bancarrota o como soporte financiero para escalar en la política. Otras actividades económicas que se le conocen son la inversión en minas, la venta de esclavos calificados y la recaudación de impuestos, de los que cobraba una parte por el “servicio” al Estado. Su riqueza le permitió hacerse de un verdadero ejército privado con el cual, bajo mandato extraordinario del Senado, aplastó la revuelta de esclavos liderada por Espartaco. Ocupó varios cargos públicos y su fortuna fue la base financiera del triunvirato que constituyó con Julio César y Pompeyo para hacerse con el poder de Roma. Sin el dinero de Craso, César no habría alcanzado el consulado, cargo que él mismo ocupó posteriormente. Su ambición lo llevó a encabezar una guerra impopular y sin fundamento contra Partia, en donde fue capturado y murió con la garganta ardiendo en oro fundido.
Los casos de Pasión y Craso nos muestran qué tan antigua es la influencia del poder económico en el político. En épocas más recientes podemos encontrar ejemplos como el imperio financiero de los Rothschild en Europa y el imperio petrolero de los Rockefeller en Estados Unidos. En nuestro tiempo, el papel de Pasión y Craso lo ejerce Elon Musk, el hombre más rico del mundo, cabeza de un imperio global multifacético. De origen sudafricano y con nacionalidad canadiense y estadounidense, Musk pertenece a la oligarquía tecnológica global que dicta las tendencias de consumo en buena parte del orbe. Pero existe una diferencia fundamental entre los casos de Pasión y Craso y el de Musk: la influencia de los primeros apenas rebasaba las fronteras de los estados en el que se desenvolvían, mientras que el impacto de Musk alcanza el planeta entero. Su fortuna personal actual equivale al PIB de Grecia, la economía 54 del mundo. Sus actividades empresariales abarcan áreas estratégicas globales como electromovilidad (Tesla), industria aeroespacial (Space X), energías renovables (SolarCity), neurotecnología (Neuralink), excavación e infraestructuras (The Boring Company), plataformas digitales y financieras (X), entre otras. El valor total de estas empresas asciende a 820 mil millones de dólares, lo que equivale al gasto anual de defensa de Estados Unidos, y poco más que el PIB de Taiwán, la vigésimo segunda economía del mundo. Este es el valor del imperio global Musk, para el cual trabajan más de 150,000 personas en todos los continentes.
Como en las antiguas Atenas y Roma, este poder económico se traduce en poder político. Elon Musk se reúne con presidentes y primeros ministros como si se tratara de un jefe de Estado. Hace promesas de inversiones como si fuera político profesional, propaga en plataformas y medios afines su discurso ideológico como si de un partido se tratara y hasta juega un rol de peso en las guerras en curso. De su red de satélites Starlink depende la conectividad de las fuerzas armadas de Ucrania y las de Israel en Gaza. De China a Estados Unidos y de México a Turquía, los políticos tratan de congraciarse con él a la espera de un anuncio relevante de inversión que les permita ganarse la aprobación de la población. Toda esta influencia en los aparatos gubernamentales parece contrastar con la retórica que Musk maneja respecto al papel del Estado en la vida social de las naciones. Coquetea con el libertarismo. Critica el cobro de impuestos al considerarlos como un obstáculo para el desarrollo económico. Cuestiona las políticas sociales que tienden a nivelar el piso de las oportunidades. Pero si observamos detenidamente, esta ideología no contradice su activismo e influencia global en la política. Al contrario, estos la refuerzan. Musk es partidario de la reducción de las capacidades sociales del Estado y de la intervención casi sin límites de la iniciativa privada en todos los sectores de la sociedad. Por supuesto que no busca la desaparición completa del Estado, sino la concentración de éste en tareas de seguridad y garantía del respeto de la propiedad privada. Es el paladín de un liberalismo económico recargado.
El poder que ha adquirido Elon Musk rebasa por mucho al de la mayoría de los gobiernos de los países representados en la ONU. A través de sus empresas, Musk puede influir en la política interna de las naciones o redefinir el curso de una guerra mientras sigue incrementando su fortuna personal y el valor de sus activos. Aunque no queramos reconocerlo, buena parte del futuro de la humanidad pasa por las actividades económicas y políticas del multimillonario de las tres nacionalidades. ¿No sería prudente comenzar a poner límites a este imperio tan temperamental y carente de controles internos?
2 Responses
Arturoo excelente tu narrativa ademas de muy reveladora. ENHORABUENA
Muchas gracias, Mario. Saludos